libros

Domingo, 31 de diciembre de 2006

ARTE MENOR, DE BETINA GONZáLEZ

La pequeña odisea de una hija

La ganadora del Premio Clarín indaga en los secretos de un padre.

 Por Verónica Bondorevsky

Arte menor
Betina González
Alfaguara
184 páginas.

La última novela ganadora del Premio Clarín de novela despliega una pequeña odisea: la de una hija, la narradora de la novela, que decide reconstruir y escribir la biografía de su padre, que ha muerto recientemente. Este hombre, llamado Fabio Gemelli, fue un escultor mediocre ¿y por qué no decirlo? un padre también mediocre.

La protagonista de Arte menor explica: “Este libro (Rayuela) y el recuerdo de una escultura de mujer eran, hasta entonces, las únicas cosas verdaderas que había heredado de mi padre o, por lo menos, las que lo designaban diferente, extraño a los relatos familiares”.

Y en esta frase están encerradas varias cuestiones que la novela aborda: por un lado, el intento que emprende una hija por distanciar al padre de los discursos instalados y trillados en la familia, para acercarse a esa figura desde su propia mirada. Por otro lado, en la cita también se halla presente la idea de lo verdadero: ¿quién era realmente este padre?, ¿cuál de todos los testimonios que aparentemente lo retratan tienen mayor validez y lo hace de manera más acabada?

En este punto, para reconstruir(se) la biografía de un padre ausente –que también lo era en el pasado, cuando aún vivía–, la narradora, Claudia, cual si fuera una detective, apela a fuentes directas: en este caso, a las distintas mujeres que lo amaron.

En esta galería femenina, se encuentra la madre de la narradora, la que fue su esposa durante más de diez años, y, sobre todo, sus tres siguientes mujeres –que en algunos casos fueron amantes de él mientras aún estaba casado–: una alumna de Bellas Artes, una bailarina y una suerte de protectora.

Uno de los aciertos de Arte menor es el manejo –sutil, delicado– de la ironía al interior de la narración. A Claudia, por ejemplo, se le ocurrió escribir la vida de su padre, un pequeño artista, cuando leyó en el diario la biografía de otro –pero, en este caso, gran– artista: Antonio Berni.

Mientras acopia información sobre su progenitor, la narradora se pregunta en qué consiste la biografía en tanto género: cómo se construye, cuáles son las reglas y los golpes de efecto a los que allí se apela: “Siempre se mencionan matrimonios, obras y descendencia en las biografías. Parece que se trata de hacer un inventario de lo que queda, de repartirlo lo mejor posible”.

Por otro lado, la novela construye un contrapunto con esa ironía a partir de cierto ambiente de melancolía que se desprende –nuevamente, sutil, delicadamente– de esta narradora de un conurbano bonaerense un tanto gris, deteriorado, lejano a los esplendores de la zona norte, que en su recorrido cotidiano en el tren cruza las estaciones Bancalari, San Martín, para atravesar la General Paz y llegar a la Capital.

Hacia el final un tanto epifánico en el que la mezcla entre verdad y mentira, mito y realidad que los demás construyen sobre alguien es atravesada y superada por la narradora, surge una certeza, personal, única: una sensación que reenvía, como dice Claudia, a todo lo que para ella aún habla del padre.

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