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Sábado, 20 de diciembre de 2003

Buenas y malas

El 2003 fue un año típico para el patrimonio: hubo inauguraciones elogiables, hubo patriadas que enternecen y hubo destrucciones perfectamente impunes. Es que sigue sin hablarse siquiera de una ley que proteja de una vez lo nuestro.

Este debe haber sido un año extraordinario, y cuando se nos pase el mareo podremos intentar medir sus alcances. Lo que quedó claro hasta cuando sopló el huracán de la crisis es qué brutalmente cambió el eje de todo: el país anómico de Duhalde es ahora el del hiperkinético Kirchner. Donde cambió la política militar, la de derechos humanos y la Corte Suprema, prácticamente no hubo cambios en los temas de patrimonio. Por debajo del enorme vacío legal que hace pocas, contradictorias, difíciles de entender y fáciles de ignorar las normativas que confusamente intentan parar piquetas y vandalismos, el patrimonio tuvo, como siempre, el destino de algunas obras bien llevadas por gente que lo aprecia, algunas patriadas de sacarse el sombrero, y algunas bajas vergonzosas. Para variar, la mayoría de lo que nos queda sigue ahí no por una ley-marco, o por un pico de conciencia. La cruel verdad es que Buenos Aires no desapareció por la simple ley de hierro de la recesión.

Notas positivas
Este año hubo algunas inauguraciones de edificios patrimoniales importantes, como el hotel Sofitel, la ex torre Mihanovich, bien restaurada en su exterior y totalmente transformada en su interior. Un buen ejemplo de reutilización con respeto al contexto urbano y el simbolismo del edificio en cuestión.
Otro caso fue la reciente presentación en sociedad de la residencia de la embajada británica en Buenos Aires, un trabajo de alto presupuesto y rigor, y un raro ejemplo del standard europeo en la materia. La vieja quinta de Madero fue pulcramente modernizada en instalaciones, cableados y cañerías, y restaurada con tino y elementos como empapelados impresos a mano y pinturas químicamente similares a las de 1917.
Con presupuesto infinitamente menor, se inauguró el Hotel del Casco en San Isidro, en una quinta italianizante de fines del siglo 19 que estaba muy abandonada pero poco alterada. El edificio fue reutilizado con sencillez, con alteraciones reversibles y una juiciosa restauración de sus espacios decorados, como el estupendo patio central. El hotel es ahora una de las joyitas de la pequeña y valiosa área histórica de San Isidro.
Harrods volvió a abrir sus puertas después de años de polvo y décadas de decadencia, transformado en una versión más modesta y moderna de sí misma, pero con una sorprendente cantidad de artefactos históricos presentes. El principal es, por supuesto, el personal espacio de sus plantas con un bosque de columnas revestidas en madera. Abierta la planta baja, el proyecto avanzará sobre los niveles superiores, y ya se habla de reabrir la imperial peluquería de hombres del subsuelo, como un museo. Si todo es viable comercialmente, alguna vez se tratará el exterior del edificio y el centro ganará otro polo de atracción.
Gradualmente, sigue la recuperación del edificio de La Prensa, hoy Secretaría de Cultura porteña y simplemente una joya de la corona para la ciudad. Inmenso, ornado, muy maltratado, el edificio está volviendo a su esplendor en un trabajo paciente que muestra continuidad, cosa rara entre nosotros. Y de paso va ganando espacios nuevos, como las subterráneas salas de imprenta, hoy reabiertas como espacios de arte.

