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Domingo, 14 de diciembre de 2003

La gran quemazón

ISABEL PERON
María Sáenz Quesada

Planeta
Buenos Aires, 2003
488 págs.

POR JORGE PINEDO

Cuando un país descuida a quien le entrega las armas destinadas a su seguridad, resulta más que probable que éstas, más temprano que tarde, apunten en su contra. La dictadura militar de ayer y las policías corruptas de hoy atestiguan tanto el quiebre de esa evidencia como la flaqueza de la memoria. Ni qué hablar cuando cede su economía a los bancos, la función ejecutiva a advenedizos, la legislativa a rufianes y mercachifles o la Justicia a timberos. Así es cómo una Nación se convierte en yermo territorio. El sendero que va de las guaridas de la Triple A en el Ministerio de Bienestar Social en 1975 al puente Pueyrredón de Kosteki y Santillán ayer nomás sigue indeleble de sangre, con treinta mil escalas en su derrota, balas y poder político en idénticas garras.
No por dura y penosa, la realidad se extingue aunque se la disfrace o reniegue. La tarea del historiador acaso represente la oportunidad de volver sobre lo pisado en pos de las huellas y las marcas. Tras una revisión del papel de las mujeres en el rosismo y de la oligarquía decimonónica, María Sáenz Quesada irrumpe con los avatares de la Argentina mediatizados a través de la persona de María Estela Martínez Cartas, (a) Isabel Perón, Chabela para los íntimos. Sin proponérselo en forma expresa, el casi medio millar de páginas refresca momentos y personajes aplastados por la figura monumental de Perón que le dio forma, no menos que por la genocida dictadura que le puso fin a su breve reinado. Sirviéndose de las crónicas de la época tanto como de los testimonios de los protagonistas (incluye los de Massera, Villarreal, brigadieres, jueces, legisladores y periodistas), la ex directora del museo de la Casa Rosada, ex secretaria de Cultura y subdirectora de la revista Todo es Historia quita las telarañas de una porción de la vida política que muchos conspicuos participantes aún en circulación prefieren omitir. Así es como Mariano Grondona nombra “Hombre del Año 1974” a José López Rega a través de su semanario Carta Política; o la intensidad con que los civiles nucleados en torno al Club Azcuénaga o al Grupo Perriaux acercaban “papeles de trabajo” a los militares genocidas: Horacio García Belsunce (¡oh!), Alfredo Martínez de Hoz, Jorge García Venturini, Lorenzo Sigaut, Alberto Rodríguez Varela, entre tantos, descontando la bendición de los popes de la Iglesia de Roma.
Documentada y rigurosa, la Isabel Perón de Sáenz Quesada acepta sin reservas las voces que convoca, aun los autobombos oportunistas del actual “militante justicialista” Julio Bárbaro, el rol de “gremialista combativo” del que se apropia Roberto Digón; incluyendo los “melenudos con ametralladoras” que José A. Allende Jr. cree haber visto a las puertas del velorio de Perón. Cuestiones descabelladas que pintan a los personajes de cuerpo y alma confluyen en una idea de la historia jamás constituida como un tribunal sino más bien destinada a “reconstruir el pasado y hacerlo comprensible, entenderlo y ayudar a entenderlo”. Munida del género biográfico a lo Winston Churchill (“No hay historia, sólo biografía”), la autora se eleva por encima de lo cuestionable de la afirmación por la vía de los matices. Supera, entonces, su propia pregunta (“Isabel, ¿inocente o culpable?”) allí donde ofrece los elementos que hacen caduca tal dicotomía ante la tremenda, irrenunciable responsabilidad sobre los propios actos. Responsabilidad extensiva más allá de la señora (ex) presidenta.

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