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Sábado, 1 de junio de 2002

La luz como prioridad

El edificio del Centro de Estudios del Suterh en San Telmo conserva una fachada histórica y crea un interior particularmente amplio, con movimientos y ambientaciones dramáticas protagonizadas por la luz natural que entra por un techo vidriado y removible, a cielo abierto.

 Por Sergio Kiernan

San Telmo tiene, en una de sus esquinas desparejas más cargadas de historia, otro caso de reutilización de un edificio antiguo. Es la universidad que está abriendo el Suterh, el sindicato que parece definitivamente afincado en Venezuela y Balcarce, donde ya tiene un centro deportivo en uno de los elegantes talleres del viejo diario La Prensa y un centro de capacitación en la casona del siglo XIX que ganó fama como el Parakultural. La sede de estudios superiores es el tercer predio subiendo la barranca de Venezuela, justo donde se desboca el pasaje 5 de Julio. Por fuera, una fachada de principios de siglo restaurada y consolidada, más adentro una segunda fachada, y finalmente, en un terreno de 20 por 50, 2200 metros cubiertos de aulas y servicios con un planteo original de naves y una característica remarcable: todo está a cielo abierto y la luz cambiante se permite resignificar espacios cada quince minutos.
Los arquitectos Josú González Ruiz y Gabriel Lanosa se encontraron con un viejo edificio en ruinas, ocupado y con una herrería y un taller mecánico en la planta baja. El predio estaba destruido y sus habitantes más, que hostiles, lo que demoró mucho el trabajo de mensura y apreciación. Finalmente, negociando con paciencia nuevos hogares para los ocupantes, comenzó el trabajo, que implicó una demolición parcial en la que aparecieron ocultos bajo años de agregados, unos gráciles arcos que definían tres naves interiores. No fue posible conservar los originales, en pésimo estado, pero el planteo sobrevive en el edificio nuevo.
El predio se define, entonces, en tres sectores claramente definidos por dos muros de ladrillo con los mencionados arcos. A cada lado hay volúmenes de aulas superpuestas, con amplias aberturas vidriadas que dan al área central, un gran patio que recorre toda la altura del edificio desde el subsuelo recién excavado al techo con grandes cabreadas metálicas y paños vidriados. “Se pensó en el patio porque es un elemento cultural porteño tradicional”, explica González Ruiz, “y porque nos permitió valorizar la luz en la nave central y generar un paisaje interno.”
Por efectos de esta luz, el interior del Centro de Estudios gana una curiosa amplitud y tiene movimiento. La curva del sol va cambiando la iluminación interna, las sombras y los manchones de luz más brillantes, por lo que en espacios breves de tiempo se perciben las mudanzas. Es curioso estar en un subsuelo básicamente iluminado por luz natural.
Las naves laterales están claramente funcionalizadas como aulas que se conectan por pasarelas y escaleras de circulación vertical. Para evitar zonas de sombra y resaltar la idea de movimiento, todas estas estructuras son asimétricas dentro de la simetría general del patio. Huyendo de la pesadez estructural, todo el armado cuelga de las poderosas cabreadas del techo. Las aulas son espacios internos versátiles: en algunos pisos tienen dos ámbitos y en otros tres, divididos por paramentos corredizos de perfecta aislación acústica que permiten crear salas pequeñas para grupos limitados o grandes aulas de gran capacidad.
Con la misma filosofía, lo que en la vida cotidiana del edificio es el hall distribuidor del subsuelo, un espacio amplio entre los laboratorios y el centro de computación, por pedido se transforma en un aula magna por medio de paramentos corredizos que recorren por rieles, cierran un amplio y largo ambiente que deja circulaciones libres en tres lados. El cuarto es un depósito imperceptible que guarda el mobiliario del aula magna.
Los arquitectos se esmeraron en mantener bajo control la sencillez de las texturas. El edifico no tiene el menor ornamento pero es sobrio y a su manera elegante por la repetición de temas: hormigón, ladrillo, vidrio y metal. Las excepciones están al fondo, donde aparece una suerte de segunda fachada en madera para la biblioteca y el bar, y a los lados, donde superficies continuas de chapa acanalada brillante esconden los volúmenes de sanitarios. Todo el mobiliario del Centro de Estudios –desde las sillas y mesas de las aulas, a los muebles de la biblioteca y todo elequipamiento de oficinas y bar– fue diseñado en las mismas formas simples, con la misma madera y metal.
Lanosa y González Ruiz también se ocuparon de que “curar” los achaques de su edificio no implique romperlo. Por eso, los plenos son muy amplios y tiene grandes puertas de acceso a las instalaciones. El edificio está equipado con controles inteligentes de ambiente que suben o bajan ventilaciones y refrigeraciones, y con luces activadas por sensores de presencia que ahorran costos.
Pero es, nuevamente, la luz y su aprovechamiento lo que define el proyecto. Las aulas superiores tienen lucarnas como troneras y subir a la terraza significa encontrarse con naves transversales definidas por las cabreadas y sus grandes paños de vidrios. Todo el sistema se desliza sobre rieles hacia los lados, para descansar sobre las terrazas técnicas y permitir estar literalmente al aire libre. Al frente del edificio hay una agradable terraza de césped natural con un deck, parrilla y quincho. Y, como marca, un gran volumen de maquinarias con poderosas franjas de luz que, de noche, brillan orientando. El artefacto ya es universalmente conocido como el faro.

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Los juegos de luz y las pasarelas y escaleras en el patio central
 
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