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Sábado, 15 de septiembre de 2007

NOTA DE TAPA

Desde San Juan

A través del programa Identidades Productivas, artesanos y diseñadores de San Juan presentan un trabajo colectivo. Una colección de indumentaria y objetos que evidencian las diferencias y contrastes del paisaje –desierto y oasis– y fundamentalmente de ellos mismos.

 Por Luján Cambariere

Nobleza obliga, cabe decirlo, a este tipo de experiencias los periodistas solemos llegar a la foto final. Con el producto resuelto, los objetos ambientados, las prendas en el perchero, el grupo listo para el flash y los mentores de las iniciativas ávidos de largar su discurso. Lo que pocos vislumbran es que a los que nos interesa dar cuenta de estas nuevas experiencias, posibles nuevos escenario para el diseño, nos suma más la previa. Eso de ver cómo se batalla con los egos, se dialoga, se discute, pelea, para que finalmente se puedan producir los acuerdos.

Avanzando en el programa Identidades Productivas, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, la semana pasada en San Juan, tuvimos esa oportunidad. El grupo –conformado en este caso por artistas, artesanos, diseñadores y arquitectos– de la provincia, se reunía para ver cómo continuaban con la segunda etapa del proyecto, esa que los encuentra como cooperativa o dispersos. Y si bien el telón de fondo era la colección desarrollada durante un año de trabajo colectivo, la discusión de cómo seguían ocupaba el primer plano de la escena. Y enseguida ofrecía un panorama de situaciones que se imaginan desde las grandes urbes, pero que allí se evidencian claramente. Esa necesidad de legitimación por el afuera que se mira como superior, los estereotipos que se vuelven más radicales. Nosotros escuchábamos atentos, pero necesitamos volverlos al inicio de la experiencia y ahí llegaba el sosiego.

Ellas

Nene Orozco pinta y hace cerámica. En otros tiempos fue militar (con participación en la Guerra de las Malvinas). Hoy intenta salir a flote con su producción, clases y un programa Manos a la Obra, así que la convocatoria de emprender desde el diseño le llamó la atención desde el comienzo. “La verdad aprendí muchísimo en estos talleres. Y realmente lo que rescato del diseño es que me enseñó a aprovechar el ambiente, el lugar donde vivo. No imaginé que se podía partir a diseñar desde ese lugar. De estudiar la naturaleza, sus formas, sus colores. Yo nunca los había mirado de ese modo y ahora todos mis objetos están influenciados por eso”, detalla. Enseguida se suman a la charla Carmen Rojas y Zoila Luna del Valle. Carmen decidida arremete: “Yo la verdad me enteré por una amiga, ella no siguió y yo sí. Siempre cosí, tejí, y esta propuesta es lo mejor me pasó en la vida. Tengo tantos planes, encargos, proyectos... Ahora quiero modificar toda mi producción, hacer mis propios diseños, es como si hubiera ganado millones de pesos”, cuenta efusiva. Zoila, por su parte, no se queda atrás, sobre todo porque sin dudas lo suyo es el hacer (en su casa tiene un comedor, copa de leche, taller de costura comunitario y otro de cerámica): “Al curso vine con la intención de poder aprovechar todos los conocimientos para aplicarlos en los emprendimientos que tengo encaminados. Y si tengo que decirlo aquí o donde sea, de acá saqué una muy buena experiencia”, señala. Bettina Barahona, es otra fan del proyecto: “Yo coso desde pequeña. Desde que tenía cinco años veía a mi mamá trabajar y yo siempre al ladito de ella enhebrando, pegando botones, haciendo ojales. Ser diseñadora de indumentaria era mi sueño”, adelanta. ¿Con el programa? “Entre muchas cosas, descubrí la pintura. Siempre he hecho remeras para vender, pero ahora veo que son insulsas, que les faltan detalles, diseño. Tal vez antes la veía hermosas, pero ahora me exijo más, pretendo más de mí”, detalla.

