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Domingo, 30 de mayo de 2004

Niños

El fragmento de las memorias de Frantisek X. Basik donde se hace referencia a los Kafka apareció en el original checo bajo el título “Del pupitre a la escuela de la vida (1892-1895)”. Lo que se traduce aquí es un fragmento de ese fragmento. Como se propuso hacer de sus memorias una pintura de época, Frantisek las escribió en tercera persona. Su alter ego se llama Frantík.

POR FRANTISEK X. BASIK

Una vez cayó en las manos de Frantík un libro sobre la vida sexual. No entendió nada de todo eso, por lo que el libro sólo sirvió para excitar aún más su curiosidad. Evidentemente, el libro había sido escrito para personas con experiencia y gente casada, con bastantes palabras de origen extranjero y expresiones médicas, de modo que no podía ofrecer ninguna ilustración a un jovencito. Contenía, en cambio, ciertas insinuaciones misteriosas que le inspiraron las más diversas suposiciones sobre cosas para él desconocidas. Como jamás se le hubiera ocurrido dirigirse a una persona mayor con semejante libro en la mano a fin de pedir explicaciones, mantuvo su ignorancia sobre las cuestiones fundamentales de la vida sexual....
En el epílogo del libro había un párrafo que elevaba la vida matrimonial por sobre la del soltero, y que concluía con una frase que decía aproximadamente así: no hay nada más bello en la vida de una persona que un buen matrimonio. Esta frase quedó de alguna manera impregnada en la cabeza de Frantík.
La escuela empezó y con ella las clases de checo arriba en la casa. Y los paseos acostumbrados después de la hora en los bellos días de septiembre. Los muchachos hablaban sobre muchas cosas, y con sus dieciséis años Frantík se sentía una persona mucho más sabia y experimentada en comparación con Franz Kafka, que tenía doce. Se esforzaba, como ocurre habitualmente en esta edad, por mostrarse muy inteligente e importante, como maestro y en general como hombre serio. Un día en el parque, debajo de la estación Franz-Joseph, mientras admiraban los patos coloridos y los cisnes orgullosos del estanque, Kafka le dijo a Frantík: “¿Sabes, Frantík? Me gusta mucho el pequeño estanque con estas rocas, la cascada, las flores y los peces, los patos y los cisnes. Es bello”. Frantík le dio la razón efusivamente, y empezaron a conversar acerca de distintas formas de belleza y qué cosa en el mundo era la más bella de todas. Compitieron a ver quién pensaba distintos ejemplos para el concepto de belleza y las palabras “belleza” y “bello”, hasta que el pequeño Kafka, creyendo quehabía encontrado un ejemplo para la belleza más grande, hizo un gesto de triunfo y exclamó: “¡Lo más bello es la amistad!”. Seguramente había escuchado la frase en algún lugar o la había leído en algún libro juvenil, pues el muchachito no tenía –Frantík lo sabía– ni amigos ni oportunidad de entablar amistad con nadie. Por supuesto, Frantík tenía que “retrucar” a su discípulo, de modo que trató rápidamente de encontrar algo que demostrase su superioridad en la valoración de lo que es bello. Entonces apareció en su memoria aquella frase del libro sobre la vida sexual, frase que usó de inmediato, sin pensar demasiado. Serio y digno, como un predicador, declaró: “No hay nada más bello en la vida de una persona que un buen matrimonio”. Recién cuando vio la cara de sorpresa de Kafka se dio cuenta de que había pronunciado una tontería insuperable. El jovencito le preguntó con gran entusiasmo: “¿Por qué? Matrimonio son papá y mamá, ¿que hay ahí de bello?”. Frantík se esforzó denodadamente por dirigir la conversación hacia otro tema, pero el jovencito se empeñaba en que Frantík le explicara la belleza del matrimonio. Dijo entonces: “Pero, ¿no es lindo que tengas a papá y mamá, que te cuidan, te quieren, y cuando estudias bien puedes ponerlos contentos? ¡Y lo mismo otros niños! ¿No es bello eso?”. El muchacho calló por unos minutos, evidentemente insatisfecho, pensando, hasta que se le ocurrió otra idea; de repente prorrumpió: “¿Y cómo se tienen niños? ¿De dónde vienen? ¡Dímelo!”.
Sólo entonces Frantík empezó a aterrarse, y tarde lamentó la imprudencia que lo había llevado a hablar del matrimonio; al mismo tiempo sintió que todo aquello habría de terminar mal, y no se equivocaba. En verdad, podría haber respondido a la pregunta del muchacho diciendo que él tampoco lo sabía, y habría dicho lo cierto. Pero temía que mucho de la alta estima de su discípulo por el saber de Frantík se perdiera por este motivo. Tenía que responder de alguna manera. Entonces le contó aquello que había escuchado de boca de su mamá cuando aún iba a la escuela: “Es así: cuando mamá y papá quieren un niño, rezan y un día lo encuentran sobre la cama”.
Para entonces ya habían llegado al Pasaje Zeltner, y de inmediato el pequeño Kafka subió a saltitos las escaleras de la casa y Frantík entró en el negocio....
Tiempo después del último paseo con Kafka (llovió por un par de días), la señora Kafka llamó a Frantík, le entregó tres florines y le dijo que ya no le daría clases a su hijo. Tomaría más horas de checo en la escuela, por lo que podía prescindir de sus clases de apoyo. Frantík no se sorprendió demasiado. Podía imaginarse que el muchacho había reproducido en la casa algo de su conversación y entendía que, aun cuando no hubiera pasado nada reprochable, sus padres no estuvieran de acuerdo con ese tipo de lecciones para su hijo. Pero ellos no le dijeron nada ni le hicieron la menor recriminación.

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