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Domingo, 28 de diciembre de 2014

EL ALMA RUSA

 Por Juan Pablo Bertazza

En la entrada de su diario correspondiente al 2 de agosto del año 1914, Franz Kafka anotó: “Alemania declara la guerra a Rusia. Por la tarde me fui a nadar”. Más que indiferencia, lo que parecía exponer Kafka de manera tan cruda era el contraste nunca bien resuelto entre lo público y lo privado, entre lo colectivo y lo íntimo.

Algo de ese interesantísimo y atávico conflicto incorpora Bernardo Carvalho en Hijo de mala madre, a partir de las profundas reflexiones de familiares que pierden la cuenta de sus muertos y hacen listas para no confundirlos con los vivos, y el itinerario decadente de familias que poco a poco se van destruyendo sin entender del todo qué porcentaje de esa demolición corresponde a la degradación política del país.

Hijo de mala madre es una novela compleja, por momentos difícil de leer (uno de los máximos desafíos de su lectura es retener, por ejemplo, el nombre de todos sus personajes), pero que recompensa el esfuerzo con esporádicas y altísimas frases: “Ruslan empezó a asociar el amor al riesgo y a la guerra, porque no conocía otra cosa. Asoció el sexo a la tregua y el amor a la inminencia de la pérdida, y de ahí en adelante sólo logró amar entre ruinas”.

En definitiva, con una estructura de mamushkas que no siempre van cerrando entre sí, y el protagonismo tan hipnótico como mudo de esa ciudad panóptico que es San Petersburgo (con sus puentes levadizos, la avenida Nevski, los dorados y decrépitos salones y la imposibilidad de huir), Hijo de mala madre constituye casi una obra coral –teatral– que, en el contexto de la guerra de Chechenia y la enorme crisis del gobierno de Yeltsin, se mete en la cabeza de esos jóvenes reclutas que persisten con su deseo sea cual fuere –recuperar una figura materna, huir de cualquier forma de tortura, persistir en un vínculo homosexual en semejante clima de represión–, aun ante el paralizante temor de perderlo todo.

Extraño pero eficaz homenaje a la Comisión de Madres de Soldados Rusos, la última novela de Carvalho publicada en nuestro país mezcla, en un mismo lodo, a madres que lo son aunque no puedan tener hijos, madres que por el solo hecho de serlo, y en su afán de protegerlos, derrotan a la muerte, con otras madres abandónicas que no actúan como tales, pese a haber dado a luz a hijos de quienes no aceptan siquiera una segunda oportunidad.

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