libros

Domingo, 17 de agosto de 2003

Bananarama

Amrita
Banana Yoshimoto

trad. Mercedes Corral
Tusquets
Barcelona, 2003
346 págs.

por Cecilia Pavón

Si uno escribe Banana Yoshimoto en un buscador de Internet, se encontrará con cientos de páginas de sus fans, que han creado algo llamado “Bananamanía”. En estas páginas caseras, la escritora japonesa es venerada como podría serlo un backstreet boy o cualquier estrella del videoclip: “Que mi novio Jason me regalara un libro de Banana fue lo mejor que me pasó en la vida, cuando releo sus libros siento la necesidad de escribir una y otra vez las partes que más me gustan”, dice en su página Cindy, una chica de 22 años de Baton Rouge, y luego copia una larga lista de fragmentos sobre temas como el amor, la naturaleza, la brisa de la mañana, o un paseo en descapotable por una autopista.
Como si al escribir, Yoshimoto, hubiera tenido en cuenta el deseo de sus fans de llenar de “citas memorables” sus cuadernos de espirales, Amrita —su cuarta novela publicada– es un texto hecho de breves pasajes impresionistas, pequeñas meditaciones cotidianas, a la diario íntimo, en la que la trama narrativa no es más que un trasfondo sobre el cual desplegar una sensibilidad particular. Tras un acontecimiento trágico en su vida, la muerte de su hermana gemela, Sakumi, la protagonista principal y narradora, sufre una pérdida temporaria de la memoria. Este suceso se vuelve una puerta de acceso hacia una nueva vida, o la experimentación de un renacimiento, y la excusa para detenerse a contemplar y describir cualquier mínimo hecho cotidiano como si de un fenómeno extraordinario, cargado de poesía, se tratara.
Actos anodinos como conocer a una persona nueva en un bar, reencontrarse con una compañera de colegio o escuchar un compact de heavy metal por primera vez son descriptos con una mezcla de exaltación y naïvité que para muchos resultará insoportable y para otros tendrá resonancias de iluminación zen. Pero un zen que tiene algo de teen-pop, de rosa chicle, de colegiala tímida y de ojos biselados salida de un manga. Muchos periodistas hablan de la obra de Yoshimoto como el mejor reflejo de la mentalidad y los sentimientos de los jóvenes del Japón contemporáneo, algo así como una generation x nipona. Un universo en el que la vida hipertecnologizada de lap-tops, tamagochis y edificios inteligentes convive con elementos de un pensamiento mágico que hunde sus raíces en tiempos ancestrales. Amrita cumple con este esquema, y a lo largo de la novela se suceden episodios sobrenaturales –apariciones de fantasmas, fenómenos de telepatía y de precognición– con toda naturalidad, y la mayor o menor sensibilidad hacia estos fenómenos paranormales son interpretados como características de la personalidad, en disparatadas reflexiones excéntricas que mezclan términos del psicoanálisis, el sintoísmo, los libros de autoayuda americanos y la filosofía new age, sin ningún pudor epistemológico. En este rasgo de su obra hacen hincapié sus detractores, cuando la llaman la “Isabel Allende japonesa”, acusándola de seguir una fórmula estereotipada y vacía, creando una imagen de un Japón for export –su primera novela, Kitchen, publicada en 1988, vendió 6 millones de copias en todo el mundo–.
Más allá de cualquier consideración sociológica, lo más interesante de Amrita se encuentra en el riesgo de su simpleza. Una simpleza abrumadora, hasta descarada, que el lector podrá odiar o amar en ambos casos justificadamente. “Ahora que lo vuelvo a leer me doy cuenta de cuán ingenuo es y me ruborizo”, dijo Yoshimoto en una entrevista refiriéndose al libro. “Y sin embargo”, continúa, “creo que nunca más en toda mi vida podré escribir algo con el mismo abandono, la misma espontaneidad”. Entregarse a esta espontaneidad, que por momentos bordea la delgada línea que separa lo sublime de la tontería, es la mejor forma de leer esta novela.

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