libros

Domingo, 25 de agosto de 2002

Partes de guerra

Crónicas
del naufragio


(apuntes sobre la caída Argentina)

Sandra Russo


Argonauta

Buenos Aires, 2002

92 págs.

por Sebastián Basualdo

Los veintiocho textos breves que hoy componen el libro Crónicas del naufragio (apuntes sobre la caída Argentina) fueron publicados originariamente como contratapas y columnas de opinión de este diario. El primero de ellos, el 22 de agosto de 2000; el último, el 19 de mayo de 2002, todos bajo la mirada lúcida y a la vez perentoria de una intelectual que conjugando periodismo con literatura ha tendido un puente que va desde lo emocional hasta lo intensamente analítico, logrando así el cuadro exacto, la descripción concisa de un hombre (que son todos los hombres) en este panteísmo de la desocupación y el hambre.
Crónicas del naufragio logra sin lugar a dudas su propósito: traspasar la epidermis del lector, y tocarlo. “Hoy no sólo se hace necesario en la Argentina replantear el modo de hacer política, sino también el modo de hacer periodismo. Porque, sobre todo desde diciembre de 2001, las noticias dejaron de provenir exclusivamente desde arriba: las noticias suben, llegan desde la calle. Eso que llamamos vida cotidiana y que siempre y en todo lugar está profundamente determinada por la política, en este país se ha descarnado como en pocos lugares y más que nunca antes. La vida cotidiana argentina exhibe, para quien quiera verlas, las indudables marcas del colectivo”. Y eso es precisamente lo que ha venido haciendo Sandra Russo en cada uno de sus textos: exhibir, ahondar entre los matices, dibujar, por ejemplo, el gesto ausente de un hombre como Marcos, que a los cincuenta y tres años ha sido despedido luego de haber trabajado quince años en una financiera. “Yo sé y él sabe que lo del hombre proveedor es una historia pasada de moda, un cuento arcaico, así que si hay que vivir con los pobres seiscientos pesos que traigo yo, se hace”. Escribir sobre Clara y Marcos, un matrimonio como otros tantos, donde uno soporta el peso de las elucubraciones que inexorablemente recaen por culpa de más de dos mil años de cultura occidental, y otro no puede dejar de experimentar la terrible “sensación de que ya no elige nada”, para luego meterse de lleno en otras de las tantas ocupaciones que han proliferado por culpa de este genocidio económico: los falsos cuidadores de coches, los niños que se acercan a limpiar los parabrisas con la prepotencia del hambre, el desesperado pedido de los jóvenes frente a un semáforo en rojo y sus “cómpreme y esta noche les doy de comer a mis hijos”, “cómpreme que estoy tratando de vivir dignamente”, “cómpreme, que no estoy robando” y finalmente, verdades que, por culpa de la vertiginosa claridad que tiene la prosa de Sandra Russo, oscilan con la precisión de un péndulo: “cómpreme, que estoy resistiendo”, “cómpreme, que estoy desesperado”. Porque “hay gente en un increíble estado, gente ardida, gente descontrolada, gente en una fase aguda de metamorfosis, gente que pasa de gusano a tábano, gente que ha visto desplomarse todos los supuestos sociales y políticos que le inculcaron en la infancia, gente que se tiene que inventar de nuevo”.
Las notas están cosidas, puntada a puntada, con un mismo tono, pero hay algo más: la dimensión que cobran los textos agrupados cronológicamente, la proyección cíclica que sufren cuando una situación, aparentemente trivial en un primer momento, cuatro páginas más adelante se torna motivo de análisis y reflexión. Es el cambio sutil de perspectiva para encauzaruna descripción, un ir libre hacia la forma –literatura se la llama–, donde la lógica del periodismo espera de pie en el umbral de los hechos.
Acaso cualquier distinción (literatura o periodismo) resulte de un pacto entre farsantes: hay géneros que parecieran preceder de la misma urgencia, que nacen de la agonía, géneros como el de Crónicas del naufragio que, si deben decir algo, utilizan todas las palabras para que la distinción entre ficción y no-ficción quede totalmente abolida por lo que urge.

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