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Domingo, 23 de diciembre de 2007

KREIMER

Demasiado joven para morir

Entre la enfermedad y el recuento del pasado, Juan Carlos Kreimer ensayó una relectura de Punk, la muerte joven en clave de ficción, y debutando, por fin, como novelista.

 Por Mariano Dorr

El río y el mar
Juan Carlos Kreimer
Del nuevo extremo
288 páginas

“La peor mujer siempre es mejor que nada.” Para el contador Mario Goldstein (el Colo), viudo, con una hija en Estados Unidos y un hijo DJ en España, estar rodeado de mujeres (más o menos insoportables) se convierte casi en su única actividad, ya enterado de que en su cuerpo se aloja un tumor que –con el correr de las páginas– se revela tan maligno como benigno. Retirado, en su casa de la costa atlántica, el Colo (un hombre joven, a pesar de sus casi setenta años) recibe la visita casual de su primera novia, Judy, acompañada de su hija, Maga, y su nieta, Laurita. Las tres generaciones de mujeres llegan a Pedacito de Cielo –la casa del Colo– para replantear la vida del protagonista, remover el pasado y activar el deseo. Sin embargo: “El cuerpo de una mujer de sesenta y cinco años, aunque se conserve en estado y a diario lo hidraten las mejores cremas importadas, es una funda dos talles mayor que el contenido. A la menor presión, el cuero (carne, piel) se desplaza sobre los huesos y las manos no saben qué están tocando. Sí, ahí hubo un culo...”, reflexiona Goldstein. Observa a su primera novia, sin dar crédito al paso de los años: “Ella es Judy, que vuelve de la prehistoria...”.

La juventud del Colo –más cerca de Maga y Laurita que de la inteligencia psi de Judy– permite leer la novela de Juan Carlos Kreimer como una reelaboración de su Punk, la muerte joven (mítico libro aparecido en 1977, producto de las experiencias del propio Kreimer en Londres) finalmente, siempre se es demasiado joven para morir. Y si el Colo no es punk, sí lo es el cáncer: “Al levantarte del inodoro y apretar el botón, ves que en el agua hay una mancha aceitosa alrededor de la cagada”.

Logrando un efecto de extrañeza, el libro está escrito en segunda persona, como los viejos “Elige tu propia aventura”. El lector, entonces, transita los últimos días de un enfermo terminal como si fueran propios. A medida que se aproxima el final, lejos de convertirse en una marcha fúnebre, el protagonista abandona el miedo y la angustia ante la muerte. El único modo de “irse bien” consiste en comprender que vida y muerte no son dos ámbitos diferentes, sino que se encuentran tan unidos y confundidos como el Río de la Plata y el Océano Atlántico, en Punta Piedras, a donde viaja el Colo, en busca de una prueba de esa separación de aguas. Cuando la muerte se acerca, el enfermo cree ver fantasmas, pero es él mismo el que comienza a operar fantasmáticamente.

“El podrías ser vos, si te decidieras”, dice la dedicatoria en un libro que Goldstein desentierra junto a otros. Allí aparecen las lecturas del pasado: Gramsci, Marx, los diarios del Che, Lucáks, Marcuse...: “Ninguno de esos libros tienen ahora el menor valor para vos”. La intención no es releer el pasado, apenas desenterrarlo: “Tus deseos son más primitivos: sacar de la guantera el encendedor, arrimarles la llama y contemplar cómo arden, ¡hasta verlos desaparecer!”. Los recuerdos de una militancia devenida negociación invaden la cabeza del Colo, que ya no conserva “el rojo” ni en sus ideas ni en sus cabellos. “No tomaste la vida realmente, siempre la rechazaste, el cáncer tuvo que hacerse cargo de esa vida.”

El libro se construye como un extenso relato que se cuenta Goldstein a sí mismo, culpándose y redimiéndose a la misma vez, como quien reconoce que –-una vez que ya no hay tiempo para remediar el pasado que no fue– no queda otra alternativa que el examen de conciencia: “Empieza tu cuenta regresiva, Colo”.

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