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Domingo, 29 de junio de 2014

NI UN PELO DE ZONZO

A cuarenta años de su muerte (el 25 de mayo de 1974, muy poco antes de la de Perón), Arturo Jauretche no sólo encontró una inusitada vigencia a causa de su pensamiento político sino también por haber presagiado formas de comunicación que hoy son de uso frecuente, tanto en la política como en la vida de todos los días. Aníbal Fernández (autor de un aggiornado Manual de Zonceras Argentinas); Gustavo López, de la agrupación Forja; el historiador Norberto Galasso y Juan Carlos Kreimer (que acaba de editar Pensamiento Nacional para principiantes) reflexionan sobre los dichos, las historias de vida y la personalidad del hombre que forjó el puente de plata entre el radicalismo y el peronismo.

“Mañana, pasado mañana tal vez, pero algún día fatalmente, en alguna vuelta del camino argentino los pueblos comprenderán... y, desde la cumbre, midiendo la profundidad del abismo en que nos debatimos hoy, se maravillarán de haber podido ser lo que somos actualmente. Qué importa qué se diga, hoy como ayer, con tal que vayamos... qué importa también que brame la tormenta: todo taller de forja parece un mundo que se derrumba.”

De ese discurso barroco, atravesado y, por momentos, hermético a cargo de Hipólito Yrigoyen, Arturo Jauretche filtró una palabra, una única palabra en esa maraña verbal con la que condensaría, en todo su esplendor, no sólo lo dicho por Yrigoyen (lo cual ya sería bastante) sino también la voluntad de aquel movimiento que, desde un sótano de Corrientes, primero, y de Lavalle después, y con un elenco estelar conformado por Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Scalabrini Ortiz, Jorge del Río, Amable Gutiérrez Diez, Homero Manzi y el propio Arturo Jauretche, significó un hecho inédito en la historia política argentina, y un verdadero faro dentro de la oscuridad de la Década Infame.

FORJA CERO

Con ese mismo poder de síntesis, (y no olvidar que, en esos casos, dar nombre significa también estar al tanto) Jauretche definiría como “estatuto legal del coloniaje” la acumulación de políticas tan reaccionarias como injustas implementadas por el gobierno de Agustín P. Justo, haciendo hincapié en el Pacto Roca-Runciman sobre el cual se articulan, efectivamente, los instrumentos legales para el retorno a la economía dependiente que ya había sido aplicada en 1880.

Pero esa palabra acuñada por Jauretche tenía a su vez otro doblez y, en su función de sigla, de acrónimo, condensaba también la identidad de esa Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina que se desarrolló entre junio de 1935 y octubre de 1945, cuando la mayoría de sus miembros se incorporan al movimiento nacional.

Jauretche era el que prendía y apagaba la luz: redactó desde el acta de fundación hasta la letra de la marcha de la guardia forjista que, con música del entrerriano Ricardo Seritti, proclamaba: “Forjista que estás de guardia,/ si te preguntan dirás/ que estás velando las armas/ que mañana empuñarás./ ¡Qué lindo será mañana,/ mañana de libertad!”.

Indudablemente, mañana iba a ser mejor porque peor no se podía estar: sin aparatos de difusión (eran nulas las publicaciones de la época que se preocupaban por lo que hiciera el grupo), sin medios económicos ni estructura (son conocidos los ardides que ponían en práctica para justificar la permanente dilación del pago de alquiler ante el dueño del sótano), el grupo encarnó de manera perfecta el verdadero espíritu del ir de menor a mayor, de hacer del defecto una virtud, con el único medio de su participación callejera y publicaciones de edición propia –desde folletines hasta los célebres Cuadernos de Forja– que les permitía formular esas denuncias que nadie estaba dispuesto a escuchar y una multitud terminó por atender.

En Forja y la Década Infame, Jauretche afila la puntería: “Forja fue una construcción hecha sobre la marcha y puso en evidencia lo que Scalabrini Ortiz llamaba ‘la política invisible’ y la mano extranjera que manejaba sus hilos (...) Forja no constituye el lenguaje orgánico de una ideología ni de una doctrina. Podría ser a lo sumo su balbuceo. Pero precisamente está ahí su mérito. Históricamente, es más importante descubrir el fuego que la energía atómica”.

Forja como un balbuceo, Forja como el fuego originario (el fuego sagrado) con que se cargarían las municiones de un lenguaje más articulado y complejo con el que tendría, no obstante, más de una disidencia. Más allá de la compleja y volátil relación que mantuvieron Jauretche y Perón –se entrevistaron por primera vez una mañana de agosto de 1943– y en la que, si bien hubo admiración mutua, no existió amistad, muy pronto Jauretche impuso a los suyos una norma primera, la revolución del GOU debía ser apoyada, aunque no se supiera bien qué rumbo tomaría ni cuáles serían sus premisas ya que, sea cual fuere el resultado, significaría el fin de la Década Infame.

