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Sábado, 22 de mayo de 2004

Un caso en Brooklyn

Una iniciativa entre gobierno municipal y vecinos para revitalizar la zona comercial de ese barrio de Nueva York permite ver cómo se dialoga entre ciudadanos y funcionarios y cómo se preserva el patrimonio sin afectar la vida de una ciudad.

 Por Sergio Kiernan

Es raro que un argentino se haya dado una vuelta por Brooklyn, un barrio de Nueva York del que vemos el famoso puente –casi en cada película sobre la ciudad– pero al que entramos físicamente sólo si hay un amigo o pariente que aprovecha los alquileres más bajos que en la astronómica Manhattan. Brooklyn nació como una ciudad independiente, como nuestra Belgrano, y todavía mantiene los edificios de sus propias instituciones, anteriores a la fusión de los “cinco barrios” en la ciudad de Nueva York. Este núcleo institucional ahora aloja delegaciones municipales y entes autónomos del barrio, a la manera de nuestros CGPs. Brooklyn tiene también su downtown comercial, con eje en la calle Fulton.
El área no es lo que supo ser hasta los años cuarenta, cuando las grandes tiendas tenían sucursales por allá y el barrio tenía sus propios grandes comercios, algunos de los cuales crecieron, se mudaron a Manhattan y cerraron sus locales originales. Hoy, Fulton Street es famosa por la inmensidad de sus carteles de propaganda, sus tiendas de descuento y segunda selección, y poco más.
El gobierno neoyorquino acaba de presentar una propuesta para cambiar la zonificación del área inmediata de Fulton, para revitalizarla. Las medidas más notables son permitir la construcción en altura –lo que en Estados Unidos quiere decir rascacielos– y autorizar un nuevo estadio deportivo en un patio ferroviario en desuso.
Los vecinos recibieron bien las iniciativas, que traerán nuevos vecinos al barrio, probablemente generarán una movida comercial y crearán una atracción masiva deportiva. Sólo pusieron un pero: había que conservar el carácter histórico de ciertos edificios significativos, que le dan identidad a esa parte de Brooklyn.
La historia de cómo se hizo esto sirve para demostrar cuánto nos falta a los porteños para cuidar realmente nuestro patrimonio. En Brooklyn, dos ONGs, la Asociación de Brooklyn Heights y la Sociedad Municipal de Artes, formaron un grupo que recorrió Fulton y aledaños y eligió 16 edificios a preservar. Todos son comerciales y fueron sedes de grandes tiendas o restaurantes famosos.
La lista incluye el edificio de Liebmann Brothers, en la esquina de Fulton y Hoyt, caracterizado por su torreta redonda en la ochava y sus arcos de medio punto en el último piso. Es un paquete de ladrillo visto, muy de la transición entre los siglos 19 y 20, cuando los norteamericanos estaban creando su gran arquitectura comercial echando mano de toda la paleta clásica para fines modernísimos. Otro elegido está en el 567 de Fulton, de cuatro pisos con arcos, pilastras clásicas y ménsulas en hierro. Luego está A. I. Namm & Son, alguna vez sede de una inmensa concesionaria y venta de repuestos, muy años treinta, que le hace de vecino grande al Liebmann, y predios institucionales como las oficinas de la Secretaría de Educación en la calle Livingston.
Aquí, entonces, aparecen dos actores raramente vistos por estos pagos. Primero, el gobierno con su mecanismo público y anunciado de zonificación, tema que aquí es un misterio bizantino, en apariencia sólo apto para algunos profesionales, para las constructoras que pueden hacer fortunas y para los legisladores o funcionarios que lo votan o disponen. En Nueva York, cambiar el FOT o las alturas máximas permitidas es tema de debate con los vecinos, que son informados.
El segundo actor escaso por estos lados es el vecino, representado por ONGs maduras y dedicadas a vida de su barrio. Esto es típico de la larga tradición norteamericana de formar clubes o grupos de interés y dedicarse a cuidar la quinta comunal, tema tan importante que ni remotamente puede abandonarse en manos del gobierno.
La idea funciona: el gobierno tiene interlocutores para sus iniciativas y recibe ideas de la comunidad, a través de mecanismos de consulta estables, abiertos y conocidos por todos. Entre nosotros hay embriones de esto -mecanismos de consulta popular, asociaciones que asoman a estas temáticas- pero falta tanto por hacer.
Es una pena, porque la sinergia generada es notable. Por ejemplo, para no perjudicar económicamente a los dueños de los edificios a preservar, los vecinos propusieron que puedan vender su potencial derecho a construir x pisos a otros constructores que usen otros terrenos en la zona. Y la ciudad no rechazó la idea, que está en estudio.

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