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Domingo, 24 de noviembre de 2013

A LA SOMBRA DE LAS MUCHACHAS EN FLOR

 Por Laura Galarza

Tess of the D’Ubervilles, fue escrita por Thomas Hardy en 1881. Más conocida como Tess, a secas, y quien en boca de E. L. James inspirara sus Cincuenta sombras de Grey, es una mujer de armas tomar: escupe en la cara del hombre que abusa de ella siendo niña, le grita al cura del pueblo que no pisará su iglesia cuando se niega a bendecir a su hijo fruto de aquella violación. Y al final, escapa con su verdadero amor a pesar de saber que eso va a costarle la vida. También Bathsheba, la heroína de otra de las más famosas novelas de Hardy, Lejos del mundanal ruido (1874), lleva adelante una granja, discute el precio del grano en la subasta y sienta en la misma mesa a peones, capataces y terratenientes. Se casa con un soldado mujeriego y al mismo tiempo coquetea con el pastor de sus ovejas.

Además de la defensa que hace del lugar de la mujer en la sociedad (“Eres dueña de ti misma”, le hace decir a uno de sus personajes) no deja de sorprender el profundo conocimiento de Thomas Hardy sobre el alma femenina –y vale la pena recordar– bastante antes de que Sigmund Freud escribiera “La Femineidad”. En el último capítulo de Los habitantes del bosque, dos hombres mantienen un diálogo acerca de las mujeres.

“¡Lo que hacen las mujeres actualmente! Ya no se las puede engañar como en mis tiempos”, dice uno de ellos, y a continuación le cuenta, sorprendido, cómo su mujer siempre se las arregla “para que él le vea su costado más bonito”. El otro reflexiona: “Todas las mujeres del mundo tienen un lado más bonito que el otro”. Y cierra: “No creo que las mujeres se hayan vuelto más astutas, sino que nunca fueron de otro modo”.

Cada frase de Hardy dicha por o para la mujer en sus historias ambientadas en el siglo XIX, tienen espesura. Pegan aquí y allá, haciendo saltar la térmica de la época victoriana: la mujer como posesión (“No me gusta ese estado en el que te encuentras, ni casada ni soltera”, dice un padre). Hardy, sin ser feminista, advertía de ese lugar de objeto en que hoy, paradójicamente, deja E. L. James a sus mujeres, tanto personajes como lectoras. En las novelas de Hardy, se le atribuye a la mujer un saber sobre las cosas y las situaciones que la ponen un paso por delante de los demás. Son mujeres fuertes. Pero no es un sentido utópico: en todo sentido realista, con los pies sobre la tierra. ¿Romanticismo? Cero.

“¿Por qué estoy en el lado equivocado de esa puerta?”, dice Tess, cerca del final y aunque termine pagándolo caro.

“Durante un tiempo, la vida de las personas relacionadas con los eventos aquí narrados se volvió pacata y reprimida”, dice el narrador de Los habitantes del bosque. Un siglo más tarde, parece que estamos igual. Sin ayuda de una liberación sexual más que atenuada y una moral media a la que se le permite el juego de transgresiones leves, con algo de pacatería, no existiría el segmento lector que consume Grey –la novela inglesa más vendida de todos los tiempos– según los estudios de marketing: mujer de 30 a 40 años, heterosexual y blanca que canaliza su libido leyendo oculta tras su ebook. Mujeres dispuestas a develar sus deseos más intensos a condición de que sea a la sombra.

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Nastassja Kinski en Tess, 1979
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