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Sábado, 26 de octubre de 2002

Suites del diseño

Las Design Suites son el primero y único “hotel de diseño” del país y acaban de cumplir tres años. Un balance de la experiencia de aplicar un concepto envolvente a un negocio exigente.

 Por Sergio Kiernan

Era un lote largo hasta el absurdo, con una estupenda ubicación. Pasó, lo vio, lo señó y llamó para asociarse a esos amigos. “No –dijeron–, no queremos asociarnos, queremos compartir la idea y el terreno.” Así empezó hace tres años el experimento de darle a la ciudad el primer hotel “de diseño”. Las Design Suites ya maduraron, se hicieron un perfil, sufrieron sus primeras reparaciones y modificaciones, se multiplican en un segundo edificio casi pegado, y están listas a ser exportadas como concepto a Chile. Hora de hacerles un primer balance.
Lo primero a destacar es la extrema sencillez física del lugar. En el famoso lote de 6 por 56 se alzan dos cuerpos separados por un patio de 18,50 metros de largo, que permitió que el segundo cuerpo fuera a los fondos. Esto es, son como dos pequeñas torres, cada una con un patio de aire y luz y dos ascensores, separadas por una escalera de servicio, lo que permite que cada departamento tenga su palier privado. Todo en este hotel es claro: hay blancos, aceros, aluminios, crudos, cremas y tizas cortados apenas por reflejos de aguas y algunas maderas rubias. Todo tiene luz natural en abundancia, entrante por ventanales hasta el último centímetro. Nada es complicado: las estructuras dejan cuartos amplios, sin columnas, divididos por mamparas y puertas corredizas que le dan a todo una definición despojada, clean.
El responsable del concepto y la ejecución es el arquitecto Ernesto Goramsky, veterano impulsor de la idea del diseño como valor agregado, que aprendió en sus tiempos mozos vividos en Londres. Goramsky tiene un concepto envolvente de las Suites y se hizo cargo de absolutamente todo lo que contiene el hotel, eligiendo hasta el último objeto y siguiendo el diseño de cada elemento. Fundador del Centro de Diseño de Libertad 1240, el arquitecto ya tenía una buena batería de creadores de objetos a su disposición, por lo que un orfebre creó la baranda que baja al sector servicios y una diseñadora amiga, residente ahora en Nueva York, aportó revisteros, muebles y floreros de rara geometría.
El resultado neto no es una simple continuidad de objetos bien diseñados y originales, sino una unidad, una atmósfera particularmente visible en el área pública de la planta baja. Uno llega a las Suites cruzando la calle Charcas desde el palacio Pizzurno, viendo un frente delgado, un edificio no muy grande revestido de bloques. Entrar es encontrarse con una discreta recepción hotelera, un área para sentarse con óptimos sillones de geometrías cambiables, un pequeño bar. A esa altura el lugar huele a aguas: hay en el medio del patio, bajo la luz natural que deja pasar un cerramiento traslúcido de delicada curva, una pileta en miniatura en la que se ve, sumergido, irreverente, un Cabildo de acrílico rojísimo. Tan rojo, de hecho, como la enorme liebre que corre en la pared, sobre blancos sillones desmesurados, entre otras obras de arte en el espacio que se les dedica.
El mobiliario, las superficies, las puertas, los pavimentos están cuidadosamente coordinados en textura y tono. Cuando llueve se ven ciertos divertimentos: el agua del techo curvo se distribuye por un pluvial de vidrios que recorre el largo del edificio antes de hundirse para siempre, agregando movimiento y ruido a la tormenta.
Las habitaciones imponen una sensación de paz y elegancia moderna. Son como pequeños departamentos blancos, con los muebles justos, una mesa para cuatro y el mínimo de comodidades para atender deliveries y recibir amigos con detalles como una excelente cafetera. Hay dos televisores y pronto se va a incorporar una pantalla plana que combina informática con entretenimiento y permite trabajar o ver cine en la cama, teclado en falda.
La experiencia de inventar un hotel con el nivel internacional de confort pero con mucho estilo y estética no fue simple: no vino llave en mano desde afuera. Hubo muchos cambios de materiales, desde el riel de las puertas que se trababa regularmente, a ciertos paneles que no rindieron como se esperaba en cuanto a mantenimiento. Hubo aciertos como los cielos rasos de hule colgantes de los baños o la inalterable identidad de los aluminios. Experiencias todas que se retoman y mejoran en la nueva sede que, estacionamiento por medio, se alza a pocos metros. “El estacionamiento, si todo sale bien, se transformará en subterráneo, con una plaza encima para los pasajeros y vecinos”, explica Goramsky.
Lo que el arquitecto explica con verdadera pasión es su idea del diseño como futuro del país en lo económico y expresión de una sociedad. Los 2700 metros del hotel, por ejemplo, son un acercamiento a un nicho, a “una mirada determinada” que sedujo a Francis Ford Coppola y Rubén Blades, y lo transformó en paradero fijo de equipos de filmación, periodistas y gentes de la industria musical. El concepto es claro, de ahí su exportación a Chile y la idea de Goramsky de que el diseño es el eje “de una nueva tribu de afinidades, de apuesta a un país desarrollado”.
Ciertamente, las Design Suites, que ya figuran en cuanto catálogo o publicación se refiera a este tipo de “pequeño hotel”, tienen un carácter personalísimo: no es un lugar cualquiera. Y para los locales ya está resultando un lugar favorito para lanzar productos o simplemente tomarse un café. Que no está nada mal hecho.

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