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Domingo, 20 de abril de 2003

La escena de Fontanarrosa

por Daniel Link
Fontanarrosa nació en Rosario, donde vive y trabaja, en 1944. A sus casi sesenta años se ha ganado un lugar de privilegio en el agobiado campo del humorismo argentino, pero también en la literatura.
En sus tres novelas paródicas (Best Seller, El área 18 y La Gansada) ha dado muestras de su infalible talento narrativo, pero también de sus limitaciones respecto del relato largo.
Es en el relato breve, que cultiva prolijamente, donde Fontanarrosa (como Quiroga, como Borges, como Aira) brilla sin límites en el firmamento de las letras argentinas. Usted no me lo va a creer es su décima recopilación de cuentos, y si tuviera algún sentido hablar de un “crecimiento” en la “obra” de un “escritor”, habría que decir que los textos que ahora Fontanarrosa entrega a su público (cada vez más, conformado por fieles dispuestos a convertirlo en un autor de culto), en conjunto, son los más sólidos de toda su producción. Lo que en libros como El mundo ha vivido equivocado podía leerse todavía como una promesa terminó por transformarse progresivamente en su sello. Y no sólo por el perfecto equilibrio que en ellos se establece entre lo cómico y lo trágico (lo que podría llamarse un tono narrativo) sino por la límpida perfección de su escritura. En los textos de Usted no me lo va a creer no importan tanto, en contra de lo que se postula en “Palabras iniciales”de manera ciertamente socarrona, las grandes continuidades narrativas del relato (ese mito del mercado), cuanto la verdad absoluta de sus diálogos y descripciones: ese más allá de la vida, lo que llamamos escritura.
Fontanarrosa es un escritor de escenas, y es allí donde hay que medir la fuerza de sus textos. Que esas escenas se correspondan con lo que, a la ligera, podría llamarse “la vida cotidiana”, hace que muchos lo consideren un escritor meramente costumbrista, sobre lo que el narrador de “Palabras iniciales” puede ironizar con justa causa, porque en los textos de Fontanarrosa nunca importan las conductas, las costumbres y los comportamientos, sino más bien la inadecuación entre la conciencia, el lenguaje y lo Real.
Todos, en los textos de Fontanarrosa, somos arrastrados por esa fuerza ciega de las palabras, por la desmesura rabelesiana del lenguaje, y por ese espacio vacío que es el lugar de la narra-ción. En los textos de Usted no me lo va a creer lo que habla es una voz anónima y colectiva: la voz de una época, podría decirse. Pero con mayor exactitud: la voz de la literatura, la voz de la lectura (y de esa escena, todos formamos parte).

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