Por último, Beatriz Sánchez, Graciela Ginesta, Silvia de Huerto y Fanny Teruel, otras de las artesanas convocadas, rescatan otras virtudes del proyecto. “Fue lindo y original eso de trabajan todos juntos desde nuestra identidad y aprender a mezclar materialidades. Ver que se podían hacer collares de croché, flores de totora o aros con frutos de la zona”, señalan. “Además de lo positivo que puede resultar hacer todos juntos lo que solos no podemos”, remata Sánchez.

La familia

Así nos los presentan. Se trata de Elsa Mercado y sus hijos, Erica y Miguel Rementería. Si bien Erica estudia Historia y Miguel, Artes Visuales, trabajan junto a su madre en artesanías de cerámica, palma y totora desde siempre. Es por eso que a los tres enseguida les llamó la atención la convocatoria. La palabra clave para ellos fue “identidad”. Y cuando uno se adentra en su historia lo entiende. Es que los Rementería cuecen el barro a la manera de los pueblos originarios del lugar: “Hacemos un pozo, colocamos un colchón de astillitas y guano (estiércol) y vamos acomodando las piezas adentro. Tapamos todo dejándole sólo dos bocas para que el fuego respire, al mismo tiempo que se va cocinando. Esta es una técnica original aborigen. Recién cuando no sale más humo, en unos días, se abre el pozo y se sacan las piezas. El humo las deja de un color negro muy hermoso”, cuenta Erica. ¿Expectativas? “Nos gustó la posibilidad de generar, crear un diseño propio de la provincia, porque siempre hemos trabajado en base a diseños que veíamos en otro lugares o cosas antiguas que copiábamos. Entonces la posibilidad de generar algo propio, con lo que hemos aprendido pero con la base de lo que traíamos, es muy positivo”, agrega Miguel. Y no tarda en sumar ejemplos: “En las líneas en las que trabajé la idea no era copiar el dibujo en sí de una comunidad originaria, por ejemplo, sino tomar algún signo o animal de la zona como puede ser la víbora y jugar ampliándolo o achicándolo para incorporarlo en una prenda o hacerlo objeto”, cuenta. Otra cuestión que los tres valoran es el haber aprendido la importancia de la creación de familias de objetos: “Por ahí para otro es una obviedad, pero para nosotros fue muy importante descubrir cómo de un cacharro que hacemos cambiándole una manija o la forma pueden salir otros objetos”, remata la mamá.

Ellos

Jorge Andraca es vitralista y llegó al programa arrastrado por su mujer, Rosa Alicia Bustos. “Estando acá ella tuvo la brillante idea de incorporarnos haciendo bijou en vidrio, algo totalmente nuevo para nosotros, ya que el vitreaux viene de una cultura antiquísima que no modificamos. Acá hicimos todo tipo de accesorios –collares, aros, pulseras–. Ella diseñaba y cortaba y yo pulía y soldaba. Y cuando se metió a teñir prendas, yo hacía de comer y lavaba los platos, porque la indumentaria no es lo mío”, cuenta simpático.

