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Sábado, 24 de agosto de 2013

La destrucción de la Casa Carriego

Borges tenía un sentido del humor socarrón y criollo, moderado en tono por su crianza inglesa pero capaz de señalar la ironía de que Argentina encontrara paquete ser vasco o irlandés. También sonreía cuando se le hablaba bien de Palermo, su barrio de la infancia, y señalaba que en sus tiempos le decían La Antártida, porque era el fin del mundo, y era paraíso de cuchilleros, de reos y peleas míticas. Era irónico pero no despectivo, porque en Palermo aprendió a ser porteño y porque en Palermo vivía Evaristo Carriego. El viejo poeta contaba afectuoso que Carriego le daba bola aunque él era un pibe, y lo tuvo de hecho como el primer bardo que conoció. Borges se desesperaría si viera lo que el gobierno porteño le está haciendo ahora a la casa chorizo, de frente italianizante y severo, donde habitaba Carriego en la calle Honduras. Pese al declamado respeto al patrimonio edificado, pese a las citas a manuales de procedimiento, el macrismo está triturando la casa como si fuera una más y el nuevo dueño necesitara entrepisos. El Ministerio de Cultura que viene supliendo el especialista en turismo Hernán Lombardi desde fines de 2007 acaba de arrancar la “demolición parcial, renovación y ampliación” de la “Casa de la Poesía”. Habrá más metros, más hormigón y ámbitos desaparecidos en la obra. La movida significa también ignorar los pedidos del Consejo Consultivo de la Comuna 14 y pasarse por las partes la ley que protege edificios anteriores a 1941. Como los vecinos nunca pidieron la obra –de hecho se opusieron de viva voz– y los trabajos no son parte de ningún plan cultural discernible, la conclusión es la de siempre: otro contrato inútil para ayudar a las empresas amigas, al sector mimado del macrismo.

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