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Domingo, 5 de junio de 2011

La mirada de Dios

Al pasar por Huarenchenque, el Nano señala un cerro. “Propiedad mapuche”, me explica. Estoy por preguntarle qué significa “Huarenchenque”, cuando me corta: “Cuando vine, en el ‘85, no estaban estos caminos. Vine a caballo, iba encontrando vados”, dice. Los cerros ahora se volvieron precordilleranos, el camino sube y sube. Allá están los picos nevados. “Huarenchenque”, me dice advirtiendo que se lo voy a preguntar. “Huarenchenque quiere decir ‘como manos pintadas’. Acá había mucha pintura rupestre. Un gringo loco pensó que esas pinturas codificaban dónde estaba oculto el tesoro de los incas. Y se puso a dinamitar cerros. No encontró el tesoro, pero sí plata. Unos años atrás, una compañía holandesa se apoderó del lugar. Pero los mapuches le hicieron resistencia y recobraron su patrimonio.”

Con su lejanía de la mirada de Dios, si es que existe, la Patagonia propicia la ambición y, como es lógico, las víctimas son sus habitantes naturales. Un empresario poderoso de Neuquén, propietario de extensiones en la zona, supo avanzar su alambrada sobre las tierras de la comunidad Millain Currical. El tendido no tenía nada que envidiarle al alambrado con que Bush pretendió bloquear la inmigración latina en la frontera con México. La comunidad consultó y denunció la intrusión ante la Dirección de Tierras. Una noche, los mapuches desarmaron el alambrado con una prolijidad esmerada, recogieron postes y rollos, y en la mañana se presentaron en la estancia del ladrón: “Mire, Don –le dijeron–. Le venimos a devolver esto que encontramos en nuestro campo y debe ser suyo”. El Nano se sonríe: “Deben haber sido alumnos míos”.

Estos tres fragmentos pertenecen a Un maestro, que Planeta acaba de distribuir por estos días.

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