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Domingo, 14 de diciembre de 2003

Constante con variaciones

Oracle Night, la onceava novela de Paul Auster, llegó a las librerías angloparlantes al mismo tiempo que un volumen de sus Collected Prose. Contra todas las expectativas, Oracle Night devuelve a los fans del controvertido autor norteamericano razones para defenderlo.

 Por Rodrigo Fresán

La ocurrencia incesante
Algunas cosas que suceden en las 243 páginas de Oracle Night –la nueva y onceava novela de Paul Auster– (a agarrarse fuerte):
Sidney Orr, un escritor bloqueado que acaba de salir de lo que se suponía un enfermedad terminal (lo que no impide que siga sufriendo imprevisibles y caudalosas hemorragias nasales), compra un cuaderno azul made in Portugal en Paper Palace, la tienda en Brooklyn de un misterioso oriental llamado M. R. Chang, y descubre que no puede parar de escribir. Un amigo –otro escritor, el legendario John Trause– le comenta a Orr el “Episodio Flitcraft” en el séptimo capítulo de El halcón maltés de Hammett (a su vez inspirado en el “Wakefield” de Hawthorne). Orr comienza a escribir casi sin pensar una extraña novela donde Nick Bowen, un editor de éxito, deja su casa luego de leer un inédito titulado Oracle Night (donde se cuenta el drama de un hombre que pierde la vista en la Primera Guerra Mundial, pero accede al terrible don de ver el futuro) firmado por una novelista de culto de los años veinte. Bowen, enamorado a primera vista de una joven, acaba encerrado en un refugio antiatómico y sin poder salir. Y la novela de Orr queda inconclusa; pero la realidad no deja de proponer extraños acontecimientos entre los que se cuentan una variación de La máquina del tiempo (donde se intenta y no se consigue impedir el asesinato de JFK); una pelea a golpes de karate y una fellatio a cargo de una bella puta jamaiquina; la desaparición de la mujer amada por Orr, su enigmática esposa Grace; un embarazo incierto y un aborto a patadas; una muerte por acción de un coágulo que viaja desde una pierna a un pulmón y un asesinato a balazos; un –otro– manuscrito perdido donde se describe la hipótesis de un nuevo imperio constituido por la unión de naciones latinoamericanas bajo el título de El imperio de los huesos; la súbita hipótesis de un amor prohibido; las idas y vueltas de un adolescente disfuncional y peligroso; un taxista epifánico, Ed Victory, cuya biblioteca está compuesta por guías telefónicas de todo el mundo comulgando en lo que denomina como Oficina de Preservación Histórica; una postal terrible de los campos de concentración nazis; varias notas al pie extendiéndose a lo largo de páginas enteras; y, claro, la impostergable necesidad de salir a comprar más cuadernos azules y portugueses para que la historia continúe, para que no dejen de suceder cosas.

La casualidad permanente
Paul Auster lo ha convertido en su Gran Tema, pero fue Carlos Saúl Menem quien lo patentó con las palabras justas: La Casualidad Permanente como esa fuerza secreta y escondida que de tanto en tanto asoma la cabeza y nos obliga a pensar, temblando, que el mundo en que vivimos está regido por los caprichos nada azarosos de un matrix-escritor desquiciado. Y lo bueno es que Auster –lejos de la tontería de Mr. Vértigo o de la trampa para fans que fue El libro de las ilusiones– decide en Oracle Night jugar al mismo juego de siempre pero, por una vez, cambiando las reglas y, todo parece indicarlo, sentarse a escribir sin pensar demasiado en lo que cabe esperar de un libro de Auster. En Oracle Night –una suerte de ensayo doméstico y noir, una metafísica de la metaficción, un arenoso libro cuyas múltiples tramas no dejan de mutar y de fundirse entre ellas o de separarse, un making of de sí mismo– reaparecen las coincidencias sospechosas, sí, pero esta vez no encajan con la precisión de un rompecabezas figurativo sino que proponen un modelo abstracto que jamás permite imaginar adónde va a ir Sidney Orr y adónde acabaremos acompañándolo nosotros. Y eso es bueno.
“He escrito este libro –una especie de ópera de cámara– tal vez para exorcizar una serie de pequeñas y no tan pequeñas calamidades que me han sucedido en los últimos tiempos en los que soy cada vez más consciente de la precariedad de la vida. Lo he escrito como si estuviera en trance”, declaró Auster hace poco. Y se nota. Y es una buena noticia para todos aquellos que disfrutaron de La invención de la soledad o de Leviatán y que todavía no se reponen de esa mordida que fue la pulguienta Timbuctú.
Así, en su ausencia de cálculo o en su libre albedrío, Oracle Night –publicada en tándem con un Collected Prose– remite al mejor David Lynch o a otros libros donde el fragmento es rey y virtud y la incertidumbre, pericia –pensar en Valis de Philip K. Dick o en Parecía un paraíso de John Cheever o en Madera noruega de Haruki Murakami o en El nombre del mundo de Denis Johnson–, y donde lo que en realidad se acaba narrando de forma práctica es la teoría de un credo autoral. Una especie de abigarrado autorretrato al estilo ¿Dónde está Wally? Si lo buscamos con cuidado, descubrimos entre el gentío y el ruido al autor sonriéndonos y saludándonos con la manito.

La interrupción constante
Pero tal vez lo más interesante de todo no es lo que ha escrito Auster en Oracle Night sino el modo en que nos obliga a leerlo: de una sentada; incrédulos ante las cosas que suceden y que sin embargo optamos por creer para poder seguir ahí adentro; riéndonos por las tonterías que se le ocurren para enseguida preguntarnos si en realidad son tan tontas o si no serán muy inteligentes; inexplicablemente agradecidos por el hecho de que ninguna de las subtramas de Oracle Night llegue a final alguno. Porque Oracle Night –con su estructura de muñecas rusas o de cajas chinas o de aquel austeriano y celebrado Cuaderno Rojo– parece narrado por una Scherezade indecisa y sádica, dueña de grandes principios que acaban debiéndonos su pequeña conclusión.
Oracle Night –con su pulsión collage, con su anarquía disciplinada, con sus múltiples guiños a libros anteriores de Auster, con esa prosa tan funcional y al mismo tiempo como traducida de un idioma extraterrestre– es lo más parecido a un sueño o a una pesadilla. Un libro que –una vez terminado, al despertar– nos produce la sensación de habernos asomado a una obra maestra o a un magistral absurdo. Da igual. Así son los sueños; y –como le dice Grace Orr a su sangrante marido– “siempre habrá una salida mientras se pueda seguir soñando”.
En cualquier caso: bienvenido a casa, Paul. Todo –casi todo– se te ha perdonado.

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