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Domingo, 11 de noviembre de 2007

NéMIROVSKY

Ascenso y caída

Consagrada por Suite francesa, Irène Némirovsky había
publicado una primera novela donde el dinero se convierte
en el eje de la vida y el amor.

 Por Patricio Lennard

David Golder
Irène Némirovsky
Salamandra
158 páginas

Durante décadas, la hija mayor de Irène Némirovsky conservó unos manuscritos de su madre sin atreverse a leerlos. La suposición de que eran un diario y el dolor que pensaba le provocaría asomarse a esas páginas —recordando, quizá, cómo junto a su hermana había cargado en una valija con los papeles de su madre los últimos años de la Segunda Guerra, luego de que ésta fuera deportada a Auschwitz, donde moriría el 17 de agosto de 1942 a causa del tifus— hicieron que recién en 2004 saliera a la luz lo que en realidad era una ambiciosa novela de la que Némirovsky había llegado a escribir dos de las cinco partes planeadas, y en la que se había propuesto relatar, de manera simultánea a los acontecimientos, la irrupción en Francia del ejército nazi. Suite francesa no sólo fue saludada por la crítica como una obra maestra y traducida a más de treinta idiomas, sino que también le valió a su autora el premio Renaudot de manera póstuma, y le aseguró un lugar entre las escritoras francesas más importantes de la primera mitad del siglo XX.

Aunque la fama, a decir verdad, le llegó a Némirovsky incluso antes de muerta. Nacida en Kiev en 1903, hija de un acaudalado banquero moscovita, Irène huyó de Rusia junto con su familia luego de la Revolución, y al cabo de breves estadías en Suecia y Finlandia recalaron en París. Allí, con sólo veintiséis años, publicó David Golder, una novela que alcanzó un éxito casi inmediato, al punto que fue llevada al cine en 1931 y adaptada como pieza teatral. La suspicacia con que más de uno vio en los personajes de David Golder y su esposa, Gloria (él, un hombre de negocios que detesta a su mujer tanto como adora a su caprichosa hija; ella, una advenediza a la que sólo le importa heredar la fortuna de su marido), una atemperada caricatura de los padres de la autora, hizo que a esta novela se le atribuyera, si no un viso autobiográfico, un designio vengativo. Algo que ciertos comentadores han supuesto a partir de la apatía y la frialdad con que su madre trató a Némirovsky desde chica, mientras su padre viajaba en plan de negocios y frecuentaba los casinos de media Europa.

Cuanto menos, memorable es el comienzo de esta novela: un rotundo “No” antecedido por un guión de diálogo, y un abrupto punto y aparte. Así, David Golder (no cualquier novela lleva dignamente por título el nombre de su protagonista) le comunica a quien supo ser su socio por más de veinte años que no está dispuesto a salvarlo de la ruina. El posterior suicidio de su desairado compañero insinúa una trama policial que la novela no sigue. Un episodio que más bien saca a la luz la atormentada conciencia del personaje, quien se entera poco después de que padece una enfermedad cardíaca que podría matarlo de manera inminente. No en vano el temor a la muerte y la codicia moldean el ethos de este self-made man para quien sus recuerdos de cuando era un muchacho judío que dormía a la intemperie con las botas agujereadas y los bolsillos vacíos vuelven, como fantasmas, desde otra vida.

“Una máquina de hacer dinero”: eso es David Golder para su esposa y su hija. Una condición que estará en la base de casi todos los conflictos de la novela, los que alcanzarán su clímax en la admirable escena en la que el protagonista le hace saber a su mujer que no piensa dejarle un céntimo de herencia y que está al tanto de todos sus amantes, y ésta le espeta que uno de ellos es el verdadero padre de su hija.

Escrita con un manejo envidiable del diálogo y del discurso indirecto libre, esta novela de Némirovsky, más allá de cierta linealidad que por momentos se filtra, es una prueba notoria del talento de una escritora que se propuso (al igual que en El baile, otro de sus libros) retratar las contradicciones y las miserias de la clase a la que pertenecía.

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