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Domingo, 15 de marzo de 2009

BIOGRAFíAS

Memorias de un centauro

Tras una larga investigación, Ian Thomson escribió una importante biografía de Primo Levi. Centrada desde luego en la marca indeleble del campo de concentración, demuestra también que había vida después de Auschwitz. Y abre y cierra alrededor del suicidio de Levi, quizás el nudo del secreto de una vida dividida.

 Por Fernando Bogado

Primo Levi
Ian Thomson

Belacqva
754 páginas

Un centauro. Primo Levi se comparaba a sí mismo con un centauro.

¿Y qué hay en ese ser mitológico que tanto le llamó la atención a Levi como para considerarse un miembro de su especie? El valor doble, claro está. Mitad caballo, mitad hombre, ésta era la figura ideal con la que podía caracterizar su labor literaria: químico de profesión, el autor italiano se consideraba un amateur que no tenía nada que ver con el snobismo profesional que repudiaba de muchos escritores contemporáneos, aquellos que disfrutaban de los cócteles y se jactaban de un estilo volcado a la forma y a la experimentación, dejando de lado el contenido. Entonces, centauro: mitad químico (treinta años como técnico y gerente en la fábrica de pinturas y barnices llamada SIVA lo acreditan), mitad escritor. Esta comparación se mantiene también por otras razones, quizás un tanto más banales: igual que la criatura de la Antigüedad, Levi se sentía invadido por ocasionales comportamientos bestiales que solían aparecer en sus diferentes comidas (visitaba con frecuencia trattorías regionales que ofrecían diversos platos típicos del Piamonte). Pero, tal como lo muestra Quirón –el centauro maestro de Aquiles–, este ser mitológico también puede ser el dueño de una sabiduría sobrehumana, iluminadora, para nada banal. Esa sabiduría, en Levi, proviene de una de las experiencias más funestas que la humanidad haya atravesado a lo largo de su historia. Proviene, claro está, de Auschwitz.

Todo biografiado tiene algo de centauro: cualquier buen trabajo de documentación suele revelar –con esfuerzo, sí, pero muchas veces con indiscutible éxito– momentos paradójicos de la vida de la persona que se ha convertido de repente en objeto de un profundo estudio: una mitad y la otra al mismo tiempo, las inconstancias vitales de los grandes nombres de la historia o la literatura. Así lo demuestra el excelente trabajo de Ian Thomson, quien luego de diez años investigando todos los aspectos de la vida del escritor oriundo de Turín logra publicar, en el año 2002 para el mundo angloparlante, Primo Levi. Editada en castellano por el sello Belacqva en el 2007 (20 años después de su suicidio), a principios de este año llegó a distribuirse en las librerías nacionales una obra excepcional que no deja un solo aspecto de Levi sin mencionar y que, al mismo tiempo, logra manejar la narración con cierta vena literaria que agiliza la lectura de una obra voluminosa. Thomson, además, ha tenido el duro privilegio de ser una de las últimas personas en realizarle una entrevista –para la London Magazine en julio de 1986–: Levi, ya sumergido en una profunda depresión que le ofrecía inconstantes momentos de calma (él mismo decía sentirse como un náufrago), lo recibió con la camisa arremangada y el número 174.517 tatuado en su brazo izquierdo.

La bestialidad nazi durante los años del Tercer Reich, dirigida tanto a los judíos como a cualquier otra persona que resultara molesta al orden instaurado, contrastaba profundamente con la metódica disciplina alemana ejercida por los diferentes miembros de la SS: bestialidad y orden propios de un monstruo cuya violencia, menos mitológica, había sido padecida por Levi en Auschwitz durante su tiempo de reclusión, del año ’44 hasta el ’45. De este período provienen tres de sus trabajos más importantes, pertenecientes a la así llamada Trilogía de Auschwitz: Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados. Thomson, acertadamente, no limita su trabajo a un análisis o a la reescritura de los datos biográficos que le han servido de base a Levi para realizar estas tres monumentales obras, sino que señala algunas similitudes entre los datos arrojados por sus estudios y las menciones que el autor hace en estos textos de algunas personas que se han cruzado por su camino. Y luego, claro está, cambia de página: la existencia de Levi continúa y a lo largo de varios años lo vemos llevar adelante una vida que, aunque marcada, logra despegarse un poco del campo de concentración. Vale la pena destacar, entonces, otros trabajos importantes pero de menor trascendencia como El sistema periódico, los relatos de ciencia ficción de Historias naturales o esa aparente incursión en el neorrealismo de La llave estrella.

Quizá la duda más determinante que arroja esta biografía en sus más de 700 páginas es la que gira en torno de los motivos del suicidio de Levi: ¿se quitó la vida debido a los tormentos ocasionados por sus recuerdos del campo de concentración? Podríamos decir que es la hipótesis más débil de las que baraja Thomson (casi detectivesco, el libro comienza con un capítulo en donde se pasa registro a las declaraciones que los testigos del suicidio dieron a la policía). En amenas charlas o cartas con diferentes interlocutores, Levi decía sentir nostalgia por Auschwitz, su “Universidad”. A estas polémicas declaraciones debemos atemperarlas con el verdadero significado que para el turinés tenía su supervivencia: impulsado a dar testimonio, no deja de remarcar que su misión era decir la verdad, mostrar la crudeza de los datos y la vida cotidiana en el Lager para que la humanidad juzgue y evite tomar de nuevo el errado camino del fascismo. Por eso los libros, por eso sus conferencias internacionales y la obligatoriedad de sus obras en las escuelas italianas.

El autor parece inclinarse, luego, por una hipótesis un tanto más arraigada en los documentos de los últimos años de Levi: su vida rutinaria en el Corso Re Umberto 75, lugar que lo vio nacer y morir; la enfermedad de su madre –quien, pese a las expectativas de Levi, sobrevivió por algún tiempo a su hijo–, los problemas conyugales con su esposa Lucía. Tal vez el agobio de una vida en donde trató de mantener la calma frente a los ojos de los demás terminó por saturarlo y lo obligó a arrojarse del tercer piso de su hogar, entre las escaleras espiraladas, siguiendo el mismo método de su abuelo, Michel Levi, quien también había encontrado la muerte tras tirarse en 1888 de un tercer piso (precipitazione dall’alto, caída desde lo alto, según los informes).

O la tragedia de una sentencia cuya ejecución fue demorada del ’45 al ’87; o el fruto más amargo del cansancio emocional: las dos versiones muestran dos interpretaciones de la vida de Levi, siempre encerrada en el conflicto de mitades que no pueden integrarse, casi como su concepto de “zona gris” (judíos víctimas que se convierten en victimarios de sus congéneres para obtener favores especiales de los nazis), casi como el centauro, por siempre, bestia y hombre: mitad hundido, mitad salvado.

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PRIMO LEVI Y SU HERMANA ANNA MARIA.
 
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