m2

Sábado, 19 de julio de 2014

CON NOMBRE PROPIO

Belleza que cura

Aldea Wabi Sabi es un proyecto de diseño que busca generar bienestar a través de piezas realizadas con materiales nobles y estética oriental.

 Por Luján Cambariere

El nombre de su emprendimiento lo toman de Oriente, de esa estética japonesa que valora la imperfección y el paso del tiempo propio de la naturaleza, belleza que cura y enseña, aunque el origen tiene que ver con su propio reencuentro.

La diseñadora textil egresada hace veinte años y docente de la FADU UBA, Verónica Schobert, y el diseñador gráfico Guni Otero Kemerer, se conocían de la facultad. De hecho habían tenido, allá lejos y hace tiempo, un proyecto de diseño juntos. Luego tomaron caminos diversos hasta que el año pasado la vida los volvió a juntar y de ese encuentro y, sobre todo de que se dieran las condiciones, volvieron a empezar. Otero ya había abandonado la ciudad y el trabajo detrás de la computadora, cambiando la gráfica por un mayor contacto con la naturaleza a través de su marca de diseño en cemento y profesorado de yoga. Schobert, desde Flores pero con idéntico gusto y sensibilidad por lo natural, mechaba asesorías en comunidades artesanales del norte de nuestro país, con trabajo en empresas de la industria textil y emprendimientos propios siempre de la mano de los materiales nobles. La meta de ambos: generar bienestar a través del diseño.

Llegan a la entrevista con galletitas recién salidas del horno envueltas en una preciosa azuma, contenedor japonés, y se comprende todo.

–¿Cómo comienzan?

G. K.: –Nos conocemos hace muchísimo tiempo. De hecho fuimos socios.

V. S.: –Hacíamos objetos de decoración pero teníamos mucha fricción porque eramos tres y mucho más jóvenes. Nos encontramos hace un par de años y nos dimos cuenta, no sé si porque estudiamos en la misma facultad, o qué, pero tenemos una conexión, que al final, cada uno en su casa, termina llegando al mismo lugar. Y está buenísimo eso. Además ambos buscamos otra calidad de vida para nosotros y los demás, y eso nos encontró pensando en lo mismo.

–¿Vos investigabas el wabi sabi?

G. K.: –Sí, porque empecé a estudiar yoga y a meterme más en lo espiritual, vivencial, y siempre me interesó el objeto en relación con la persona, hacer algo sensible. Encajaba muy bien con lo que veníamos sintiendo y pensando. El wabi sabi es la parte más estética del zen. El zen es la mente limpia, llegar a la iluminación, a través de los objetos. Wabi refiere a lo humilde e inacabado y sabi denota la belleza en el devenir del tiempo, por eso el wabi sabi es la belleza de las cosas imperfectas y perecederas, la humilde originalidad de lo que nos rodea, las manifestaciones de la naturaleza, efímera pero eterna. Es la belleza de las vetas desgastadas de una mesa familiar, el delicado entramado de las fibras cardadas a mano, es dotar de sutileza espiritual al confort del hogar aunque, a la vez, se trata de algo más amplio que estética, diseño o decoración: el wabi sabi es una forma de ver el mundo y la vida que transcurre en él. Piezas con historia. Es el agua que cae sobre la piedra y la va lavando y le da esa textura que no la podés reproducir.

V. S.: –Y así también se relaciona con esa realidad que manejan los orientales de que cuando se ocupan de una labor, después de veinte años de hacer el mismo plato, y de perfeccionarse, deciden mostrarlo. Nosotros no esperamos ese tiempo, obviamente, pero dentro de la simpleza de las cosas buscarle lo diferente.

G. K.: –Al igual que las mitologías y las religiones, toda ética y estética mantiene principios comunes en las distintas culturas. De esta manera, nuestro enfoque de diseñadores de matriz argentino-inmigrante se vio fecundada por el concepto japonés del wabi sabi. Encontramos en esta filosofía las mejores palabras para definir lo que ya teníamos como herencia y lo que queríamos hacer con ello. Comenzamos y seguimos adelante con el mayor entusiasmo, porque creemos en la cada vez más instalada convicción de que las personas necesitan actualmente convivir, en su espacio íntimo, familiar y social, con elementos bellos que proporcionen placer, felicidad, seguridad y, a la vez, garanticen la certeza y responsabilidad de que se trata de objetos realizados con el más alto grado de compromiso posible con el medio ambiente. Por ello, tratamos de optimizar en el diseño y realización de nuestros productos los componentes y procesos que más se encuadren en una producción responsable y ecoamigable: nuestros textiles están realizados con fibras naturales sin agregados químicos, y en general, todos nuestros productos están continuamente en proceso de desarrollo hacia versiones lo más adecuadas posibles a este enfoque, usando materiales nobles, sustentables, de impacto mínimo y reciclables.

–¿Con qué producto empezaron?

