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Domingo, 29 de febrero de 2004

RESEñA

Demoliendo hoteles

AMANECER CREPUSCULAR
Paul Virilio

Fondo de Cultura Económica
Trad. Ezequiel Zaidenwerg
Buenos Aires, 2003
190 págs.

POR WALTER CASSARA

A partir de los avances cada vez más vertiginosos de la ciencia y la tecnología, el mundo actual parece haber arribado imperceptiblemente a ese punto de gravedad cero en el que –como afirmaba Breton en el Segundo Manifiesto del surrealismo– “la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el porvenir, lo alto y lo bajo, cesan de ser percibidos como contradicciones”.
En esta sofocante ausencia de límites, la ciencia en el primer mundo avanza a pasos agigantados, derogando todas las antinomias y violando todos los tabúes. Asistimos a los últimos minutos de la “post-humanidad”; el hombre como especie ha quedado fosilizado en un frasco genético, el mundo tal como lo conocimos no es más que una noticia obsoleta. Incluso las nociones de “progreso” y “máquina” fueron hace tiempo superadas. Por lo tanto, no hay pasado, no hay futuro ni posteridad posibles; de un momento a otro tampoco habrá este frenético y liso presente y todos seremos algún día una ilusoria raza de clones catatónicos mirando pasar, como en Minutes to Go de William S. Burroughs, una infinita película biológica que se proyecta sobre nuestros cuerpos.
Esto que puede parecer ciencia-ficción no es sino Paul Virilio, infatigable crítico de la procesos tecnológicos, monje de la era de las catacumbas globales, arquitecto patafísico que se declara en contra del ángulo recto, anarquista que predica la ecología filosófica, y sobre todo un pensador de la velocidad, entendida ésta no sólo como una mera relación vectorial entre el espacio y el tiempo sino como una maquinaria político-bélica que rige y modela los destinos del mundo. Según este teórico de los “fenómenos extremos”, nacido en París en 1932, autor de La invención del motor y El cibermundo, la política de lo peor, entre otros libros, “el caos del mundo va a una velocidad tal que nosotros apenas podemos sobrevivirlo”. Y si en otros tiempos los hombres se disputaban en la guerra el control de un territorio y una población, en la actualidad se disputan el monopolio de la velocidad como la variable económica principal; algo que no resulta para nada incoherente si se tiene en cuenta que los planificadores del Pentágono, frente a los tropiezos en los últimos enfrentamientos contra Afganistán e Irak, aspiran ahora fabricar misiles hipersónicos que superen al veterano Concorde y sean capaces de identificar un escondite terrorista situado en cualquier punto del planeta para aniquilarlo sin tener que moverse de la Costa Oeste de Estados Unidos. De aquí a superar la velocidad de la luz, a viajar y enviar información hacia el pasado, no hay tanta distancia.
En Amanecer crepuscular, su libro más reciente, Virilio examina, en diálogo con Sylvère Lotringer, éste y otros conceptos vertidos a lo largo de su obra, como el proyecto utópico-urbanístico de la “función oblicua” formulado a principios de los sesenta y con el que se anticipaba a la teoría de las grandes ciudades como virtuales espacios de catástrofe. Virilio –cuyo modelo habitacional era asombrosamente el “ala de avión”, donde el caminante circula con cierta libertad sobre un pedazo de máquina– se planteaba volver activos todos los espacios de la casa, incluso las paredes que “no son una superficies útiles, salvo para colgar cuadros”.
El terrorismo, la colonización del cuerpo por la tecnología, las similitudes entre el body art y los campos de la muerte del nazismo, lascomunicaciones como simulacro, son también algunos de los fenómenos que aborda Virilio en este libro que puede leerse como un breviario de su teoría filosófica a la vez que como un manifiesto contra la violencia del mundo contemporáneo.

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