Domingo, 7 de junio de 2015 | Hoy
Apuntes, fragmentos reordenados, inmersiones en la intimidad y crónicas del mundo que late ahí afuera, en las plazas de toros, en los estadios, en las grandes ciudades, en el Buenos Aires de ayer, en el camino. Con Paracaídas & vueltas, Andrés Calamaro debuta en el “formato” libro con la paradoja de disolver los rastros literarios –Sam Shepard, Bob Dylan, Arlt– que pudiera haber cultivado en sus lecturas pero con una lírica y búsqueda de estilo para nada ajena a su larga carrera de músico, compositor y letrista. El resultado es una apuesta a alejarse del anecdotario del rock star para disparar, desde un rincón más personal, un bienvenido trabajo con la escritura.
Por Fernando Bogado
Todo ejercicio de escritura es un salto al vacío. Algunos prefieren la seguridad de tener el diagrama terminado antes de sentarse a escribir la primera página: pasaba con Héctor Tizón, por ejemplo, que armaba todo el croquis de la novela que pensaba escribir y después se disponía a poner las primeras palabras. Pero, en última instancia, por más planeado que esté todo, siempre hay un componente de incertidumbre que, en la mayor parte de los casos, abisma y hace temblar al escritor (o proyecto de escritor) que se inmoviliza frente a la página en blanco. Andrés Calamaro no parece, a primera vista, un artista (para hacer justicia también a su lírica, a su poesía) poco prolífico. Todos recuerdan las anécdotas de escritura de los temas reunidos en tres discos imprescindibles de su producción, Alta Suciedad (1997), Honestidad Brutal (1999) y el infatigable El Salmón (2000), tres discos que muestran no sólo una tremenda curiosidad musical por ir tanteando diversos géneros –tango, flamenco, reggae, rock–, sino que también lo presentan como un poeta popular que plasma rabiosamente sus pareceres, sus impresiones, sus versos en canciones que todo el mundo conoce o que completan el circuito de un género de todos y para todos como es el rock y sus aristas: canciones que guardamos para los días de la vida, canciones con las que hemos amado, llorado, vencido y caído.
Y aquellos cuatro momentos, cuatro niveles, digamos, y el desparpajo por decir las cosas y, al mismo tiempo, filtrarlas por el tamiz del estilo (que, recordemos, no es un atributo sino una hermosa imposibilidad: tal o cual no pueden escribir de otra manera) están presentes en Paracaídas & vueltas: diarios íntimos, un libro que reúne textos escritos en los últimos quince años que, al comienzo, pueden enganchar al lector por el lado del breve anecdotario, pero esto de lo “íntimo” va resignificándose tras pasar cada página para alejarse de la historia biográfica y convertirse en un verdadero mapa sentimental, en un auténtico, aguerrido, notable trabajo de escritura.
No por nada la primera imagen que evoca Calamaro en el prólogo es la del “cántaro roto” o “la fuente seca”, dos figuras que aparecen en varios de sus temas (“Media Verónica” y “Los Divinos”, este último del disco de 2011 On The Rocks): la idea que tiene todo el texto es mover todo un imaginario lírico plasmado en canciones hacia un espacio literario, mucho más volcado a la paciencia de la lectura y al ritmo del texto, cambiando de fuente. La idea aquí no es confiar plenamente en el problema de la inspiración que, como la historia lo ha demostrado, es apenas un pretexto para no hacer las cosas, para no meterse en el arte. Calamaro ha trabajado con pasión y método sus canciones y eso mismo notamos en estos escritos, apuntes marginales que, como bien indica el mentado prólogo “Palacios de arena”, está compuesto por fragmentos reordenados según pareceres compartidos con Rodolfo Palacios, periodista, mucho más conocido en su rol de redactor de las noticias policiales y responsable de la edición de este libro y de Senderos extraviados de otro protagonista de la literatura y el rock, Enrique Symns (con quien Calamaro comparte un intercambio de mails, bah, de cartas y que publica también en el libro).
Apuntes, entonces. Ahí reside la clave de todo el libro: un apunte es una impresión capturada en la letra y bajada al papel, como si el responsable fuera una lámina sensible que captura todo lo que tiene a su alrededor. Así, tenemos increíbles descripciones del Retiro de la niñez del autor, pasando por recuerdos tomados de sus seres queridos y allegados (como su padre hablando de Gardel) o un muy particular racconto que trae a cuenta situaciones vividas, camufladas en un código que al principio resulta imposible de entender pero que, a la larga y con el paso del tiempo, va cobrando sentido, como nombres de una fauna particular (en un ejercicio cuasi-dylanesco: Miguel Abuelo es “Mike”, el “citizen García” es Charly, etc.), nombres de su memoria que no caen en la nostalgia. O sea, más que evocación, cuando el libro se concentra en los nombres de los que acompañaron al autor, la lógica es la de un diálogo abierto con los que no están. “No soy un adicto a la nostalgia ni presento un libro de anécdotas de un pasado que, como todos los pasados, ya no transcurre”, agrega Calamaro en entrevista “postal”, vía mail. “Siempre fui la misma persona y espero tener una vida longeva siendo el mismo. La imagen de diálogo abierto que nunca se cierra es muy... agradecida. Doy las gracias. Mi pasado, si es que molesta, es apenas un elemento decorativo en este libro, que no es una biografía formalmente y responde a la intimidad del diario libre. Honrar la presencia es lo mejor que pude haber hecho porque estaría siendo un ejercicio de respeto y de memoria, sin necesidad de generar nostalgia ni tristeza. Quizás una emoción de otra clase. Sinceramente, dejé de lado cierto tipo de anecdotario más ‘comercial’ para enfocarme en hacer el mejor libro posible, por así decirlo. Mi experiencia personal me ayuda porque no puedo confiar completamente en mi fantasía o en mi poder literario. Lógico.”
