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Jueves, 23 de septiembre de 2004

ANALíA COUCEYRO-MORO ANGHILERI: CHICAS MALAS, CHICAS BUENAS

La marea de Venus

Analía y Moro llegaron a la tele desde el cine para trabajar en Sangre fría, el unitario de terror que emite Telefé. Les gusta el amparo de los géneros y cuentan historias de “cómo aprender a vivir con extraños”. “A la hora de morir, toda persona mediocre se convierte en estrella de cine”, dicen.

 Por Julián Gorodischer

Moro Anghileri (27, estrella de cine en ascenso) pregunta: “¿Y nosotras qué tenemos en común?”. Para empezar comparten, con Analía Couceyro (30, estrella de teatro en ascenso), el color de pelo: morochísimas y pálidas, ideales para el protagónico absoluto de Sangre fría, el unitario de terror que emite Telefé los miércoles a las 22.30. Pero deberán conformarse con lo que les toca: para Analía, el villano (Laura) que, por ahora, es un fantasma que ataca a los genios precoces de un college en pleno Bariloche. A la otra (Josefina), un papel menor como estudiante, pero que tendrá recompensa: el momento de la muerte, el solo actoral que le negaban. “Clarice Lispector decía que, al morir, toda vida mediocre deja paso a la estrella de cine”, comenta Analía. A ella le tocó matar, pero se quedó con las ganas: “Hubiera querido acuchillar un poquito más”.
Tienen en común, además, haber tenido a cargo un relato parecido, en sus últimas películas y en Sangre fría. ¿Por qué no leerlas como narraciones sobre “cómo aprender a vivir con extraños”? O como historias sobre familias ensambladas, arbitrarias, sin lazos sanguíneos, a veces crueles como en Sangre fría o Buena vida delivery (el film de Leonardo Di Cesare, que protagoniza Moro), otras gozosas y buscadas como recurso frente a un desamparo originario (en Los Rubios, la película de Albertina Carri, que protagoniza Analía). En el terror televisivo o en el cine de autor, ellas se ocupan de convivencias imposibles, armadas por azar o elección: de la obligada permanencia bajo un mismo techo. “Cómo se vive con extraños” es la crónica de una armonía forzada que está, siempre, a punto de quebrarse. Analía y Moro cuentan esas historias: de familias por opción que salen a reconstruir la memoria de la dictadura (en Los Rubios) o están amenazadas por la pobreza y la exclusión (en Buena vida...). En Sangre fría aparece, en los antípodas del cine de autor, el costado más siniestro de un mundito privado.
Analía Couceyro: –Yo siento que lo más importante es cómo se construye una nueva familia, más allá del pasado, más allá de lo que se busca. En Los Rubios, la familia es en presente. En Sangre fría hay algo similar: un grupo de jóvenes que construye un nuevo núcleo de convivencia.
Moro Anghileri: –En los tres casos hay algo interesante: ¿qué pasa cuando se mete un loco en tu vida? ¿Cómo se llega a un desequilibrio que transforma la vida de las personas? Sobre todo pensando en la dictadura: cuando un loco, o mil, interviene, todo lo demás se subvierte.
Moro y Analía, que vienen de varias temporadas en el Teatro San Martín, sintieron durante su larga estadía en Villa La Angostura el placer de revisitar un género. El primer día le pidieron al villano que importe a la Argentina cositas de Audition (Takashi Miike) y de Scream para construir a su Laura. ¿Importa que Sangre fría no tenga ninguna marca personal, un atisbo de originalidad? A su favor se diría que el efecto pastiche es buscado: Nicolás Parodi (uno de sus directores) revolvió la basura del gore y del terror juvenil plastificado hasta dar con, apenas, un mecanismo eficaz para conseguir el susto.
M.A.: –Soy fanática de los géneros, y en TV no suele investigarse por ese lado. Está bueno jugar a eso, y me da igual si sale bien o mal. Prefiero tomar ese riesgo.
–¿La pasa mejor el victimario?
A.C.: –Morir también está buenísimo. Los chicos estaban esperando el momento de morirse: como los personajes no tienen mucho desarrollo, querían que llegase ese pico de actuación y lucimiento.
M.A.: –Decíamos: “Che, ya te moriste.... Uy, qué bueno, te morís mañana... Bueno, suerte”.
Las chicas malas del cine y la TV están acostumbradas a causar problemas. Moro lo hizo en Buena vida..., aunque ahora se haga la buenita en el rol de Josefina, la estudiante de Artes que sólo parece preocupada en andarposando. Analía causa daño, ahora mismo, en Sangre fría, aunque –hasta aquí– detrás de máscaras y bajo peluca. Si una generación se entrelaza, sobre todo, por consumos de tele y cine en común (se esperaba que dijeran: “... las dos veíamos Pelito”), Moro y Analía no parecen muy dispuestas a ligarse bajo un rótulo.
A.C.: –Yo creo que nos une el deseo de mezclar: aparecen cruces entre las áreas, no está todo tan encasillado. Se entrecruzan el cine, la tele, la pintura, el teatro.
M.A.: –Yo soy un poco fóbica, y no estoy en ningún mundillo. Ni siquiera podría decirte que soy actriz: me gusta actuar ahora, pero no sé si será siempre. No comparto ningún ghetto de actrices.

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