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Domingo, 16 de febrero de 2014

UNA VIDA A LA EUROPEA

Desertor del ejército bosnio y posteriormente prisionero de las fuerzas croatas en 1994, Velibor Colic debuta en la literatura con Los bosnios, una colección espeluznante, atroz, de historias verídicas sobre la guerra de los Balcanes que se resiste a la narrativa heroica y en cambio destaca la necesidad de comprender y al mismo tiempo inventariar cada hecho y giro imprevisto del conflicto.

 Por Ariadna Castellarnau

“Todo es verídico, por desgracia”, advierte Velibor Colic al lector de su libro Los bosnios, un fresco espeluznante compuesto por historias verídicas sobre la guerra de los Balcanes y sus muertos, cuyo destino último parece ser el de inscribir en la historia aquello que está fuera de la historia: las víctimas anónimas, los lugares arrasados que sólo serán recordados por unos pocos. Los bosnios podría definirse como un libro de anécdotas, si no fuera porque cada uno de los episodios resulta tan inconcebiblemente doloroso que obliga a inventar un término o un género nuevo para definir lo que estamos leyendo. En la década del ’80 casi todos los habitantes de la antigua Yugoslavia creían que iban de la mano con los demás países de la Europa Occidental, que compartían su futuro, su prosperidad, la paz imperturbable de quienes han alcanzado la madurez y viven al margen de la sangre y la violencia. La guerra había sido arrinconada al basurero de la historia. Incluso en la marginada península balcánica, ese territorio oscuro cuya imagen fronteriza era a ojos del resto de Europa la del empalamiento, la del rostro desaforado de Vlad Tepes, la del último bastión civilizado y aun así no tan civilizado, incluso para esos territorios temibles, la guerra era agua pasada. De modo que cuando todos los males se cernieron sobre su cabeza, los habitantes de la ex Yugoslavia tuvieron que afrontar no sólo la tragedia, sino el peso desconcertante de estar viviendo algo anormal. Los bosnios, ópera prima de Velibor Colic, está saturada de este desconcierto. En cada fragmento, en cada brevísima historia de exterminio hay un implícito: “¿se lo pueden creer?”, “¿realmente pueden creer lo que están leyendo?” Colic escribe en un estado de constante perplejidad. Desentierra restos humanos calcinados, troceados, mancillados y se los queda mirando con los ojos muy abiertos, incrédulo, para luego describirlos con suma precisión y dedicarles incluso palabras bellas, tiernas, y engarzarlos en el papel con la delicadeza de un entomólogo, porque son raros, rarísimos, producto de algún defecto abominable de la historia. Velibor Colic nació en Modrica, Bosnia, en 1964. Fue soldado del ejército bosnio hasta que desertó y cayó prisionero de las tropas croatas en 1992, pero como relata en una de las partes de su libro, consiguió escapar y exiliarse a Francia, donde reside actualmente y ha logrado hacerse un lugar preponderante en el circuito literario, no sólo con su primer libro Los bosnios, sino especialmente con su última novela, Sarajevo Omnibus, todavía no traducida al español. Colic pertenece a una generación de escritores surgida al final de la guerra: Mira Milosevich, Emir Suljagic, Aleksandar Hemon, Vladimir Arsenijevic. Todos ellos abordan la temática de la guerra sin el pulso bélico propio de las narrativas heroicas y sin el discurso victimista de los heridos. Lo que destaca en estas narrativas es la necesidad urgente de comprender y al mismo tiempo archivar cada hecho, cada giro imprevisto y doloroso del conflicto. Dividido entre tres secciones –“Hombres”, “Ciudades”, “Alambradas”–, Los bosnios parece haber sido escrito para ser leído en voz alta. La lista interminable de muertos, de pueblos desaparecidos del mapa, de cementerios hechos de un día para otro, de monumentos históricos echados abajo (como la estatua de Ivo Andric, en Visegrad), todo está encauzado y retenido en este relato que fluye con la misma urgencia con la que fluye la voz del sobreviviente que no quiere olvidar y busca un destinatario para depositar una a una sus memorias. El libro es, en última instancia, un eslabón más de la tradición a la que pertenecen Walter Benjamin, Primo Levi, el mismo Ivo Andric en Un puente sobre el Drina, y todos los demás relatores de los campos y la guerra. “Para los que consideran la crisis económica como una debacle del semillero de la cultura, les diré que Europa es cultura y arte, pero también crímenes de guerra”, dijo recientemente en una entrevista el escritor bosnio Aleksandar Hemon. Sobre esta misma tesis se sustentan los relatos (cuesta llamarlos así, cuesta ponerles un nombre) de Los bosnios. La brevedad helada y punzante de cada atrocidad hace una pequeña incisión en la bonita corteza que recubre la vida a la europea, la vida alegre y ordenada que uno se imagina desde la periferia. La vida con ciudades sin basuras en las calles y con planes urbanísticos coherentes. Claro que Europa es algo más. Es también la angustia balcánica, el furor aplacado por ciertas comodidades domésticas, la poesía demencial de la guerra que Velivor Colic es capaz de hallar en escenas como esta que abre el libro: “Adem era un pobre tullido musulmán que nunca había conseguido andar derecho. Lo fueron a buscar a su casucha unos soldados serbios. Por primera vez en su vida, Adem estaba erguido. Estaba de pie contra la pared de su casa natal, empalado en una estaca. Le habían roto la columna vertebral para enderezarla”.

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