G. K.: –Comenzamos y continuamos, como este fin de semana en la feria Sabe La Tierra, con productos orientados a la gastronomía. Cuencos en cemento, delantales, repasadores.

–¿Y estas bellas bolsitas...?

V. S.: –Son las azuma. Bolsitas japonesas que tienen esa construcción genial, que es un rectángulo dividido en tres partes cosido de modo tal que te queda esa hermosura. Azuma es un tipo de bolso o contenedor hecho en una sola pieza de tela, con el principio de plegado que se utiliza en el origami. Se usa en Japón para transportar sobre todo viandas (bentó) una ración de comida sencilla preparada para llevar, bastante común en la cocina japonesa. El bentobako es el cofre de madera laqueada que contiene los alimentos, tradicionalmente de madera laqueada, el cual se envuelve en la bolsa de tela (azuma). Otro de nuestros hits son los porta baguette en algodón y rafia, producto estrella. Gusta muchísimo por el formato y lo original. Sirven también para fruta. Tiene el tamaño ideal como centro de mesa. Los utensilios de madera intervenidos, las carpetas circulares tejidas en hilo de papel, los cuencos de tejido de punto y fieltro amasados en pura, suave y abrigada lana de nuestras ovejas del Norte, la cerámica negra cordobesa. La idea no es vender un objeto solamente, sino que la gente pueda recrear un estilo.

–También tienen otros textiles muy especiales...

V. S.: –Agarraderas bordadas con la técnica, también japonesa, de sashiko, especie de bordado. La historia es encantadora: el sashiko se originó en el Japón rural en el siglo XVIII cuando las mujeres cosían las prendas para la familia. La costura fue diseñada originalmente para fortalecer la tela, añadir parches o acolchar juntas varias capas de tela para hacerla más resistente. Debido a que era lento y difícil hacer telas y prendas de vestir, se desarrollaron diversas formas de reciclar telas y extender la vida de la ropa. Cuando el kimono de los días festivos mostraba signos de desgaste pasaba a ser usado a diario, más tarde se utilizaba como ropa para dormir y después se aprovechaba la tela para hacer un delantal o una bolsa. Cuando las telas ya estaban muy gastadas, se cosían juntas para hacer trapos para limpiar. Otra manera de extender la vida de una prenda era remendarla utilizando parches (cosidos con la técnica de sashiko), preservando así una chaqueta muy gastada o una prenda a la que se tuviera un especial apego. Cuando la tela de algodón, más suave y más fácil de coser que la tradicional de cáñamo, fue accesible para los campesinos, comenzaron a confeccionar la ropa de invierno uniendo varias capas de tela con patrones sashiko y los diseños se fueron haciendo más complejos. Los diseños geométricos, que en principio eran puramente funcionales, empezaron a valorarse por la belleza de sus diseños. Nosotros comenzamos a utilizarla en muchos de nuestros productos y la seguimos investigando.

–¿Les interesa mucho lo japonés?

G. K.: –Más el concepto de aldea. Hay una línea que va más por lo oriental, pero sobre todo nos pasa por investigar las costumbres de las aldeas, o los usos, ropa que usaban, costumbres, es re inspirador. Volver a las raíces, al origen, a esa memoria emotiva que trajeron nuestros abuelos y bisabuelos de países lejanos y que se fusionó con la que encontraron aquí. Por eso, en nuestro imaginario, la aldea es ese lugar al que se vuelve, real y simbólicamente, a retomar las raíces, a recobrar las fuerzas, a estar en paz: ese puñado de casas rústicas construidas por sus habitantes, enclavadas en un recodo del camino junto al río, con sus chimeneas somnolientas, animales y niños correteando juntos, sus prendas tejidas a mano, sus herramientas caseras, la mesa de madera sólida con manteles de género fuerte y siempre cubierta de vajilla blanca que contiene recetas familiares ricas y sustanciosas. Esa pequeña comunidad autosustentable y solidaria es la que nos inspira a reinstalar esas prácticas y valores en el entorno urbano actual: combinar los desafíos despersonalizados con la propia versión en nuestra vida cotidiana de esa manera de vivir original más humana, más lenta y consciente, en definitiva, más feliz. Postulamos la necesidad de retomar muchos elementos de ese estilo de vida anterior, y armonizarlos con los estándares actuales de confort y desarrollo tecnológico, porque no se excluyen mutuamente, sino que se complementan y potencian, entrecruzando lo heredado con lo adquirido, lo moderno con lo antiguo, las nuevas tecnologías con el cuidado ambiental, y permitiéndonos así devenir seres más plenos, conscientes y armónico.

e-mail: [email protected]

Compartir: 

Twitter

 
M2
 indice
  • Nota de tapa
    Coimas y pedidos
    el caso de las coimas municipales en La Plata sube en la escalera política
    Por Sergio Kiernan
  • Los Ctibor al rescate
  • CON NOMBRE PROPIO
    Belleza que cura
    Por Luján Cambariere

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.