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Sábado, 11 de noviembre de 2006

RESIDENCIAS ARGENTINAS

El libro de los tesoros

Con fotos de Verstraeten y texto de Grementieri, Larivière acaba de editar una obra de lujo sobre las grandes residencias argentinas de raíz francesa. Un aporte a la bibliografía del patrimonio y un objeto de rara belleza.

 Por Sergio Kiernan

La flaca bibliografía nacional sobre arquitectura y patrimonio acaba de ser enriquecida con un libro realmente de lujo. Grandes residencias de Buenos Aires: la influencia francesa es un deleite inteligente, un catálogo de algunas de las mejores edificaciones de nuestra historia, una obra como pa’ tener orgullo ajeno, contraparte rara de la vergüenza.

Para crear esta belleza se aunaron tres factores. Uno, la editorial Larivière, dedicada a las artes visuales y la fotografía, productora de obras cuidadísimas. Otro, el fotógrafo Xavier Verstraeten, seguramente el mejor de arquitectura que tienen estas pampas. Y además Fabio Grementieri, un especialista que hace que este libro no sea sólo de mirar, un coffee table book, sino un ensayo estricto sobre la historia, el sentido y el uso de estas residencias.

El período que cubre esta obra es estricto y va del despegue económico argentino al quiebre de la década de 1930, cuando se efectúa el cambio entre el “país que no se daba cuenta de qué pobre que era”, en la frase de Roca, a la Argentina opulenta. Fue en estas pocas décadas en que se edificó un patrimonio de primer orden internacional, un tipo de residencia pensada con “un espíritu áulico y monumental, como espléndido continente urbano de objetos de calidad artística, elegidos por sus dueños para armar y decorar el entorno de la vida familiar”, en la lúcida definición de Grementieri.

La primera parte del libro pinta esta fase de transición en lo económico y lo social, con un país que se reinventa y adopta costumbre diferentes, hábitos –como ir al café– que hoy parece mentira que no hayan existido. Grementieri explica cómo se pasa de habitaciones sencillas y de tradición hispánica a la articulación en el espacio de la nueva prosperidad. Es un momento en que se siente que el país pasa a un nivel de desarrollo drásticamente distinto y se intenta construirlo materialmente para su nueva vida.

Esta nueva y gran Argentina tiene una clase dirigente, que se reinventa en aristocracia y crea un imaginario donde “son retratados por Joshua Reynolds mientras posan en Las Tullerías”, símbolo sintético de la alianza con Francia y Gran Bretaña que dirige esta época. Mientras los ingleses tienen la batuta en lo económico, los franceses, como en casi todas las naciones del mundo, ganan por goleada en lo cultural: hasta los bancos de plaza argentinos siguen el modelo parisino. Es por eso que este libro, al historiar las más opulentas y valiosas residencias del país, se concentra en las de influencia francesa.

Las residencias son urbanas y suburbanas. Está el formidable conjunto de El Talar de Pacheco, de los pocos cascos que realmente se acercaron al modelo de vida rural palaciego, y el Ivry de los Duhau, un edificio versallesco y con jardines incomparables. Está el interminable Palacio Paz, hoy Círculo Militar, realmente notable y con una rotonda en pedrerías multicolores de primera agua, y el Anchorena, sede de la Cancillería –que perdió a sus hermanos y vecinos por la alegre piqueta–.

También se incluyen la menos conocida residencia Peña, sede de la Sociedad Rural en la calle Florida, el palacio Fernández Anchorena, de Lemonnier y sede de la nunciatura, y algunas de las muchas casas de los Unzué, entre ellas la actual Maison de un hotel. Como leer este libro hace que uno termine agradeciendo a las embajadas por haber salvado tantas maravillas, la lista sigue con la embajada polaca –residencia Lanús–, la francesa –Ortiz Basualdo–, la norteamericana –palacio Bosch–, brasileña –Pereda–, belga –Tornquist–, italiana –Alvear– y saudita –Acevedo–.

La lista se completa con la quinta de Silvina Ocampo y el palacio Ferreyra en Córdoba, con el palacio Errázuriz, hoy Museo Nacional de Arte Decorativo, la casa de los Atucha, la única que sigue siendo vivienda particular, y el palacio Sans Souci, la más monumental de las quintas porteñas frente al río.

Este conjunto permite ver, de la mano de Grementieri, los cruces de influencias: italiana filtrada por ojos franceses, eduardiana con toques afrancesados, francesa dieciochesca, palladiana a la moda parisina, y el alegre menjunje de elementos que alegra nuestra arquitectura. En las superiores fotos de Verstraeten se aprecia la evolución de interiores, la diferente mirada de un Sergent, un Lemonnier y un Bustillo, el paulatino secarse de la decoración de superficies que le va abriendo camino a la modernidad de la primera posguerra. Y se puede aprender a ver cómo algunos de estos edificios tienen ordenamientos de promenade, sin demasiados efectismos, mientras que otros son francamente teatrales, y algunos son verdaderos hogares. O descubrir misterios como por qué algunas piezas de la Belle Epoque tienen un vocabulario académico pero proporciones –sobre todo alturas– casi góticas.

En fin, como este libro es físicamente de primer nivel –no tiene nada que envidiarle a uno europeo o norteamericano, de bien impreso y diseñado– resulta en una relación costo/valor. Vale por sus ideas y sus imágenes, y como aporte a la literatura del patrimonio.

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