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Domingo, 8 de enero de 2012

Cuando lo siniestro está a la vista

Kobo Abe se cuenta entre los modernizadores de la literatura japonesa. El forzado crecimiento urbano, los efectos de la guerra y la instalación de lo siniestro en las ciudades pueblan sus inquietantes relatos.

 Por Fernando Krapp

El impacto de una literatura traducida, más allá de su valor estético, de las modulaciones del mercado o del pase mágico que sea, hace que, afortunadamente, otros escritores aparezcan, con mayor o menor grado de dilación, en la misma onda expansiva. La sorpresiva aparición de Los cuentos siniestros, del japonés Kobo Abe (1924-1993), nos permite no sólo conocer a un escritor casi desconocido (más allá de algunas esporádicas ediciones a cargo de Siruela, hoy inhallables) sino también establecer las coordenadas faltantes para un mapa hipotético que rastrea una literatura tan lejana a la nuestra como es la japonesa.

“Determinamos nuestras tradiciones sobre la base de lo que vemos en el presente”, subraya Kobo Abe en un extenso ensayo titulado “La frontera interior”. En dicha sentencia se encuentra agazapada también su propia máxima estética: escribir en contra de las tradiciones. La máxima se condice con la situación de entreguerras, y el golpe modernizador que deformó la quietud rural del Japón hasta convertirlo en una potencia afectada por la radiación bélica. Kobo Abe, junto con Yukio Mishima y Kenzaburo Oé son los grandes renovadores literarios de principios del siglo XX, al intentar crear mundos que abrieran la tranquera de las tradiciones colectivas rurales para encerrarse en la asfixia psicológica de los hombres urbanos, sin dejar de preguntarse una y otra vez (muchas veces con herramientas literarias “occidentales”, casi siempre europeas) por la propia identidad japonesa. Pero a diferencia de Mishima, quien vivió en carne propia el pasaje hacia la modernidad, y Oé, que transformó su literatura en una reflexión moral, Abe construyó un mundo alucinado en consonancia con los cambios tecnológicos y la deformación del crecimiento demográfico de las grandes urbes.

Los cuentos siniestros. Kobo Abe Eterna Cadencia 154 páginas

El resultado son estos cuentos titulados por el compilador como “siniestros”, que quizá busquen una acepción psicoanalítica, aunque verdaderamente lo siniestro no esté relacionado con algo oculto detrás de un manto de buenos modales, ni con algún trauma familiar; en el caso de Kobo Abe, lo siniestro reposa sobre la forma misma de lo que se ve; lo siniestro está a la vista, sobre el presente de las cosas. Abe señala en aquel ensayo: “La ciudad facilita el variado contacto humano, también estimula el anonimato”. Nada –y poco importa entonces– sabemos sobre el pasado de esos personajes anónimos, a quienes Abe encastra en sus narraciones con precisa relojería para desdibujarlos sin necesidad de enrarecer la atmósfera. Así, un dibujante está tan obsesionado por la belleza de su mujer como por la brutalidad y asquerosidad de su perro; un hombre empieza a ver a su mujer como un monstruo; una sociedad que hipotéticamente se basa en el canibalismo. Reducir estos cuentos a sus temáticas las encerraría en un determinado contexto desde los años ‘50 hasta los ‘60, años en que fueron escritos. Pero tanto sus proyecciones delirantes y futuristas como la potencia de su forma, negadora de los vericuetos exóticos tan afines al turismo literario, exceden el marco temporal, y al leerlos se tiene la sensación de estar espiando un fresco del presente japonés post-Fukuyima.

El otro impacto que vale la pena mencionar es el de la lectura de Kafka. Pocas literaturas han impactado tanto; quizá por su carácter menor, por la desarticulación corrosiva de la megalomaníaca trama decimonónica con su humor moderno y paranoico. Kobo Abe supo leer a Kafka, o lo que es peor: lo entendió. Y encontró en esa forma de escribir una manera de concebir el presente de su país; no ya como una dicotomía entre el campo y la ciudad, entre ruralidad y urbanidad, entre tradición y modernidad, sino como una pesadilla arquitectónica, un desborde tecnológico formal, un delirio que auspicia: “En el futuro puede ocurrir que sean las fuerzas nómades dentro de las puertas de la ciudad las que desborden las barricadas”.

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