libros

Domingo, 18 de enero de 2004

Las vecinas del barrio

Quartier Lacan

Alain Didier-Weill, Emil Weiss, Florence Gravas

Nueva Visión
Buenos Aires, 2003
208 págs.

POR JORGE PINEDO

Barriada chismosa al uso de la de los psicoanalistas, pocas. Como la de los lacanianos, ninguna; tal vez por obra de que la sumatoria de infatuación institucional y endogamia epistemológica resulta inversamente proporcional a la excelencia. Más aún en un medio de cultivo donde la intimidad fuera de escena (lo obsceno), el detalle escabroso y la referencia sexual fuera de contexto resultan valores de cambio altamente cotizados en los corrillos informales. Poco y nada de ello aparece en los trece testimonios recabados por Alain Didier-Weill (secundado por Emil Weiss y Florence Gravas) acerca de ese aspecto menos público de la frondosa existencia de Jaques Lacan como es su polimorfismo vincular con amigos, discípulos y seguidores; antes, durante y después que lo hayan sido.
Espectro en el que Quartier Lacan se sitúa como un barrio parisino mítico dotado de su propia escatología, a quinientos metros por encima del Barrio Latino, a otros tantos metros por debajo de Montmartre, rociado por el Sena, sombreado por castaños, surcado por ex-existencialistas, estructuralistas, neofuncionalistas, surrealistas surtidos, psicólogas silvestres, filósofos ateridos, matemáticos desorientados, lingüistas dislálicos. En consecuencia, cada uno de los testimonios funciona al modo de sucesivas variantes acerca de ese texto fundador encarnado en la figura de quien Heidegger señalara “el psiquiatra necesita un psiquiatra”. Minucioso desfile de dos generaciones de figurines del psicoanálisis francés, muestra un Lacan coincidentemente anhelante de obtener algún eco a la pregunta que se le colaba al modo de latiguillo: “¿me entienden...?” Capaz de trazar rotundos amores y odios, Jacques Lacan queda mostrado en esa opaca transparencia característica de las sucesivas versiones de un mismo mito, de cuya superposición (al modo de las láminas anatómicas) se obtiene una idea del original perdido para siempre.
Así, para Serge Leclaire, el autor de los Escritos “era un hombre que estaba próximo al fondo de su ser”; en tanto, Wladimir Granoff se defiende de la acusación de traidor a La Causa (“nunca tomé el partido de sus enemigos y éstos jamás me lo perdonaron”), Maud Mannoni evoca una intimidad entrañable mientras acentúa la distancia entre el corpus lacaniano y los lacanianos de carne y hueso. Es notable cómo denuncia la carencia de formación “filosófica y clínica” de los discípulos, arrastrados en una identificación “a una sobrepuja: ser aún más inteligentes que su maestro. Ese mimetismo vuelve a darse en América del Sur. Hay dos categorías de analistas argentinos; nos entendíamos mejor con los analistas de la IPA que con algunos del grupo de Oscar Massota, a menudo puros productos intelectuales, en general filósofos, que sabían de memoria a Freud, Marx y Lacan”.
Libro para baquianos en los desfiladeros históricos y teóricos del lacanismo, soporta con dignidad la metafísica del compilador y sus preguntas retóricas, la tendencia al interpretativismo salvaje propia de la psicologización global y un editing a medio camino entre el lenguaje técnico y el control de los signos de puntuación. Desequilibrios zanjados por la muy cuidada traducción de Horacio Pons no menos que por ese efecto que otorga Quartier Lacan al operar al modo de un breviario lacaniano, de un Lacan para principiantes que no lo sean, un recordatorio (como delataDaniel Widlöcher) del reduccionismo católico de esa corriente (“no lea la Biblia, remítase exclusivamente a la manera como ha sido comprendida”), en fin, como un mapa del malentendido.

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