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Sábado, 1 de noviembre de 2003

Con toda su historia

En una intervención que reúne cordura, cariño y respeto, una elegante quinta de 1892 en el área histórica de San Isidro acaba de reinaugurarse como el Hotel del Casco. Un ejemplo de refuncionalización con sentido común y cariño al patrimonio.

 Por Sergio Kiernan

El Hotel del Casco, en San Isidro, es un excelente muestrario de ideas sanas y sólidas: una casona de evidente belleza y valor patrimonial que estaba muy deteriorada fue salvada y refuncionalizada con tino y cariño. No hubo reciclado, no hubo cambios estructurales, no hubo zonceras a la moda, tres maldiciones tan comunes que degradan nuestros edificios. La diseñadora industrial Betina Ruzal –hoy a cargo del hotel– y el arquitecto Jorge Gaziglia pusieron una dosis muy grande de respeto en el trabajo. Lo que sacaron a la luz es la belleza neoclásica de la casona de 1892.
El ahora hotel está en pleno corazón del casco histórico de San Isidro, a metros de la catedral y en esas cuadras de Libertador angostas y casi completamente intactas en su arquitectura. Del conjunto, la casona es uno de los elementos más valiosos y ahora ciertamente el más bello. Evidencias internas que fueron apareciendo en la obra muestran que la casa arrancó en 1892 y fue construida y embellecida en por lo menos dos etapas. Canónicamente, la quinta exhibe un estupendo estilo italianizante, tiene dos patios –uno interno, cubierto por un lucernario, que funciona como living y distribuidor; otro externo, abierto en U– y una fachada muy noble, ayudada en la altura por un semisótano que eleva toda la planta y hace que a la galería de entrada se acceda por unos bonitos escalones de mármol con baranda curva.
Por muchos años, el lugar fue casa de veraneo y fin de semana, y luego fue sucesivamente orfelinato, pensión, agencia de publicidad y depósito para fraccionar aceites, con lo que llegó hasta a tener un feo galpón en su jardín delantero. Sus catorce habitaciones con dos baños estaban en un estado catastrófico en cuanto a revoques y equipamientos, con colecciones de cables exteriores que cada inquilino cambiaba a gusto. Los cielorrasos de estuco sobre madera eran un recuerdo o estaban tan arruinados que se caían al tocarlos, faltaban zócalos y las pinoteas se combaban por sus apoyos faltantes o rotos. Por afuera, los revoques históricos ya habían perdido adhesión o simplemente faltaban en grandes partes de los muros.
Pero romper el patrimonio cuesta, literalmente, y nadie había puesto dinero en renovaciones, reciclados o modernizaciones, con lo que la quinta mantenía intacta su belleza, conservaba sus muchas ornamentaciones y, milagrosamente, prácticamente todos sus cerramientos, con la excepción de algunos postigones y celosías. Para mejor, el techo mal que mal había recibido mantenimiento y los problemas de humedad eran menores. Como homenaje a los viejos constructores, basta recorrer el sótano para apreciar que las estructuras de ladrillos que sostienen todo el edificio siguen intactas, con sus argamasas y hasta adobes en perfecto estado. Lo único que hubo que cambiar fueron algunas perfilerías de sostén de los pisos.
La obra arrancó con la remoción de agregados y la reversión de intervenciones. El despeje arrasó con cableríos y cañerías exteriores: se embutió lo que había que embutir y con ingenio minimalista las nuevas instalaciones –televisión por cable, Internet, teléfonos– recorren la casa adosadas al cielorraso del sótano. Hubo el esperable trabajo de revoques, arenado y pintura, y una muy paciente recuperación y reconstrucción de molduras y motivos ornamentales a cargo de la escultora Nélida Demarchi.
Los motivos decorativos de la casa estaban enterrados bajo capas y capas de pintura. Cuenta Ruzal que fue verdaderamente notable ver reaparecer las hojas de acanto de los capiteles del patio interior, borrados por un masacote de pintura. Las puertas fueron desmontadas, despintadas y restauradas; los pisos, pulidos y, tarea de amorosa paciencia, elespléndido lucernario –que algún vidrio sano todavía tenía– fue recuperado de abajo de décadas de mugre y masillas petrificadas.
