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Sábado, 22 de enero de 2005

La vuelta de un teatro

El 25 de Mayo fue una de esas glorias que tenían los barrios porteños, cuando el centro quedaba lejos –en tranvía, en colectivo– y había que tener un centrito propio. Así surgieron grandes áreas comerciales, de entretenimiento y cultura que todavía perviven, como la avenida Cabildo y Rivadavia, y así barrios como Villa del Parque exhiben núcleos como el de la calle Cuenca, con shopping, cines, iglesia, estación, bares y tiendas que lo hacen parecer un pueblo autónomo.
El cine y teatro de Villa Urquiza fue parte de ese estilo de planeamiento descentralizado que se dio por simple realidad física de una ciudad tan inmensa. Pero el 25 de Mayo tuvo sus ambiciones y el barrio tuvo en 1929 un teatro de posibilidades líricas, bellamente decorado y con una acústica tan notable que le ganó el sobrenombre de Pequeño Colón. Carlos Gardel y Agustín Magaldi lo honraron con actuaciones regulares.
Como tantos otros edificios de ese empaque, el 25 de Mayo tuvo problemas para sobrevivir la mejora en el transporte público y el fin de la idea de que uno se quedaba en el barrio para divertirse. El teatro pasó a ser exclusivamente cine hasta que también lo tomó la crisis del cine de barrio, con lo que terminó a la deriva, malamente remodelado para bailanta. Después de largos años cerrado a cal y canto, los vecinos pidieron a la Ciudad que lo comprara en marzo de 2004 –parte del programa en que la Secretaría cultural pide opiniones e iniciativas a los vecinos— y el gobierno porteño hizo caso.
Esta semana, Cultura presentó el plan de obras que va a poner en pie al 25 de Mayo, con una reinauguración parcial para este año y una total para el que viene, y un presupuesto de 8.433.000 pesos. La licitación ya se hizo, se abren los pliegos el 22 de febrero y si todo sale bien el trabajo comenzará en mayo.
Para concebir las obras, el teatro debe ser dividido mentalmente en dos. Por un lado están los espacios de circulación de adelante, muy ornados como corresponde a un edificio público hecho por lo alto, y básicamente enteros pese al abandono de años. Aquí habrá mucho trabajo de restauración y recuperación para transformar estos ámbitos en un centro cultural con cuatro espacios de reunión o aulas, y una sala para música de cámara para 200 personas.
Luego viene la sala propiamente dicha, que sufrió la peor inquina que puede sufrir un edificio patrimonial, la de la reforma mal hecha –y nada destruye el patrimonio más que las modernizaciones y las intervenciones burras–. La platea fue arrasada al transformar el 25 de Mayo en salón de baile: no hay butacas, no hay pendiente, no hay cámara acústica abajo, no hay más foso de orquesta, sólo un contrapiso de cemento. La sala será totalmente reconstituida y recibirá una cuerda reforma en su espacio escénico, que casi no tiene laterales (“hombros”, en lenguaje teatral). Se demolerán unos camarines mal amañados para que el escenario tenga bambalinas. Cuando esté terminada, la sala tendrá 800 butacas y, por supuesto, un proyector de cine flamante. Naturalmente, hay un particular énfasis en las medidas de seguridad y en el cumplimiento de cuanto código esté en vigor.
El secretario de Cultura Gustavo López explicó que la intervención en el teatro no sólo lo va a recuperar como edificio sino que va a poner en uso espacios que no tenían un objetivo claro en el planteo original. Silvia Fajre, subsecretaria de Patrimonio Cultural, resaltó el cuidado con que se tratará el edificio y el aporte de “fotografías y recuerdos” que hicieron los vecinos para documentar.

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