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Domingo, 2 de junio de 2013

ADIOS, HERMANO MIO

María Carman, antropóloga social y novelista, practica desde chica un curioso juego para elegir las locaciones de sus fantasías: un dedo al azar sobre un mapa, para después visitar el lugar que resulta así elegido. Ese juego se volvería método en sus libros. En El pájaro de hueso, los paisajes, interiores y exteriores, o ambos, indisolublemente unidos, constituyen el corazón más sensible de una narrativa que, sin eludir tópicos tan duros como la dictadura o una enfermedad terminal, prefiere ir al centro de lo que constituye a un ser humano: su infancia, su historia.

 Por Laura Galarza

“El indio sabe esperar. Aguanta y espera. De chico nace así. El blanco no. De chico no sufre: no quiere esperar.” El toba le habla así a Manuel, que acaba de bajarse con su mochila del colectivo que lo dejó junto al cartel de Velocidad 60 sobre esa ruta desierta de Formosa. El toba sabe que Manuel llegó hasta allí buscando a su hermano gemelo, al que nunca conoció, del que fue separado al nacer antes de que a sus padres los desaparecieran.

Lo que el toba aún no sabe es que a Manuel no le queda mucho tiempo de vida. Que antes de emprender ese viaje, el médico del Hospital Británico, de pie junto a la cama de su habitación, le había enumerado los órganos con metástasis, mientras él se distraía con ese pájaro posado en la ventana. Más adelante, Manuel sabrá cómo es que llaman los tobas a ese pájaro que sobrevuela las casas de la gente enferma para robarles el alma. El pájaro de hueso, novela ganadora del Premio Lengua de Trapo 2013 en España, y finalista del último Premio Nueva Novela de Páginal12 en Argentina, podría decirse, es un doble viaje interior. Al pasado de Manuel, a la restitución de esa parte suya que es su hermano, y también un viaje al interior de nuestra geografía y su gente. A esas vidas no muy distantes de Buenos Aires, pero que sin embargo, pueden llegar a parecer de otro mundo. En ese doble viaje, Manuel aprenderá a distinguir el sonido particular del viento entre los ranchos, y que la carne de vaca es tonta, a diferencia de la del ñandú. También que la ruta es “como una pantalla de televisión a la intemperie” y que hay horas en que el sol pega de tal manera que enceguece. Que esas tumbitas con flores a la vera del asfalto son de los niños tobas: los que no vieron venir a los Scania que pasan a toda velocidad cargados de palmeras para adornar los hoteles de Buenos Aires.

María Carman es antropóloga social, investigadora del Conicet, autora de múltiples artículos y ensayos publicados y premiados en nuestro país y en el exterior. Entre ellos, Las trampas de la cultura (2006) y Las trampas de la naturaleza. Medio ambiente y segregación en Buenos Aires (2011). Sin embargo, y en paralelo, “como si fuesen tiempos precapitalistas, tiempos de barco”, dice Carman, escribe ficción. Su primera novela, Los elegidos (Mondadori 2006), tiene puntos en común con El pájaro de hueso, recorre las cicatrices de la dictadura, y sus protagonistas tienen una particularidad: sueñan, antes, lo que más tarde van a vivir. Rasgo que la autora confesó como propio. “Todas mis novelas fueron concebidas a partir de sueños. Lo cierto es que yo no invento historias: sólo me suceden, antes o después.”

Además de soñar lo que se viene, Carman dice practicar un juego desde chica: buscar con el dedo un punto cualquiera en el mapa, imaginar el lugar y más tarde viajar hasta allí para poder comparar su fantasía con la realidad. Ese ejercicio hizo Carman antes de elegir el otro escenario donde transcurre la segunda mitad de la novela: Punta Rasa. Un tramo perdido de la costa atlántica, fuera de la voracidad turística. Una zona donde el agua de mar se mezcla con la de río, y entonces “no es ni chicha ni limonada”. Sin embargo, su fuerza mueve la arena y tumba los árboles. En la novela, los padres de Manuel dejaron en Punta Rasa una casita en medio del bosque, testimonio de sus vidas truncas, arrancadas de su destino. Manuel llega hasta ahí buscando esas huellas del pasado porque el tiempo se le agota. Mientras, un lugareño le cuenta cómo en Punta Rasa el agua traía hasta la costa cuerpos desnudos y atados con alambre fino. Debajo de las capuchas, las caras estaban destrozadas.

El pájaro de hueso. María Carman Mondadori 222 páginas

Son estos paisajes elegidos por Carman y delineados como con un lápiz de punta fina los que terminan siendo el peso pesado de esta historia. Manuel se detiene más en ellos que en ese monstruo silencioso que le quita el hambre y consume por dentro. Y entonces, “la noche se despliega como una funda de terciopelo brillante sobre el rancho” o “en la orilla, el agua arrastra unas arrugas móviles y aceitosas que no llegan a ser olas sino una especie de inercia nacida en el fondo del océano”. Sin mensaje de ningún tipo, Carman cuenta una historia anclada en una geografía, logrando que la desgracia no sea lo subrayado. La dictadura, el cáncer, fuera de todo cliché, son un marco para contar una historia singular. El punto no está en la enfermedad, sino en aquello que no puede ser suficientemente curado: las marcas de la infancia. Las marcas de la historia. “Creo que todas las generaciones estamos teniendo la oportunidad de representar artísticamente lo que sucedió en la dictadura”, declaró Carman, cuya presentación del libro coincidió con el día de la muerte de Videla, quien además es mencionado dentro de la novela. “Nos agarra en un momento en que estamos abiertos a la reflexión sobre de qué manera es posible representar una experiencia colectiva traumática.”

Diez años le llevó a Carman terminar de escribir El pájaro de hueso. A través de ella –ha dicho– logró expiar algunas experiencias personales que la cambiaron para siempre. Por un lado, acompañar a alguien joven a morir, al igual que le sucede a Manuel, el protagonista de su novela, y por otro, un tiempo de convivencia que tuvo con chamanes en Formosa mientras acompañó a un amigo a trabajar. “Cuando conocí a los chamanes fue como sentirme totalmente hermanada. Porque para ellos es mucho más importante lo que sucede en los sueños que lo que pasa en la vigilia.”

Quizá como resabio profesional o simplemente por esa afición suya de jugar con los mapas, el libro de Carman abre con un mapa a doble página. Un mapa antiguo que data de 1733.

“El mapa no es el territorio”, exclamó el filósofo Korzybski después de caer a un pozo con el mapa en la mano. La lectura de El pájaro de hueso hace honor a aquella idea: representa bastante más que aquel mapa del comienzo, y deja al lector con la sensación de haber pisado tierra firme.

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