La transformación en hotel de la vieja quinta fue realizada con aplomo. De las catorce habitaciones originales quedaron doce, con dos cuartos transformados en seis baños de uso común y privado. En otra señal de respeto, toda esta intervención es en obra seca, fácilmente reversible. Ruzal descubrió que sin sus cielorrasos de yesería, las habitaciones perdían sus proporciones por la desmesurada altura. Además, las bovedillas a la vista no iban con una casa de requinte y decorada. La solución fue, nuevamente en forma fácilmente reversible, un conjunto de cielorrasos flotantes que reemplazaran a los faltantes y que le dieran a los cuartos la altura original.
La decoración también fue simpática para con la casa, sin ponerse historicista. Las habitaciones tienen colores rotundos y muebles antiguos, como los armarios de grandes lunas, o modernos pero combinables; arañas de vidrio y altos zócalos que enmarcan las pinoteas. Pero, por ejemplo, no se pusieron los pesados cortinados victorianos tardíos que una casa así seguramente exhibía –las cortinas son blancas y leves– y se evitó la notable cantidad de muebles que se usaba en la época.
El resultado es grato. Al Hotel del Casco se entra por un portón de doble hoja de herrería añeja, cruzando una plazuela interna de vainilla. La fachada, blanquísima, espera con una galería amplia, sostenida por columnas, a la que dan las puertas con celosías de las dos habitaciones del frente, cada una tocada por un muy italiano pedimento curvo. La puerta de entrada es de idéntico tamaño, está al centro y tiene un pedimento triangular. Entre las puertas de las habitaciones, campean dos estupendas farolas de hierro que siguieron siendo a gas hasta mediados de este año 2003, en que fueron cableadas cuando resultó imposible volverlas a hacer funcionar a gas. La baranda de la galería tiene su eco como motivo en la de la azotea. El conjunto tiene movimiento gracias al sector central, donde un pequeño pórtico sostenido por columnas pareadas aloja los escalones y sostiene un decorativo frontis con hornacina y dos copones de remate. La entrada al hotel es el viejo zaguán, cuyo protagonista es un mostrador inglés que viene de una estación de trenes. Cruzarlo es llegar a la verdadera gloria de la casona, el patio interno.
Con su piso de hidráulicos graníticos hasta el lucernario con detalles en vidrio carmesí, el ambiente organiza toda la circulación y funciona como living del hotel. Como se aprecia en las fotos, los arcos sostenidos por columnas –de yeserías que muy probablemente esconden en su interior las originales de hierro– le dan gracia y movimiento. Un detalle es el aro de bronce en el suelo, en el exacto centro del ambiente, cuya utilidad original despierta muchas teorías pero no se conoce. Otro ítem del equipamiento original conservado no necesita explicaciones: es el mecanismo por el cual, con dos grandes manivelas, se puede abrir el lucernario y dejar el patio al fresco.
Como el ambiente es simétrico, en el exacto opuesto de la entrada hay otra puerta y otro zaguán, que lleva al agradable patio trasero de la casa, hoy bar y lugar de desayuno del Hotel del Casco. Al fondo hay un pequeño jardín, una gruta con fuente, una pérgola y a la izquierda un encantador pabellón con cerramientos de hierro y vidrios de colores con un qué de arábigos. Una sorpresa inesperada es que la casa no tiene medianeras con sus vecinos, por lo que se puede recorrer su perímetro apreciando sus cuatro fachadas y descubrir detalles como las pintorescas casillas vidriadas que dan acceso, vía escaleras, a la azotea.
En resumen, la refuncionalización de la casona de 780 metros cuadrados –más 500 de sótano– que hoy es el Hotel del Casco es un caso que deja un buen gusto en la boca. Cuando uno piensa que, no lejos de San Isidro, otra quinta todavía más valiosa fue recientemente demolida en un acto debarbarie, se aprecia todavía más el respeto con que se trató este caso. Y que resultó en un lugar al que da ganas de ir. n

Hotel del Casco: Avenida del Libertador 16.170, B1642CKV, San Isidro, 4732-3993, [email protected], www.hoteldelcasco.com.ar. Informes y reservas: 4700-1332/1417/1615, [email protected], www.newage-hotels.com.

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