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Sábado, 13 de septiembre de 2008

Desprolijidad

 Por Sergio Kiernan

Desprolijidad I: cualquiera hace lo que sea

El desorden en Buenos Aires permite hacer obras clandestinas a la luz del día, sin ninguna sanción real. Una atrocidad en la calle Carlos Calvo muestra que la Ciudad no tiene dientes, ni leyes, ni manera de hacerlas cumplir.

La cuadra del 1400 de Carlos Calvo, en pleno Montserrat, guarda una de las casas mejor conservadas de nuestra ciudad. La casona es una sobreviviente del Buenos Aires del siglo 19, con una fachada modesta e italianizada que guarda con actitud española un interior estupendo, decorado con lo mejor de nuestro período victoriano y restaurado a la perfección. Hace varios años que esta casa, por pedido de sus dueños, es patrimonio histórico, catalogada con el más alto grado de protección, el estructural.

Resulta que al lado, en el 1434, está hace muchos años el Hotel Minerva, en una casa de las de zaguán y frente afrancesado, con una fachada decorada y con una gran puerta ventana con baranda en el medio. En diciembre del año pasado, los hoteleros tuvieron un ataque de expansionismo y comenzaron una obra para ampliar el hotel y subdividir sus espacios. Tal fue su entusiasmo, que se olvidaron de pedir cualquier permiso para hacer la obra. Seguramente estaban muy bien asesorados por profesionales del rubro, que les explicaron que no pasa nada, pero nada de nada de nada si uno hace una obra y listo. Las leyes son confusas y no tienen dientes, por lo que quebrarlas es literalmente gratis.

Como sabe cualquier vecino de la ciudad, toda obra requiere un permiso más o menos complejo de obtener y tramitar de acuerdo con la complejidad de lo que se quiere hacer. Si los dueños del Minerva se hubieran molestado en tramitarlo se habrían enterado de que su idea tenía una complicación más, ya que medianera de por medio tienen un edificio catalogado. Esta vecindad obliga a consultar lo que se va a construir con la Dirección General de Areas de Protección Histórica, que tiene el deber –teóricamente– de impedir que se construya cierto tipo de bodrio justo al lado de nuestras piezas patrimoniales.

Pero los del Minerva se ahorraron estas molestias y le dieron para adelante nomás. Los dueños de la casa catalogada denunciaron la situación el 5 de diciembre –expediente 91241/07– en lo que todavía era la Dirección General de Fiscalización de Obras y Catastros. Tal vez paralizada por el cambio de gobierno que acababa de ocurrir, la Dgfoc no hizo nada en absoluto, con lo que los denunciantes reiteraron su pedido el 26 de diciembre, con el expediente 94611/07. Aunque el ente ya se llamaba Dirección General de Registro de Obras y Catastros, su velocidad no se modificó: recién el 7 de febrero de 2008 la inspección comprobó que la obra estaba en un orsay monumental y la clausuró.

Era tarde, porque la fachada del hotel había sido destruida en una muestra de mal gusto histórico que puede apreciarse comparando las fotos del antes y después de estas páginas. Donde había un balcón, ahora hay dos ventanas de chapa y un parche malamente hecho. La Dgroc le ordenó al propietario de la finca que devolviera al edificio “su estado original de aprobación”, o sea que lo reconstruyera a como estaba antes de empezar la obra ilegal.

No consta en actas que los propietarios del Minerva se hayan reído mucho o poco ante semejante idea. Pero sí consta que siguieron con sus obras como si nada hubiera pasado. Como se ve en el segundo par de fotos y como cuentan los vecinos, los albañiles picaron minuciosamente las medianeras y ya comenzaron a hormigonar para hacer columnas. Todo indica que el Minerva se expandirá hacia arriba, sin permiso, sin planos aprobados y sin problema.

Con la lentitud actual, para cuando el gobierno porteño reaccione la obra estará terminada, será un hecho consumado sin marcha atrás. El aspecto patrimonial de la casa ya es un recuerdo: el Minerva es ahora un ejemplo craso de mal gusto aberrante. No se cumplieron las leyes más elementales que rigen la construcción en la ciudad y tampoco las que protegen el patrimonio catalogado. Con la demolición de la casa Benoît en Bolívar e Independencia quedó en claro la urgente necesidad de un régimen de faltas para el patrimonio y de una fuerza de inspectores dedicados a él. El mismo Mauricio Macri clausuró en persona una obra nueva que tiraba cemento a las cloacas y lamentó la lenidad del castigo que podía aplicarles a los infractores.