Cerca de él está Duilio Alejandro Tapia, uno de los últimos en llegar. Parece reservado y de hecho acata silencioso el pedido de dar su testimonio, pero en la intimidad del diálogo detalla infinidad de conocimientos que revelan la riqueza heterogénea del grupo que hoy se llama Colección San Juan. Arquitecto egresado de la Universidad Nacional de San Juan, docente universitario (pertenece al gabinete de medios audiovisuales y dicta Teoría, historia y crítica del D.I.), con una maestría en energía renovable en Sevilla y otra por terminar, se sumó al grupo por sugerencia de una amiga diseñadora. “Simultáneamente al lanzamiento de este programa, yo empecé a cursar una maestría en morfología del hábitat. Conformación del entorno humano, se llama. Como el tema de mi tesis está relacionado con el pliegue y el tejido (trabajo con la teoría de Gilles Deleuze) me pareció interesante la experiencia”, adelanta. ¿La palabra que más le llamo la atención? “Diseño y producción, porque siempre mis proyectos se han preocupados en recuperar el valor de la teoría para la práctica. Veo que hay un ejercicio de la profesión que está muy carente de teoría, hay una necesidad de seguir construyendo sin una previa construcción interna de cada uno, entonces esta iniciativa me resultó interesante”. ¿La cuestión de la identidad? “Me pareció importante sobre todo para escaparle a las imágenes e iconos más obvios. Para mí el tema de la identidad tiene que ver con reconocer al otro y cuando digo el otro hablo de los objetos, del mundo, como un ser vivo y que también tiene palabra. Sobre todo –continúa– porque además, acá, en la provincia, hay todo un mito con la materia. El sismo del ‘77 o el del ‘44 han dejado un miedo instalado hacia lo que no sea sólido y eso creo que juega muchas veces en contra de las posibilidades de liberarse hacia otras dimensiones. Tanto en diseño como en arquitectura hay una tendencia hacia lo tectónico, hacia la masa, el racionalismo”, reflexiona. ¿El trabajo mancomunado? “Me ha aportado mucho. De hecho gracias a las mujeres he aprendido a tejer y me he vinculado con la escala del objeto que muchas veces el arquitecto desmerece”, señala.

Por último, una de las voces cantantes del grupo aporta su mirada. Se trata de Eduardo “El Gaucho” Ortega, periodista, cantor, actualmente artesano en madera. “Si bien tengo los mil oficios –aclara El Gaucho–, desde hace unos cuantos años me dedico en exclusiva a la artesanía. Es que crecí en un lugar donde siempre se fabricaban cosas. Lo que se rompía se arreglaba, nunca se compraba algo nuevo. Así que de chico me tenían hilando, tejiendo o haciendo ruecas de piedra. De hecho, empecé a hacer cosas como bateas o cucharas que era lo que utilizaban en mi casa, mis abuelos”, resume el autor de bellísimas piezas talladas en madera de algarrobo de forma muy orgánica, respetando la forma original y la veta de la madera. “Pero para el grupo –continúa–, hice desde hebillas a collares o pectorales. Piezas que nunca me imaginé estar haciendo pero que me han dado mucha satisfacción y nuevas posibilidades a mi trabajo”, remata.

San Juan en formas y colores

Si bien las líneas presentadas son cuatro, todos coinciden que las que más representan San Juan son el contraste de la Oasis y la Desierto. El verde de los viñedos rodeados del más árido e insondable Ischigualasto, donde abundan los tonos tierras, rojos, amarillos y naranjas. “Yo creo que si hay algo que define la colección es la modernidad y el contraste. Los sanjuaninos somos eso. Tenemos una fractura en lo social con el tema del terremoto. Hay un antes y un después con ese hecho, entonces toda nuestra arquitectura y paisaje se vuelve irregular. Hasta los parrales tienen esa irregularidad. Entonces en las líneas aparece esa geometría, los triángulos, los cuadrados, la retícula o bien las esferas que pueden ser desde el sol a las uvas”, detalla el arquitecto Carlos Sisterna.

¿Las perlitas de la colección? Sin dudas la mixtura y empleo de materiales inesperados sobre todo para la realización de accesorios y objetos. Mucha totora vegetal y palma para collares, brazaletes y pulseras, pero también para diseñar unas grandes esferas que sirven para ambientar y se inspiran en las semillas o esporas que ruedan por el desierto. Esponja vegetal para todo tipo de flores decorativas. Y frutos varios como los retortuños o vainas de algarrobo para todo tipo de pendientes y colgantes.

Justito antes de irnos nos cuentan que no se puede visitar San Juan sin pasar a conocer a la Difunta Correa, baluarte de la provincia y hacedora de todos tipo de deseos. Eso sí, al cumplirlos (aseguran que siempre lo hace) hay que comprometerse a llevarle lo pedido. Por eso en el santuario se amontona un sin fin de casitas en miniatura, vestidos de novia y autos. ¿Cuál será la mejor representación de la unión y el cooperativismo? Ojalá lo encuentren, porque de eso depende la supervivencia del grupo y la sustentabilidad en el tiempo del proyecto.

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