libros

Domingo, 6 de febrero de 2011

Rodolfo Rabanal y el papel del papel

Manías previas, gusto por alguna rareza que opere como estímulo antes de escribir tuve a montones. Ahora tengo menos. No utilizo retratos de escritores icónicos en el escritorio ni nada por el estilo, lo único que sí cultivo es la relectura esporádica de los libros que más me han marcado. Entonces voy, por ejemplo, y antes de sentarme a escribir agarro Rojo y Negro o Bajo el Volcán o el volumen de las Obras Completas de Borges y los pongo a la vista, como si fuesen santos o algo así. Bueno, tal vez eso sea una actitud un poco fetichista. Cuando estoy en Buenos Aires salgo a la mañana, me siento a una mesa de café y pido dos medialunas y un café doble, solo. Soy feliz, entonces saco mi libreta, siempre uso libretas de tapas negras, y escribo. Por lo regular escribo con un Parker 51 de suave cañón verde oliva y capuchón de plata, pero si me la olvido recurro a un lápiz, a un marcador, a una Bic, a lo que sea que me sirva. Después, me encierro frente a la computadora y empiezo a dar forma a las anotaciones de la mañana. Si puedo, trato de escribir todo el día, pero no siempre puedo, por suerte. En realidad, casi no dispongo de fetichismos y creo que sólo recurro a los espacios deseados (los cafés a la mañana, mi escritorio a la tarde) y a las herramientas adecuadas (lapiceras fuente, lápices y, desde ya, la compu). Me olvidaba de un detalle tenaz: la calidad del papel, por ejemplo me fascina escribir en los cuadernos Moleskine o en las libretas Talbot con hojas de papel de fibra opaco, color roca pálido o amarillento deslavado. Escribir con tinta negra en esas páginas legendarias me hace sentir que hasta es posible que escriba muy bien.

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