Pero nada ocurrió. El caso del Hotel Minerva demuestra que sin inspectores ni régimen de faltas, la Ciudad no puede controlar nada. Feliz Carnaval a todos.

La terraza antes y después. En la segunda foto se ve dónde picaron la medianera sobre la casa catalogada del 1440.

Desprolijidad II: la calle Defensa

En lo más viejo de nuestra historia hay abogados, cosa que ya va pareciendo mentira. Como se puede ver en las figuritas de manual, este país fue fundado por abogados –y clérigos y militares– que estudiaban en Lima, en Charcas o en Córdoba, las universidades más viejas del barrio que arrancaron, justamente, enseñando leyes. Que parezca mentira se debe a la cada vez más contagiosa desprolijidad legal en que vivimos, que hace que Congresos y Legislaturas tengan que corregir proyectos de leyes enviados por funcionarios diversos o inventar puentes legislativos para hacer legales tonteras de procedimiento. Esto explica que este martes, a las tres de la tarde, la Legislatura porteña vaya a ver una verdadera curiosidad, la reunión de cuatro comisiones para sacar volando la ley de Prioridad Peatón. El ejecutivo no sabía que entre sus poderes no está el de hacer peatonales las calles y avanzó con la licitación de las obras en la calle Defensa, cosa que puede terminar en juicio. Ahora se apuran en pasar la ley para no terminar en falsa escuadra.

El proyecto de la calle Defensa es una zoncera de punta a punta, lo que la reunión de comisiones no podrá resolver. La idea es crear una semipeatonal, sin colectivos pero sí con autos que, sueñan los funcionarios, circularán “muy despacio”. El problema es que para esto se levantarán los pavimentos y las veredas y se hará una superficie donde estos dos elementos –calzada y espacios para peatones– serán virtuales, marcados no por un desnivel sino por el color o material de la superficie. Habrá bolardos, arbolitos, bancos y faroles, seguramente en el estilo Puerto Madero o Cortada Tres Sargentos, menos grasa que los de Florida pero igualmente alienígena en el Casco Antiguo.

Como se sabe, los vecinos de San Telmo no quieren saber nada con el proyecto, que les cayó encima sin consultas ni preguntas. Los vecinos lo consideran no sólo inútil sino además dañino, ya que Defensa es una calle importante en el barrio, con transporte y comercios de los que atienden su vida cotidiana. Entre más hablan y discuten el tema, cada vez les queda más claro que se pone un énfasis muy fuerte en San Telmo como recurso turístico y en Defensa como una Florida para estos turistas.

Estos argumentos y varios otros se escucharon este miércoles en la sesión de la comisión de Patrimonio de la Legislatura, presidida por la diputada Teresa de Anchorena (CC) en compañía de su colega Patricio Destéfano (PRO), de la directora de la Comisión Laura Weber y del asesor de Anchorena, Facundo de Almeida. El invitado era el director general del Casco Histórico, Luis Grossman, y el ausente de siempre era algún representante del Ministerio de Desarrollo Urbano, ente que esquiva dar la cara con una calidad de crack.

El caso Grossman es realmente particular. El arquitecto y ahora funcionario –siete meses en función– no es “actor en esa ley”, creada por Desarrollo Urbano y no por Cultura, al que él pertenece. Pero como el centro de la bronca es San Telmo, Grossman va a cada reunión a la que lo convocan. Allí ya se repite una rutina que amenaza establecerse: Grossman muestra una paciencia que antes estaba oculta y hasta se banca las diversas agresiones que le arrojan, y luego contraataca con teorías increíbles. Este miércoles, varios vecinos que lo escuchaban se preguntaban azorados si era una estrategia para dispersar el tema elucubrada por el gobierno porteño. Los que conocen a Grossman de antes de su reencarnación oficial tuvieron que explicar que no, que el hombre atesora teorías pintorescas desde siempre.

