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Domingo, 14 de septiembre de 2003

ENTREVISTA

La ampliación democrática

El politólogo Guillermo O’Donnell pasó fugazmente por la Argentina y, en conversación con Radarlibros, se retractó de su anterior pesimismo acerca de los cercos de la democracia. Para O’Donnell, en la Argentina de hoy todo vuelve a ser redefinido.

Por Cecilia Sosa

Desde que en 1979 se exilió en Brasil, Guillermo O’Donnell nunca volvió a vivir en el país. Pero según dicen muchos (y él mismo acepta) su obra no es más que una obcecada reflexión sobre Argentina. La semana pasada llegó de la Universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos), donde trabaja desde 1988, para participar de una charla en el Centro de Estudios Políticos Económicos y Sociales (Cepes), la think tank que lidera Carlos “Chacho” Alvarez. En diálogo con Radarlibros, el politólogo y ensayista reivindicó el concepto de agencia, puntualizó por qué es importante distinguir democracia de régimen y apostar por los derechos políticos como trampolín para la ampliación de los derechos cívicos y sociales, temas centrales de Democracia, desarrollo humano y ciudadanía, el libro que acaba de editar Homo Sapiens y del que fue uno de los compiladores.
En 2001 hablaba de la muerte de la democracia. Ahora plantea al ciudadano como un agente capaz de mejorar la calidad democrática. ¿De pronto se volvió optimista?
–Son dos planos diferentes. Durante mucho tiempo me preocupó que la democracia argentina se fuera extinguiendo, por eso hablaba de una “muerte lenta”. Aunque ahora hay cierto alivio, el riesgo sigue estando. Otro plano distinto es pensar de dónde sale el vigor posible de una democracia. Eso es lo que me llevó a pensar que la democracia no es sólo un régimen sino un modo específico de relación con el Estado y de los ciudadanos entre sí. La democracia tiene la obligación de reconocer a todos como ciudadanos responsables. Ese plano de igualdad es violado constantemente pero también puede ser constantemente reactivado. Es la única forma política que contiene ese carozo que puede ser explotado. Y ésa es la idea de agencia.
¿El concepto de agencia es, entonces, una categoría moral?
–Un intelectual debe ocuparse de cosas que lo conmueven moralmente. Cuando escribo es porque estoy enojado o preocupado por algo, no porque pienso que debo llenar tal o cual agujero en la literatura. Escribo sobre las cosas que me preocupan cuando me afeito. Y muchas veces me corto. La condena moral a la violencia y a la represión estatal es una de ellas. Lo que ahora me moviliza es esta inconsistencia entre la vigencia de un régimen democrático y seguir viviendo con miedo a la violencia física, a la represión, al hambre, al frío y a ser humillado. Allí reside la contradicción entre un régimen democrático que dice que somos ciudadanos iguales y una práctica social que no sólo lo niega sino que en los últimos años ha acentuado su crueldad. Creo que en esta inconsistencia están los elementos morales y políticos que permitirían superar esa situación.
¿Se refiere a la idea de que las democracias de América latina deberían usar los derechos políticos para ampliar los derechos civiles y sociales?
–Los derechos políticos son lo único que tenemos. En estas democracias de América latina, los derechos civiles son negados a la mayoría y ni qué decir los derechos sociales. Entonces, ¿qué tenés para organizarte, para alentar una esperanza, para pensar en un futuro?: los derechos políticos. Una crítica a la democracia desde adentro supone no olvidar que los derechos políticos son muy valiosos, no reconocerlo es ayudar a los adversarios a destruir lo único que nos queda.
¿Cree que movimientos como el de los cartoneros, los piqueteros o las fábricas recuperadas apuntan en esa dirección?
–No sé cómo debería darse el proceso y no creo que tenga que saber. Que un intelectual tenga capacidad de diagnosticar no le da derecho a prescribir acción. La soberbia intelectual suprime la política. La obligación del intelectual, y es un tema casi socrático, es colocarmolestamente temas. Esa es su obligación y ahí termina su papel específico.
Usted afirma que la seguridad es el único tema de la agenda pública no impuesto sólo por los sectores dominantes. ¿Por qué?
–Si se recorre la agenda pública de la última década, los temas que aparecen son los de una economía definida de una manera muy específica, alguna ayuda social como cataplasma y la criminalización indirecta de la pobreza vía el tema “seguridad”: son los temas de los que ya empezaron ganando. La composición de esa agenda es el reflejo sintomático de la distribución del poder. Es un termómetro social tanto en lo que incluye como, por supuesto, en lo que excluye. Hay una agenda silenciada que es el inventario de las demandas que han sido suprimidas durante años.
¿La lucha por ampliar los derechos coincide con el desocultamiento de esa agenda silenciada?
–Tratar de alcanzar derechos civiles y sobre todo corregir horrores sociales otorga la posibilidad de ejercer el poder. Si vivo con miedo, si me maltratan en la vereda, si no puedo ir ante un tribunal, es muy difícil que logre articularme con otros. Puedo conocer mis derechos pero no tengo forma de efectivizarlos, estoy desapoderado. El gran triunfo de los criminales ha sido socavar las bases de la acción colectiva, no sólo una identidad política, sino la capacidad humana de juntarse.
¿La pobreza no es un obstáculo real en ese proceso?
–No sólo la pobreza material, también la pobreza legal, el despojo de derechos puede ser aún más grave. Sin duda hay gente heroica que se sobrepone a las limitaciones pero la sensación de que si actúo voy a ser castigado puede ser un impedimento tanto más grave que el hecho de no saber si mañana no voy a comer. La combinación es diabólica.
Usted afirma que entre democracia, desarrollo y derechos humanos hay una afinidad electiva, ¿a qué se refiere?
–El ser humano al que se refieren muy explícitamente los derechos humanos, y más indirectamente los que hablan de desarrollo humano, es el mismo agente en el que creo haber encontrado el carozo de la democracia como régimen político. Y es también la misma concepción filosófica que está inscripta en todas las religiones humanas, el Islam, el judaísmo, el cristianismo y también el budismo. Todas coinciden en que somos responsables de nuestros actos. Después cometemos horrores, pero el concepto central es de agencia.
¿Cuáles son las consecuencias de reducir democracia a régimen?
–Es una reducción esencialmente conservadora que amputa una dimensión fundamental de la democracia y convierte la unidad de análisis en el votante. Es la opción más cómoda para los conservadores y para buena parte de los politólogos argentinos.
Entonces, ¿cómo definir la política?
–Eso siempre ha sido objeto de lucha. Históricamente la derecha siempre ha definido la política como un objeto muy angosto, dejando el resto al juego de los poderes sociales, sean el papá, la familia, el empleador o la iglesia. La política democrática es una permanente lucha por la redefinición de esas fronteras. En la Argentina del menemismo sufrimos una derrota abismal a manos de la derecha, que logró arrinconar lo público y lo colectivo a espacios sumamente reducidos. Ahora, esa frontera vuelve a ser discutida.

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