libros

Domingo, 11 de julio de 2004

EL EXTRANJERO

El extranjero

The Body of Jonah Boyd
David Leavitt

Bloomsbury
Nueva York, 2004
216 págs.

Sorpresivamente –luego de un librito por encargo sobre Florencia y de los relatos correctos pero previsibles El edredón de mármol–, David Leavitt ha escrito un libro inesperado, diferente y graciosísimo. Y es que las novedades son muchas en ésta, su sexta novela: su janeausteniana narradora es una mujer (la joven huérfana de madre y apaciblemente obesa Judith “Denny” Denham, casi abducida por la familia Wright y quien, por momentos, se pregunta si no estará tomando parte sin darse cuenta de “un experimento psicológico”); la acción transcurre a finales de los años ‘60 en un imaginario suburbio de California universitario llamado Wellspring cuyas calles llevan el nombre de estados mutantes (como Calibraska y Orechusetts); y por una vez el argumento no pasa por la problemática gay. Leavitt sí reincide –como en varios cuentos, como en Mientras Inglaterra duerme y en Martin Bauman– en el análisis de los efectos inmediatos y residuales de la súbita y perturbadora presencia de un escritor en un ecosistema, así como en los dilemas de la propiedad intelectual y la autoría. Y en esta logradísima farsa familiar de campus los escritores son varios: por un lado está la ya mencionada Judith (involuntaria “organizadora” de los papers del psicólogo y pater familias Ernest Wright, además de su resignada amante); por otro, el adolescente ultrafóbico y aspirante a poeta Ben Wright. Y, claro, el afamado novelista Jonah Boyd, quien llega junto a la mejor amiga de Nancy Wright (esposa de Ernest obsesionada por su casa en la avenida Florizona y uno de los personajes más neurohistéricos de los que se tenga memoria desde la Mrs. Robinson de El graduado) a pasar un inolvidable y catastrófico Día de Acción de Gracias. Esta festividad constituye las cincuenta páginas centrales de la novela –donde unas libretas de las que Jonah Boyd lee parte de su work in progress se “extravían”– y pueden considerarse como un cruel y desopilante tour-de-force dentro de la obra de Leavitt recordando un poco al vértigo demencial de otra comedia “con escritores”: aquella Chicos prodigiosos de Michael Chabon.
Buena parte de la diversión pasa por la mirada siempre implacable de la plácida y voyeurística integral Judith, una cronista memoriosa, treinta años después, ocupada tanto de lo que los otros piensan como de lo que piensa ella de ellos con mirada de testigo privilegiado. Y es que Judith se sabe secuestrada por estas personas que no la dejan vivir en paz pero sin cuyas guerras domésticas no podría vivir ella. Las poco más de doscientas páginas del libro se leen veloces, sonriendo por la acumulación de crueldades, y uno acaba tan satisfecho como Judith y sintiéndose, también, invitado a esta casa que recuerda a varias casas: la de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? de Albee, la de “Justo antes de la guerra con los esquimales” de Salinger, o la de Los Royal Tenenbaum de Anderson. Y al final, en una formidable vuelta de tuerca, una literalmente “autorizada” Judith, al fin libre y victoriosa, vive para contarlo. Para contarlo todo.

Rodrigo Fresán

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