Por ejemplo, comparar lo incomparable, en este caso Barcelona con Buenos Aires. Resulta que los catalanes lanzaron un plan llamado “Manda peatón” tratando de doblegar a sus conductores bravíos, no tan agresivos como los nuestros pero casi. El programa limita drásticamente el tránsito en ciertos sectores de la ciudad, en particular en las calles casi intransitables del barrio medieval. Pero a nadie se le ocurrió levantar los empedrados del Casc Antic o el Barrio Gótico para poner lindos farolitos de acero, con la excusa del peatón, cosa que Grossman no dice.

El problema en realidad es la proverbial falta de rigor del funcionario. En sus tiempos de columnista, Grossman demostró que no hay edificio nuevo que sea feo porque todos tienen el valor brillante de ser... nuevos. No es la mejor ideología para un encargado del Casco Histórico. Este miércoles, el arquitecto dejó mudos a los que lo escuchaban al decir que si en San Telmo “hay una puerta de doscientos años pintada de verde”, a él no le interesa porque es cosa de arqueólogos. No quedó tan claro qué es lo que le interesa a él, excepto por su constante insistencia en que “mugre no es patrimonio”. Santiago Pusso, de Basta de Demoler, lo dejó en claro con el simple expediente de preguntarle al director general qué posición tenía frente al plan Prioridad Peatón en general. Grossman habló, pero no dijo nada muy práctico.

La falta de rigor no fue exclusiva del director general. Desde los vecinos se escucharon cosas como que se quiere peatonalizar Defensa porque el Gobierno quiere hacer negocio vendiendo los adoquines al extranjero. Esta leyenda urbana no tiene el menor asidero, es paranoide y francamente ofensiva para quienes la reciben. Resulta que un adoquín a nuevo cuesta tres pesos, con lo que pavimentar un living con adoquines es más barato que hacerlo con porcelanato y muchísimo más barato que con madera. Si esto es un negociado...

El tema levantó vuelo cuando los vecinos se centraron en lo que realmente hace a los procedimientos democráticos. En concreto, cuando repitieron una y otra vez que nadie les había siquiera avisado que se iban a hacer estas obras, ni hablar de consultarlos. La diputada Anchorena y Facundo de Almeida explicaron que como hay que hacer una ley para peatonalizar la calle y esa ley es de doble lectura, es obligatorio que se hagan audiencias públicas donde los vecinos tienen que ser escuchados. También explicaron que Anchorena haría un pedido de informes al Ministerio de Desarrollo Urbano, ante su recurrente ausencia en toda reunión donde se trate el tema (ocurrió el jueves, con la firma de todo su bloque en la Legislatura).

Catherine Black, directora del periódico El Sol de San Telmo, y Patricia Barral, periodista y vecina del barrio, destacaron la “insensibilidad” de Grossman hacia el patrimonio que se supone debe custodiar y se preguntaron por qué tanto apuro en hacer las obras. También se habló de mejores usos para los 25 millones de pesos que costará el chiste, con mejoras en la iluminación –sin cambiar las farolas– y arreglo de fachadas como parte de las sugerencias. Para ordenar las cosas, la diputada Anchorena –un alma práctica– sugirió que los vecinos reúnan sus ideas en una lista. Black y Barral ofrecieron su blog –santelmocuida.blogspot.com– para compilarla.

Un detalle final. Mientras el Estado parece considerar al adoquín un símbolo de atraso y ni siquiera sabía que una ley ordena reponerlos donde sea posible y prohíbe removerlos del Casco Histórico y de las APH, el sector privado los usa como símbolo. Resulta que ya se está promocionando un edificio tontísimo –cuadrado, pesado, olvidable, imposible de amar– que ocupa cuatro lotes en el borde del Casco Histórico. Con el pretencioso nombre de Quartier San Telmo, el edificio es el típico vampiro urbano: arruina el barrio de casas bajas y arquitectura tradicional en el que se asienta, pero lo usa como argumento de venta. ¿Saben cuál es el logo del Quartier? Una cinta de adoquines a la antigua.

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El Hotel Minerva antes y después de la intervención ilegal. De una casa de valor patrimonial a un bodrio de mal gusto.
 
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