libros

Domingo, 17 de junio de 2007

BEDFORD

Bailando en el Titanic

Sybille Bedford escribió unas memoirs antes de que el género se pusiera tan en boga. En ellas, esta escritora que vivió prácticamente a lo largo de todo el siglo XX y pegó el codo hasta el XXI, cuenta aquellos años de derroche y bohemia antes de que Europa se sumiera en la guerra.

 Por Mariana Enriquez


Fragmentos de vida
(Una educación nada sentimental)

Sybille Bedford

Salamandra
431 páginas

Sybille Bedford vivió casi la totalidad del siglo XX: nació en 1911 en Alemania y murió en 2006 en Londres. Y su vida fue muy particular, mezcla de bohemia, aristocracia decadente, viajes por el mundo y amistades intelectuales. Amiga de Aldous Huxley, quien la instó a escribir cuando ella tenía 16 años, Bedford publicó la biografía oficial del escritor, considerada una obra maestra del género, en 1973. Como escritora, ella misma se consideraba “perezosa”: editó su primera novela, A Visit To Don Otavio, a los 42 años. Fue además cronista de viajes, y como periodista se dedicó casi exclusivamente a cubrir juicios: estuvo en la corte para registrar el proceso a La amante de Lady Chatterley, a Jack Ruby, el asesino de Lee Harvey Oswald, y en 1964 escribió sobre los oficiales de Auschwitz que intentaron defenderse ante el tribunal diciendo que el campo de concentración era apenas un centro de reeducación.

Pero el grueso de la producción de Bedford es material autobiográfico, lo que hoy se denominan memoirs: su propia y extraña vida recordada, con autoimpuestas reglas pudorosas que abren huecos en la narrativa y la obligan a escapar por tangentes, quizá porque, como ella solía decir, “hay cosas demasiado privadas como para ponerlas por escrito”. Esos puntos suspensivos en los recuerdos novelados de Bedford son los que convierten a Fragmentos de vida en un libro tan difícil de aprehender, por momentos leve e intencionadamente frívolo, por otros conmovedor, profundo, emocionalmente complejo; como si la autora fuera incapaz de grandes revelaciones, chismes, golpes bajos y autocompasión sobre todo por una cuestión de estilo, porque la limpieza brillante de su prosa limita cualquier exceso. “Sólo voy a contar la parte que oí y la que vi; podría ampliar mi conocimiento buscando obituarios y recortes viejos, proporcionarían más datos, pero no la verdad completa”, dice en Fragmentos de vida. “Prefiero dejarlo como está, un fragmento de conducta íntima. No voy a dar nombres (...) ¿Por qué, podría preguntarse, después de todos estos años a nuestra edad? Fundamentalmente porque son personas vistas sólo a través de mis ojos: resultaría impertinente, y en ocasiones doloroso, publicar mi visión, por fuerza parcial, de gente que, aunque fallecida, sigue generando afecto y estima.”

Fragmentos de vida se publicó originalmente en 1989, su título original es Jigsaw y es parte de una serie de cuatro novelas autobiográficas editadas entre 1963 y 2006. Bedford recuerda aquí su infancia y adolescencia, pero se detiene especialmente en este último período porque se trata de una era mítica: los años ’20 y ’30, la efímera paz antes de la Segunda Guerra Mundial. En un punto, esos años de Bedford reflejan el espíritu de la Vieja Europa: la infancia en un castillo en ruinas junto a un padre que supo pertenecer a la nobleza bávara y ahora colecciona antigüedades y expone su conocimiento sobre vinos pero no tiene dinero para comprarle ropa de invierno a su hija, o pagar la luz; la primera infancia con una madre aventurera que vive con su novio más joven, un espléndido italiano llamado Alessandro, y paga altísimos alquileres en hoteles de la Costa Azul y de Venecia con un dinero que toma de “asignaciones”; la primera adolescencia en Londres, “adoptada” por una bohemia pareja amiga que se dedica al arte; y finalmente el pleno esplendor de la adolescencia en el sur de Francia, el mejor momento del libro. Bedford no subraya su despertar sexual lésbico, pero cuenta con nostalgia su primera pasión por una rica heredera francesa, fracasada jugadora de tenis. También cuenta apasionadamente esos años de la Costa Azul, cuando la zona todavía era más un refugio de visitantes cosmopolitas y artistas que un destino de turistas y ricos. Y lo hace abusando de palabras en francés y de listas de vinos y comidas, en franco y desenfadado hedonismo: “El placer por la buena vida se heredaba, era instintivo; rara vez burdo, jamás snob. A ellos les gustaba lo que decían que les gustaba”. Claro que por cada fiesta y objets d’art y delicatessen, la joven Sybille debe lidiar con la espeluznante adicción a la morfina de su madre–a quien llega a inyectar— y las vidas intensas de sus amistades (suicidios, crisis nerviosas, divorcios atroces).

En el obituario de Sybille Bedford que publicó The Guardian, el crítico Peter Vansittart escribía que Bedford “habla de una sociedad multilingüe de salones y trenes privados, llenos de arrogancia y complacencia”; pero reconoce que este elitismo venía acompañado de un rabioso antifascismo, y de una auténtica libertad de pensamiento. Esto también sobrevuela Fragmentos de vida. Pero lo que, sobre todo, pende sobre estos personajes es el final anunciado de la sombra que se cierne sobre Europa. Aunque la narración se detenga mucho antes, todos los recuerdos tienen sabor a despedida, al adiós a una Europa que jamás volvería a ser la misma.

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