Otro rasgo insistente en Paracaídas & vueltas es el tono de crónica que sigue a varios fragmentos. En principio, hay una gran cantidad de reseñas de corridas de toros, la mayoría reunidas en “Cargar la suerte (aguafuertes taurinas)”, viñetas acompañadas no por el objetivismo periodístico, sino por la implicación de quien ve y disfruta del evento, estrictamente, como parte de una conexión con la cultura popular del lugar que visite, sea ya México, España o inclusive Ecuador y Perú. Bien podría decirse, en la tradición del Hemingway de Muerte en la tarde o del “aguafuertismo” de Roberto Arlt, aunque cargado de otro estilo. En esa misma tónica aparecen los comentarios de recitales de la sección “La vuelta al día en ochenta mundos (On the Road)”, y es que tanto el torero como el músico deben enfrentarse cara a cara contra el imprevisto toro que lo desafíe en la plaza o el público de corazón abierto que resiste cualquier injerencia climática, cualquier escenario, para ver al torero-cantante.
“Lamentablemente, nunca escribo con lecturas en mi horizonte”, puntualiza Andrés. “Lo siento porque no me vendría mal escribir con modelos literarios o académicos. Leí a Sam Shepard y conozco alguno de sus guiones para cine y teatro; y leí las Crónicas de Bob Dylan. Cualquier comparación es buena, teniendo en cuenta mi status anecdótico de casi debutante. Pero no pude imprimir mis lecturas en mis propios textos, lo mismo me ocurre con las grabaciones de música. No tengo tanta organización ni esa clase de conducta que me permita replicar estilos o formatos de producción musical. Me gustaría ser más disciplinado y poder copiar formas de grabar discos o algo en la redacción o en el poder del texto. Quizá no pase de la anécdota de ser un libro escrito por un músico con una vida interesante, pero nuestra intención (estoy incluyendo a mi mentor, Rodolfo Palacios) fue presentar un libro de literatura. Intenté evitar las fotos y la portada con retrato pero entendí las razones de la editorial. Lógicamente, sé la distancia entre lo que yo escribo y lo que escribieron tantos grandes intérpretes de la literatura. Ni siquiera leí el Ulises de Joyce, ni a Marcel Proust. Y conozco mis límites y limitaciones. Sé todo lo que mi libro no es. La literatura es un universo académico y virtuoso. En ese sentido estoy editando con mucho respeto”.
Paracaídas & vueltas resulta un libro que se lee, primero, con cierta curiosidad, luego, con un interés cada vez mayor, a medida que se descubre a alguien que tantea con diversas formas literarias para encontrar el meollo de lo que quiere contar. “Ficcionarios y Findelmundismos (Diarios íntimos)”, por ejemplo, funciona como una sección que combina en igual grado hechos que aparentemente han sucedido con un esquema de ficción que sorprende: los nombres elegidos, las fechas y autores inventados (¿heterónimos?), las referencias, la frase corta y tajante (herencia de su costado lírico) que cierra casi como el remate de un chiste de risa fría y distante, etc. Calamaro reverencia a la literatura desde su lugar artístico pero no por eso la deja sin tocar: la humildad que demuestra en sus declaraciones a la hora de hablar de él como escritor es el contrapeso exacto a un libro que parece una biografía de rockero (imagen fetichizada que penetra más de un imaginario) pero que termina siendo una apuesta literaria con algunas victorias a cuestas. “En ese contexto mi inspiración son todos los peines que se me cayeron”, cierra Calamaro en una carta enviada desde España, durante los primeros minutos de su despertar, mail que bien podría ser el epílogo del libro que acaba de editar. “Por lo visto fueron muchos... Metafóricamente hablando. No tengo una clase de inteligencia que me permita recordar nombre de libros y de personajes, autores. Mucho menos el estilo de un escritor y sus traductores. Me faltan muchos libros para poder decir que hay algo de homenaje a mis lecturas. Ni siquiera mis discos reflejan la música que escucho. Lógicamente, lo lamento en ambos casos. Sigo despertando. Juntando los peines caídos mientras tenga pelo”.
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