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Domingo, 7 de septiembre de 2014

SOL NEGRO

La primera novela de Nic Pizzolatto, el guionista de True Detective, se llama Galveston y es un thriller oscurísimo publicado originalmente en 2010, mucho antes de que el autor soñara con ser el guionista estrella de HBO. Ambientada entre Texas y Louisiana, recuerda a la serie por su escenario del sur gótico y por la figura solitaria y feroz de su protagonista, pero también tiene influencias de Jim Thompson y Denis Johnson en su balance de brutalidad y elegancia.

 Por Rodrigo Fresán

Mientras ustedes leen esto, Nic Pizzolatto (Nueva Orleáns, 1975) está en lo más alto, en ese sitio desde el cual, si te descuidás, la caída es larga pero tan veloz y fatalmente mortal. Ahora, Pizzolatto planea cuidadosamente la segunda temporada de la serie televisiva que, a principios de este año, conquistó a crítica y a público: True Detective. Allí, Pizzolatto (creador y guionista único y productor ejecutivo) no sólo tuvo la astucia de fundir el noir más pantanoso con asesino en serie con las visiones cosmogónicas de Ambrose Bierce, Robert W. Chambers y H. P. Lovecraft. Pizzolatto tuvo, también, la sabiduría de recordarnos (el alucinado Rustin “Rust” Cohle que compuso Matthew McConaughey es la versión arrasada de aquel alucinante agente del FBI Dale Cooper) que la Twin Peaks de David Lynch y Mark Frost sigue siendo de lo más influyente jamás contenido por la caja idiota cuando, de tanto en tanto, se vuelve inteligentemente loca.

Antes de lo anterior, Pizzolatto era el humilde autor de una apreciable colección de relatos sucio-realistas (Between Here and the Yellow Sea, de 2006) que recordaban al Rock Springs de Richard Ford: vidas rotas recomponiéndose en sólidas historias donde ya quedaba plenamente demostrado el buen oído del autor para captar y poner por escrito eso que sólo se dice entre susurros. Cuatro años después llegó esta Galveston (finalista del prestigioso Edgar Ward en lo que hace al policial y ganadora en Francia del Prix du Premier Roman Etranger y ahora pieza de estreno para la colección Black Salamandra) con un título de resonancias más cercanas al western que al thriller. Pero –aunque se sabe que el killer desciende directamente del cowboy– no: estamos otra vez en el desfondado sur profundo y gótico y exótico, en las tierras baldías de Texas y Louisiana, y con un epígrafe de William Faulkner en la primera página.

Y hay más que un punto en común en Galveston con True Detective: saltos temporales (Galveston se proyecta hasta el 2008 para regresar al Big Bang-Bang donde todo comenzó), el maltrato de mujeres resistentes, parrafadas freak-filosóficas y cuasi místicas, y el paisaje arrasado como campo de juego del mal absoluto y donde las personas “son como cuervos atraídas por objetos brillantes” y “el pasado no es real” y “es como una costra sobre una herida que un día se cae y deja entrar la luz”.

Y es 1987 y Roy Cody –hijo de un borracho muerto en un accidente y de una madre suicida– es un cuarentón fracasado y alcohólico que acaba de enterarse de que tiene un cáncer de pulmón que se supone terminal. Y, aunque parezca imposible, sus problemas aún no han empezado. Porque, hey, Roy de tanto en tanto gana algo de dinero matando gente que le molesta a Stan Ptitko, gangster de Nueva Orleáns. Y Stan ahora se ha enganchado con la novia de Roy. Así que Stan decide apurar la agonía de Roy enviándolo derecho a una emboscada donde todo se complica y sólo Roy y una prostituta primeriza y adolescente, una tal Raquel “Rocky” Arceneaux, sobreviven. Y juntos se lanzan a la fuga y a la carretera. Y, más rápido de lo que dices “Jim Thompson”, las cosas se siguen torciendo. Porque se suma a la huida Tiffany, hermanita de tres años de Rocky. Y así todos acaban en un motel de Galveston (habitado por una fauna de triunfales perdedores) a la espera de que los acontecimientos se precipiten. Y, claro, los acontecimientos se precipitan.

Y, de acuerdo, uno ya vio esta película y siguió esta serie y leyó esta novela y, sí, gracias al boom True Detective, Galveston ya va camino de la pantalla grande. Sin ir muy lejos para atrás, ahí cerca está Drive –film de Nicolas Winding Refn y libro de James Sallis– para recordarnos que hay pocas cosas más atractivas que la visión de un hombre en movimiento sin brújula ni mapa pero con fantasías de redención antes del final que, se sabe, nunca será un final feliz.

Galveston. Nic Pizzolatto Salamandra 282 Páginas

En este sentido, hay momentos en que la lectura de Galveston produce la incómoda sensación de estar dando vueltas por un parque temático del género: ¡Bienvenidos a Pulpland! Pero cuando parece que Pizzolatto está disparando al aire para ver a qué o a quién le da a la hora del guiño y el homenaje (David Goodis es el fantasma más invocado) de pronto se recompone con una prosa tan lírica como dura que recuerda a esa obra maestra que es Hijo de Jesús de Denis Johnson o al Cormac McCarthy de tiempos en los que aún no estaba tan preocupado por ser Cormac McCarthy. Así, las escenas de violencia casi gráfica están balanceadas con otras (como el reencuentro de Roy con una ex, Loraine) que resultan igual de estremecedoras. Y que nos recuerdan –y aquí es donde Pizzolatto hace la diferencia– que toda la simpatía “de género” que podamos sentir por Roy no alcanza para disimular el hecho y la verdad de que no sólo es un tipo duro y peligroso: también es un mal tipo por más que esté tan bien escrito.

Un auténtico y original True Criminal.

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