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Domingo, 15 de febrero de 2015

MUJER DE TODAS LAS BATALLAS

En Todo el asombro, su nuevo poemario, María Teresa Dri confirma una apuesta vital por la poesía –que empezó a cultivar desde los años ’80, a la vuelta del exilio y tras el final de la dictadura militar– como un arte de enlace entre lo íntimo, lo colectivo y lo social.

 Por Susana Cella

“Cada palabra no sincera, desentona, degrada, desafina” afirma Luis Bruschtein en el prólogo al poemario de María Teresa Dri, Los nombres o el testimonio sagrado de los cuerpos para, por contraste, señalar lo auténtico y veraz de una poesía tejida en la siempre difícil relación entre la viva materia y la simbólica y a la vez carnal palabra que en cada uno de sus libros afronta esta poeta nacida en Entre Ríos, en un lugar cuyo destino convoca a rescatar del olvido y del literal hundimiento lo que fuera aldea natal y sitio de experiencias inaugurales, ya que Federación, donde ella dio sus primeros pasos en el mundo, quedó bajo las aguas después de la construcción de la represa de Salto Grande. Pero mucho más hubo de suceder para que el movimiento contra lo ocultado por aguas y censuras emergiera en una rotunda expresión poética que fue laborándose esmeradamente a través de una serie de libros que se sucedieron desde que, luego de retornar de la cárcel y el exilio, comenzara a publicar desde 1988 hasta hoy.

El agradecimiento a Laura Bonaparte, reiterado en su reciente Todo el asombro, no es sólo reconocer y valorar a quien supo ver la cualidad de su escritura, sino también un oficio de memoria que María Teresa Dri ha tejido a partir de una poética construida en base a la lucidez y la sensibilidad indispensables para forjar una expresión muy suya, sutil en la percepción de los detalles del entorno y a la vez abierta, expandiéndose, enlazando lo íntimo y lo general, como para que quien quiera oír que oiga, en la incesante búsqueda que tienta nombres, busca más allá de la palabra, o reconoce que el silencio “va a mi lado”, según los títulos de varios de sus libros, donde se emplaza una escena, vívida y sustancial, suerte de deseo de comunión plenaria “a pesar de la intemperie”, “hasta descubrir en la desnudez del aire/ cicatrices de un desvelo/ y un niño en el umbral”.

El impulso a recuperar el tiempo se anuda con los espacios que dolorosamente reclaman vías de acceso: “Todo se abisma”, se reitera en un poema en el cual la cualidad sonora (vagido, relincho) se trenza con los movimientos de la naturaleza y las criaturas: “ritmo de la sombra y de la luz” como misterios y develaciones en espejeos, armónico sucederse “de olas y cunas”. El abismo aquí no es hundimiento y oclusión, más bien es sitio a indagar buscando resonancias vivientes en los pliegues de la oquedad, en ecos. Y “Ecos” es la primera parte de este poemario donde se emplaza el sentido y la dimensión del asombro, condición primera según la filosofía aristotélica para acceder a la sabiduría. Según esta lógica, la del asombro, que bien puede verse como la contracara del escepticismo o del cinismo, nada está clausurado, todo puede ofrecer su voz e imagen a partir de los destellos del pasado y los signos del presente conjugados en lo “Insondable”, tal el título que culmina la primera parte: “la poesía late en la alborada/... abismal/ se derrama... se ilumina/ en abismos”.

El abismo pauta grados del descenso y del ascenso, el movimiento va en entre lo que condesciende a mostrarse, no sin resistencia, de ahí la pregunta: “cómo seguir escribiendo” (inicio de la segunda parte del poemario “Mujer de todas las batallas”) para “abrir el tajo turbio de la historia”. Desde esta máxima conciencia entre lo decible y el límite pueden nombrarse mujeres, hombres y niños irrumpiendo entre lo luminoso y eso oscuro que es “llanto, locura, gestos de la muerte” ante lo cual, pese a todo, se alza el andar, paso temblante y aun así, seguro por los filiales lazos indelebles, a la vez situados e interrogados, no sin dudas: “una bandada de pájaros se pierde en lejanías/ la joven contempla el vuelo/ y pregunta/ por qué mueren y a dónde / su padre que es el Padre/ le dice/ en el vuelo”. En nítido contrapunto se nombran los “angeles caídos en noches de invierno” en tanto la city baila “en un festín de sombras”, hiriente y en desmemoria o contramemoria.

Todo el asombro. María Teresa Dri Patagonia Editorial 76 páginas

Convocadas voces –como las de Juan L. Ortiz o Raúl González Tuñón (cuyas palabras sirven para titular la tercera parte: “También lo sabe el sol”)– intensifican tanto el conflicto como la infinita posibilidad de redención, y a esas voces se suman las de Manuel Scorza o Ernesto Cardenal, con su contundente “le saquean al pueblo su lenguaje”. Hasta que, como desenlace, acude la “violenta ráfaga de viento”, que alza contra mudez, cierre y pozo ciego, la iniciación de la música, o sea la palabra alzándose contra la opresión mortífera porque “el asombro guarda la luz”.

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