libros

Domingo, 31 de agosto de 2003

Para nosotros, la libertad

La conspiración hacker
Los robinhoods de la cibercultura

Rubén Ríos
Longseller
Buenos Aires, 2003
96 págs.

por Daniel Link

Por todas partes, el capitalismo hace agua. Y esa ruina sucede, paradójicamente, en un más allá de la dialéctica, que fue la forma dominante de la política en el siglo pasado (la época de la economía de la necesidad). Hoy, nos dicen (por ejemplo Zigmunt Baumann), la modernidad ya no es sólida, el poder se asocia con la velocidad y la movilidad, el trabajo ya no se opone (dialécticamente) al ocio, como antaño, y lo que sucede ante nuestros ojos (¡oh, milenarismo!) es el nacimiento de una nueva era: la modernidad líquida, la época de la economía del deseo, las sociedades en red, en las que cada uno hará lo que le plazca porque el trabajo se vuelve inmaterial y la cultura quedará libre de todo afán lucrativo.
Todo esto, naturalmente, tiene que ver con un salto tecnológico sin precedentes que las mentes más lúcidas del siglo pasado habían a medias preanunciado. Valéry, Benjamin, Borges: una utopía anárquica que entonces hacía de la mera actividad (y no del producto que se deduce de ella) la fuente de todos los goces estéticos y culturales, y que tenía la forma de la enciclopedia o el libro de los pasajes.
En un bello libro distribuido el año pasado entre nosotros, La ética del hacker (prologado por Linus Torvalds y epilogado por Manuel Castells), Pekka Himanen anunciaba el fin de una era, una ética, una perspectiva temporal y una economía. Además de amigos y expertos en nuevas tecnologías –Torvalds es el inventor del poderoso sistema operativo Linux, que cada día gana más adeptos: además de ser inmune a los virus, el Linux, a diferencia de su aventajado competidor, ¡no se cuelga nunca!–, los tres son hackers, es decir: fundadores y promotores de Internet, todo lo que con ella se asocia (desde los programas digitales para copiar música hasta los más recientes copiadores de DVD) y defensores de una ideología libertaria en lo que al uso y apropiación de la tecnología y los bienes culturales se refiere.
El hacker, esa misteriosa categoría hoy en boca de todos, es el objeto de reflexión de Rubén Ríos (autor, entre otros títulos, de Para una metafísica argentina o Ensayo sobre la muerte de Dios. Nietzsche y la cultura contemporánea). No es raro que Ríos (más que un lector atento de Radarlibros uno de sus colaboradores más asiduos) haya llegado, pues, a la figura del hacker de la mano de los grandes nombres de la filosofía moderna: el hacker pone en entredicho las ontologías del presente con las que solíamos manejarnos. Tal vez por eso, el poder paranoico ha criminalizado terminantemente esa práctica anárquica, sin que eso, claro está, haya podido detener la marea (¡nuestra modernidad es líquida!) de generosidad, uso compartido y rechazo de la propiedad intelectual que todo hacker encarna, gesto a la vez de democratismo extremo y soberana aristocracia (después de todo, queda dicho, esa dialéctica también es ya caduca).
En La conspiración hacker, Ríos ofrece un relato pormenorizado de las intervenciones de los hackers, la consolidación de su ideología contestataria (sólo los hackers nos salvarán de Big Brother: “Decimos no a la sociedad de la información. Sí a una sociedad informada”, se lee en uno de sus más célebres manifiestos) y las batallas libradas en contra de las megacorporaciones y las Cortes de Justicia del mundo, cómplices de aquéllas. Concebido como un libro de divulgación, La conspiración hacker es mucho más que eso: más de una vez ronda el panfleto y uno está tentado de decir que está bien que así sea. Después de todo, la libre circulación del saber y la información no puede sino ser una bandera que todos deberíamos sostener: la cultura al alcance de todos, la máquina como amiga de hombres y mujeres y Terminator apenas como un cuento de terror primitivo.

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