Domingo, 22 de enero de 2012 | Hoy
Una antología con título provocativo y que, contra la idea de muestrario, publica dos textos de cada autor, reúne la obra de nuevos narradores paraguayos, la mayoría de ellos volcados a un imaginario urbano lejos del clásico Paraguay rural.
Por Hugo Salas
Es cosa sabida que la producción interna de las distintas literaturas nacionales de América latina por lo general no trasciende las fronteras de la propia región salvo por obra y gracia de la consagración ibérica . Recuérdese, fuera de chiste, que el premio más importante otorgado a la literatura en “castellano” (el Príncipe de Asturias) al día de la fecha, continúa otorgándolo la corona española. Así, para aumentar sus escasas chances de ser leídos en Argentina, los escritores de “aquí nomás”, Chile, Paraguay, Bolivia, Perú, dependen de una consagración transcontinental, y lo mismo ocurre con el escritor argentino que quiera ser leído en los países limítrofes. A falta de políticas nacionales o regionales, siempre se dijo que el circuito de editoriales independientes constituido en la última década en cada uno de estos países “pobres” sería capaz de cubrir esa falta, pero si se revisan con atención sus catálogos, al menos en Argentina, se advertirá en ellos una marcada abundancia de autores locales, europeos y a lo sumo latinoamericanos híper consagrados.
En este contexto, la publicación de Los chongos de Roa Bastos, selección de relatos de nueve escritores paraguayos, supone tanto una apuesta como una provocación al sistema de circulación de la literatura latinoamericana. Tras una introducción que sorprende no sólo por su claridad sino también por lo acotada (es sabido que, en ocasiones, estos espacios sirven más para la publicación de extensos trabajos académicos que para ilustración del lector), se agolpa entre sus páginas la producción de Cristino Bogado, Nicolás Granada, Montserrat Alvarez, Domingo Aguilera, Javier Viveros, José Pérez Reyes, Damián Cabrera, Edgar Pou y Douglas Diegues. A diferencia de la clásica antología “muestrario”, los compiladores han preferido incluir dos textos de cada uno de ellos (salvo en el caso de Aguilera, de quien se publica un único relato de más de 40 páginas), lo que permite una mejor comprensión de sus interrelaciones y también de las variantes de cada una de esas individualidades.
En líneas generales –desde luego injustas, como cualquier generalización–, se advierte en los autores un fuerte afán de originalidad, heterogeneidad, contaminación y mezcla, tanto en los procedimientos, materiales y temas narrativos (estruendosamente urbanos, en contraposición a la imagen de un Paraguay rural) como en la variedad lingüística. Las relaciones fluidas con el guaraní y el portugués brasileño, así como también el registro de singularidades fonéticas, es una preocupación constante, delatada por ortografías y gramáticas inusuales (“Los domingo de tarde me voy unto a mi amigo Dexter, que é taxiboy y etríper profesional en la actualidá, que ante era músico integrante de los Mariachi Loco, luego fubolita de Libertá y hoy por hoy el epecialita en actividades venérea má sofiticado y exlusivo de la farándula asuncena”) o francas mezclas idiomáticas de sabor idiosincrático (“Yo y mío amigo Charles Bronson caminábamos por la manhana soleada de la calle Palma... Yo le dizía a Charles Bronson que las yiyis paraguayas tem algo que solamente las yiyis paraguayas tienen”).
Así como algunos de los autores, en entrevistas y textos, han señalado que Roa Bastos –mentado no sólo en el título sino también en el relato “El chongo de Roa Bastos”– supo construir una imagen exportable del Paraguay, basada en un pasado rural ya inexistente en el momento mismo de su escritura, no es menos lícito advertir en este conjunto –reactivo en gran medida a ese antecesor– una imagen del paisaje urbano caótica, bullanguera, exuberante y crasa que tal vez constituya, a su manera, la “postal” de nuestros días, iluminando el modo trágico en que toda pregunta por el ser nacional, toda búsqueda de sabor local, aun la más auténtica, no escapa a una serie de prejuicios y estereotipos interiores y exteriores históricamente variables, pero igualmente férreos. Acaso la nacionalidad no sea mucho más que eso.
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