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Domingo, 4 de febrero de 2007

EL EXTRANJERO › VOICES FROM THE STREET, DE PHILIP K. DICK

El hombre en el altillo

La edición de una novela inédita de Philip K. Dick, el escritor que vio el futuro que hoy padecemos, coincide con su demorada canonización entre los mejores y los más raros de la literatura norteamericana.

 Por Rodrigo Fresán

Voices from the Street
Philip K. Dick
Tor
Nueva York, 2007
301 páginas

Durante varias décadas, Philip Kindred Dick (Chicago, 1928-1982) fue el hombre en el altillo de la literatura norteamericana. La cosa en el umbral. El mutante exiliado a lo más alto y lejano de la casa. Un ser que provocaba tanto temor y respeto como, en ocasiones, cierta incomodidad. Y, por un supuesto, un freak. Alguien que –por sus teorías, entrevistas, fobias y alucinadas y alucinantes conferencias en congresos de sci-fi– inquietaba a sus colegas, cumplía apenas con los más mínimos reglamentos del género (un futuro tan cercano, por lo general ubicado en los años ’80, que desesperaba a sus editores) y provocaba la siguiente y perturbadora paradoja: nadie dudada de que Dick se encontraba entre los mejores, si no el mejor, practicante del asunto. “Nuestro Borges” o “Nuestro Charlie Parker” o “El Thomas Pynchon de la clase trabajadora” fueron algunas de las etiquetas que se le pegaron poco antes de morir. Pero, al mismo tiempo, por sus cada vez más imprevisibles desplantes y afirmaciones cosmo-filosóficas-religiosas en las que se situaba como un testigo privilegiado de una verdad última, muchos consideraban que desprestigiaba al gremio y le restaba seriedad y la posibilidad de alguna vez ser entendido como literatura “de verdad”.

Es cierto: para Dick nuestro presente no era sino un eco deforme del Imperio Romano circa 70 d.C., sostenía que en su cuerpo habitaba el aura de su hermanita gemela muerta durante el parto, advertía que “la rebelión estaba en marcha” y predicaba que él era la reencarnación de San Pablo o algo así. Pero también era verdad que –más allá de la anfetamínica velocidad siempre desesperada en la escritura de sus libros resultando en una prosa por momentos desprolija, por momentos única– Dick se tomaba la cosa muy en serio. En cualquier caso, pocas veces una obra estuvo tan estrechamente ligada a una vida. Por encima de androides que no funcionan bien, sórdidas colonias interplanetarias, vivos-muertos o la ingestión de sustancias ciberdélicas, lo que prima en los relatos y novelas de Dick –quien se pasó a la ciencia-ficción porque ninguna editorial aceptaba sus novelas “sociales” o “políticas”– es una constante épica paranoica del fracaso ya presente en sus primeras incursiones. Así en la Tierra como en Marte, la disociación psicótica y la catástrofe amorosa y profesional son temas y situaciones habituales. De ahí que, hoy, algunos no duden en emparentar a este primer Dick con John Fante, Charles Bukowski, Frederick Exley, Ralph Ellison y Richard Yates. Pero lo cierto es que Dick no se parece a nadie.

Y su rareza vuelve a ponerse de manifiesto con la publicación –entre tapas duras– de Voices from the Street, única de sus novelas primerizas que permanecía inédita (a los manuscritos de Return to Lilliput, The Earthshaker, A Time for George Stavros y Pilgrim on the Hill se los considera perdidos o en otra dimensión) y que llega para ubicarse junto a maravillas psycho-proletarias como Confesiones de un artista de mierda, In Milton Lumky Territory, Ir tirando, Humpty Dumpty in Oakland o The Man Whose Theet Were All Exactly Alike.

Escrita en 1952 y 1953 y editada a partir de un manuscrito que se supone tenía más de 500 páginas (se extraña alguna nota explicativa en este sentido), Voices from the Street –como muchos de sus títulos posteriores– explora un momento clave de la vida de Dick: su paso como empleado, a los quince años, por una tienda de reparación de radios y artefactos domésticos. Y tiene en la figura de Stuart Hadley a un típico “héroe” dickiano perdido en su propia existencia y constantemente requerido por una esposa embarazada a la que encuentra muy aburrida (claro reflejo de Kleo Apostolides, Mrs. Dick entre 1950-1958) así como por diversos y bizarros líderes underground predicando versiones muy particulares de códigos fascistas o religiosos –la revista Succubus, la impagable sociedad de los Vigilantes de Jesús– conectando directamente con Gather Yourselves Together (escrita entre 1949 y 1950 y publicada 1994) así como con las futuras The Crack in Space (1966) y esa indiscutible obra maestra que es Dr. Bloodmoney (1965) y prenunciando ciertos climas de Una mirada a la oscuridad (1977) y VALIS (1981). La trama –como suele ser costumbre en el autor que volvió a estos territorios antes del adiós con la formidable y casi realista pero en absoluto normal La transmigración de Timothy Archer (1982)– es la de siempre, la que nunca cansa o se agota: un hombre se deprime, enloquece y se cura, sí; pero saliendo por el otro extremo del espectro definitivamente transformado. Un poco lo que ocurre al leer Voices from the Street, lo que sucede cuando se lee a Dick. Alguien quien, por estos días, ha entrado en la prestigiosa y canónica colección de clásicos norteamericanos que es The Library of America (anotado por el especialista Johanthan Lethem, quien afirmó que “más allá de toda discusión, Dick comparte con los más grandes escritores una rara cualidad: sus libros inspiran amor”) y quien –como proveedor de gran parte de los plots del último cine de efectos especiales– es a menudo invocado tanto por Wired como por Entertainment Weekly. Las comparaciones son odiosas y más que complicadas pero, en lo que a mí respecta –no en estilo pero sí en visión– puestos a emparentarlo si de alguien está cerca Dick es de ese Gran Raro Fundacional: Herman Melville.

Una cosa sí está clara: Philip K. Dick ha conseguido romper otra vez la cerradura del altillo y, sin prisa ni pausa, vuelve a bajar por las escaleras.

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