Si al principio Jauretche funcionaba como una suerte de asesor, es cierto que después hubo una distancia importante. No tanto por un desencuentro ideológico sino por un malentendido: aparentemente Perón delegó en Jauretche la designación de algunos de los miembros de su gabinete (luego de que rechazara el puesto de interventor porque “un civil sería despedazado por la oposición enconada”). Jauretche se decidió por todos miembros del movimiento forjista a los que, luego, les sería negado ese nombramiento sin ningún tipo de explicación.

Como un desorden inserto en un caos, la relación entre Forja y el peronismo (y su adhesión con reservas) es por demás compleja, aunque otra vez Jauretche vuelve a iluminar: “El mayor número de los militantes de esa minoría combativa y sin recursos que desde oscuros sótanos trabajó para el reencuentro con lo argentino, se sintió descargado de un peso superior a sus fuerzas, cuando en 1945 otras espaldas lo hicieron suyo y otras voces con más aptitud política e instrumentos supieron llevar a la multitud como acción lo que sólo habíamos llevado como idea”.

CARACTER EN 140 CARACTERES

Pese a su singular trayectoria –insular, en algún punto paradójico– Arturo Jauretche, a cuarenta años de su muerte (se cumplieron el 25 de mayo), terminó convirtiéndose en uno de los máximos referentes del pensamiento nacional y, al mismo tiempo, en una marca registrada mencionada incluso por aquellos que no lo leyeron ni les interesaría jamás leerlo, circunstancia esta última que también lo emparienta con Jorge Luis Borges.

Galardones, calles, libros, universidades, agrupaciones, citas, monumentos y canciones se vienen tironeando su nombre, con mayor o menor suerte, como nunca antes. Y es que la gramática Jauretche constituye una combinación perfecta de forma y contenido, de cáscara y fundamento. No se trata sólo del slogan certero, preciso, que hace girar la cabeza o despertar una sonrisa, sino que detrás de esos pequeños hallazgos sin importancia hay también una verdad o, por lo menos, una alternativa que acribilla el lugar común, como sucede sobre todo con su Manual de zonceras argentinas.

En ese sentido, la frase de Jauretche combina chispa maradoniana con profundidad martinfierrista, no por el grupo sino por el gaucho cuyo autor era uno de sus referentes ineludibles.

Una antología del fraseo jauretcheano no sólo tiene vigencia (la vigencia, hoy, a esta altura, no significa nada) sino que resulta suficiente para analizar y dar cuenta (con claridad) de casi todo lo que sucede por estos días, incluido el asunto de Griesa y sus fondos buitre, se esté de acuerdo o no con la postura política que sus principios implican.

Alcanza con una muestra: “Los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha”; “No existe la libertad de prensa, tan sólo es una máscara de la libertad de empresa”; “Las disputas de la izquierda argentina son como los perros de los mataderos: se pelean por las achuras, mientras el abastecedor se lleva la vaca”; “El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre; el nuestro, se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo”; “Lo actual es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será”; “La economía moderna es dirigida. O la dirige el Estado o la dirigen los poderes económicos”; “Asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero”; “En economía no hay nada misterioso ni inaccesible al entendimiento del hombre de la calle. Si hay un misterio, reside en el oculto propósito que puede perseguir el economista y que no es otro que la disimulación del interés concreto a que se sirve”; “Los cabecillas de la plutocracia de la información impiden, por el manejo organizado de los medios de formación de las ideas, que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelvan en función de sus verdaderos intereses”; “Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los ‘democráticos’ es un paralítico con la ilusión de la libertad al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos.”

LAS IMAGENES FUERON TOMADAS DE PENSAMIENTO NACIONAL PARA PRINCIPIANTES, LIBRO QUE CON ILUSTRACIONES DE FABIAN MEZQUITA Y TEXTOS DE NERIO TELLO, ACABA DE PUBLICAR ERA NACIENTE.

Casi todas esas frases, es notable, podrían entrar en Twitter. En ambos sentidos, claro: en los cientocuarentacaracteres y en la “tonalidad” del canto del pajarito. Semejantes saltos de tiempo, semejante ubicuidad, suele ser obra de la conjunción de dos esencias que no suelen ir de la mano. Jauretche era un hombre de acción y, al mismo tiempo, un escritor reflexivo. La gran prueba es su poema El paso de los libres, sobre la frustrada rebelión radical de 1933 quien contó con un prólogo de Borges que lo incluía en la tradición gauchesca de Ascasubi y José Hernández, de la cual años después lo bajaría con su facón imaginario.

Jauretche era un intelectual que, además de advertir acerca del error de “adecuar la cabeza al sombrero” que cometen los “repetidores del papagayismo intelectual”, renegaba de serlo por su apego a lo que él llamaba la “universidad de la vida”. Un sociólogo que no trabajaba con categorías sino con casos concretos que se vuelven universales (Beatriz Guido como la escritora de medio pelo para lectores de medio pelo, el medio pelo como la situación forzada de quien trata de aparentar un status superior al que posee).

Su escritura es un graffiti que sienta las bases actuales del Estado.

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