Las patriadas
En Mercedes, el padre Seamus Whelan se las arregló para dejar intacta su iglesia de San Patricio, una verdadera catedral neogótica de proporciones vastas y ornamento acorde. La iglesia es la mayor de las creadas por la comunidad irlandesa y estaba en un estado calamitoso, con desprendimientos, vitrales destruidos y humedades terminales. En apenas un año, la iglesia estuvo como nueva y hoy permite ver cómo supo ser en el momento de su inauguración, incluida su colección de 18 gárgolas. Es un deleite inolvidable que generó una deuda que Whelan, romántico incurable, ahora lucha por pagar. Sin deudas pero con enorme paciencia, los dueños de El Zanjón en San Telmo terminaron su arqueológico trabajo en la Casa Mínima, una verdadera rareza entre nosotros y un proyecto de 18 años. Con mano segura, fueron creados espacios casi virtuales que enmarcan restos de muros originales, del siglo 18, y superficies con las capas acumuladas de modas, motivos y prioridades de 150 años de historia argentina. Si todos los planes se cumplen, en este 2004 la Mínima será abierta al público como un restaurante.
En la otra punta de la ciudad, siguen los trabajos en el hogar escuela de la Misericordia, en Recoleta, donde renace un patio octogonal italianizante de sobria belleza. A cargo del doctor Felipe Monk, el patio está volviendo a su entereza, libre de yuyos, completo en reboques y pintado como se debe. Algunos interiores ya fueron restaurados y muestran la gracia bien proporcionada de su estilo. Y en este entusiasmo por la restauración, el impactante comedor revestido con mayólicas de rojo subido está ahora a salvo. Como en el lugar funciona los fines de semana la Feria de la Baulera, puede visitarse a voluntad, y vale la pena.

La barbarie
El vicario general porteño decidió este año que ya no le servía más la casa parroquial de la iglesia de San Miguel, y la demolió. El conjunto que formaba con el templo es de los más antiguos, más bonitos y más deteriorados de la ciudad. El vicario recibió varias advertencias de las autoridades a nivel nacional y municipal para que no tocara el edificio. De hecho, para que lo reparara. Pero el astuto religioso sabía que destruir el patrimonio es un delito impune: demolió de prepo y tan bien lo planeó que el mismo día en que destruyeron el edificio y dejaron una tapera, ya montaron los marcos para los carteles de publicidad.
Menos vandálico pero no menos impune, Alan Faena alteró la volumetría exterior de los silos de Puerto Madero que está transformando en El Porteño Building. Para ganar en vista y sumar metros cuadrados bien cobrados, Faena y su equipo simplemente llevaron la cumbrera superior por encima de la original, lo que la deja surgiendo torpemente por encima de las fachadas laterales y hace enana la torre original del armonioso edificio. Lo notable es que los materiales de propaganda del Porteño destacan la APH que debería protegerlo y subrayan el respeto al lado patrimonial del edificio...
Tres edificios más, por distintas razones, están en la cuerda floja. Uno es el caserón de los Mansilla en Belgrano, abandonado hace mucho y objeto de codicia por su gran terreno en un barrio casi completamente saqueado de historia. Otro es el ex Padelai, que la misma Ciudad comenzó a demoler, error que se detuvo a tiempo pero dejó al edificio en un limbo que sería sano definir. El tercero es un caso de mejor pronóstico, el de la iglesia de San Ignacio, cuyo tremendo deterioro –fachada y torre a punto de desmoronarse sobre la calle– le ganaron un gran apuntalamiento y un trabajo interdisciplinario urgente. Siendo la iglesia más antigua de Buenos Aires, hasta le cortaron el tránsito de una buena vez en su calle Bolívar, poniendo en acción finalmente la veda en el casco histórico.
Un balance
Provisorio por naturaleza, el debe y el haber del 2004 muestra ganancias y pérdidas. Hay una naciente tendencia a dejar los edificios como eran, sin romperlos alegremente ni usarlos como tela para la “creatividad” de ahora. Hasta la AFIP se contagió y su sucursal de la calle Perón, que supo ser la tienda El Nene, está siendo reparada respetando los lindos espacios interiores. Lo mismo, pero más, puede decirse del restaurante Casa Roca de la calle San Martín, que conserva en su interior una elegante residencia de la belle époque argentina. Y el balance entre fachadas pintadas y lavadas comienza a ser más parejo. Pero son casualidades o modas, azares en un país y una ciudad donde no existe una ley de patrimonio que fije obligaciones y limite intervenciones, donde se jerarquice, explique y codifique.
Y eso que ni siquiera llegamos a hablar de lo que será hacerla cumplir...

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De arriba hacia abajo: Residencia de la embajada Británica, Hotel del Casco, Harrods.
 
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