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Jueves, 16 de diciembre de 2004

ARBOL Y KAPANGA, DOS BANDAS “A PUNTO DE DAR EL GRAN SALTO”

Se viene el estallido

Eduardo Schmidt (Arbol) y El Mono (Kapanga) se juntan por primera vez en una nota y dicen que el público les hace notar el crecimiento de sus bandas, repasan sus afinidades (¿enamoramiento?) y, como orgullosos hombres del conurbano, le dan palos a la vida en Buenos Aires.

POR YUMBER VERA ROJAS

Los de Haedo debutan el viernes en Obras; los de Quilmes están listos para desembarcar allí en cualquier momento, después de cuatro fechas en El Teatro: Arbol y Kapanga son dos de los grupos (con Callejeros y Los Tipitos) que más crecieron durante el 2004. En la naturaleza de ambas bandas, el mestizaje de sonidos aparece como elemento fundamental, tal como lo demuestran Guau! (Arbol) y ¡Esta! (Kapanga), sus discos más recientes. Pero no es lo único que tienen en común. Las dos bandas son amigas y hasta se podría hablar de un enamoramiento. “Hubo un show que compartimos en Temperley, que fue cuando nos vimos las caras. Nosotros sabíamos de ellos y ellos de nosotros, pero no nos habíamos cruzado. Y la afinidad fue instantánea”, recuerda Eduardo Schmidt, cantante y multiinstrumentista de Arbol. Y Martín Fabio, más conocido como El Mono, vocalista de Kapanga, agrega: “Mi esposa, que es de Ramos Mejía, era fanática de Arbol. Así empezamos a ir a sus shows”. Y en medio de tanto tirarse flores, Eduardo advierte que, pese a la cercanía y las similitudes entre ambas bandas, nunca antes les habían hecho una entrevista juntos. Pues bien, llegó el momento.
–¿Qué factores determinaron el crecimiento de las dos bandas durante el 2004?
Mono: –Por lo menos en Kapanga, el crecimiento se nota por el termómetro de la calle. Hicimos cuatro Teatros en el año. A diferencia del 2003, ahora mucha gente paga por vernos. Pero todavía no somos un grupo grosso; no llegamos a Obras. Tenemos la filosofía de que las bandas empiezan a ser reconocidas a partir del tercer o cuarto álbum. En nuestro primer disco nos ponían a la altura de Los Sultanes y nos daba por las bolas. Hasta mi papá me lo decía. Sin embargo, desde Botánika comencé a sentir el desarrollo en carne propia.
Eduardo: –Pese a que tenemos el Obras ahí nomás, nuestra sensación es que el crecimiento lo sentiremos en el futuro. Como banda, hay un montón de situaciones nuevas que debemos digerir. Por nuestra idiosincrasia, las recibimos con cierta timidez y a veces no sabemos muy bien cómo reaccionar. En medio de esta alegría del crecimiento, la gran sorpresa es el reconocimiento en la calle. Ahora subimos al tren y los pibes nos miran. Al mismo tiempo, la infraestructura interna del grupo aumentó. Me emociona que generemos esta suerte de pyme ante tanta crisis económica. Es como un viaje de egresados, aunque tenga su desgaste.
–En sus propuestas está integrada la música tropical que se produce en la Argentina, aunque no tienen demasiada influencia caribeña, como sucede con la mayoría de las bandas del rock latino. ¿Se sienten emparentados con ese movimiento?
Mono: –Bienvenido sea que haya muchas bandas latinas cantando en español en Europa. Para mí eso es el rock latino. Es sólo una etiqueta.
Eduardo: –Una de las acepciones de la palabra “definir” es “matar”. Cuando definís una música la estás matando, porque terminás cristalizándola en algo que puede que no se corresponda. Lo de rock latino sirvió para identificar cierta música de rock en español en un mercado anglo. Sea como fuese que se llame ese movimiento, lo que rescato es que bandas como Kapanga pudieron sobresalir porque recuperaron el cuarteto y lo juntaron con un montón de otros estilos que no son exclusivamente del rock, así como nosotros lo hacemos con el folklore.
Mono: –En Alemania, por ejemplo, tienen una idea del rock latino como más centroamericano. En nuestras giras por el exterior tocamos con bandas alemanas, suizas y japonesas. La diferencia entre los grupos de allá y los de acá es que acá todo es más sacrificado. Y por eso creo que nosotros sentimos más la música.
Eduardo: –En los ‘80, los grupos mexicanos se empaparon mucho de la Argentina y en los ‘90 fue al revés. Esa retroalimentación la impulsaron artistas como Santaolalla, que es el productor número uno. Discos como Re (Café Tacuba) y Casa Babylon (Mano Negra) son de referencia obligada para definir a los ‘90. Son como Sandinista! o London Calling (The Clash) para los ‘80. Bandas como Arbol, Kapanga y La Vela Puerca somos una consecuencia de Mano Negra.
–En su acercamiento al cuarteto, en el caso de Kapanga, y al folklore y la cumbia en Arbol, ¿sienten que hacen más que rozar la superficie de esos géneros?
Mono: –Nosotros no hacemos sólo rock con cuarteto, mezclamos un montón de cosas más. De todos modos, el cuarteto es una de las columnas de muchas canciones del grupo, pero es un cuarteto muy particular. En el ‘89, cuando comenzamos tocando covers de La Mona Jiménez, ya era diferente. La Mona Jiménez es el abanderado del género. Rodrigo fue una parte superficial del cuarteto, pero lo hizo popular fuera de Córdoba. Rodrigo fue un fenómeno musical que tuvo la desgracia de morirse. Por eso, si Luca Prodan no se hubiera muerto, no sé si Los Redonditos de Ricota serían lo que son hoy.
Eduardo: –Para nosotros, la utilización del folklore o de la cumbia no son simples aderezos dentro del rock. Te puedo dar diez millones de explicaciones de por qué quería hacer una cumbia villera. La cumbia villera es el hip hop nacional y pensamos en Pablo Lezcano como un Eminem de acá, porque dice las cosas como son y con la música que sirve para decirlas. Nosotros valoramos esos géneros. En Alemania se mueren con el cuarteto y en Estados Unidos, si bien la cumbia villera no ha desembarcado del todo, comienza a tener el mismo halo de los narcocorridos. Nosotros somos un afluente de todo eso.
–Temas recientes como Chikanoréxika de Arbol y Elle de Kapanga son buenos ejemplos de otro punto en común entre ustedes: el humor en las canciones.
Mono: –Es cierto, somos dos bandas que acudimos al humor en todo momento. Nos divertimos mucho como grupo o por separado, o cada vez que nos encontramos. Uno puede enojarse y dejar un mensaje en alguna canción, pero nosotros usamos la ironía y retratamos algunas desgracias.
Eduardo: –La ironía es el arma del escéptico. Una idea que tiene el Maffia de Kapanga, y que nosotros siempre rescatamos, es resaltar la figura del antihéroe y antirockstar. En el tema Soylazoila, con mucho respeto hacia el folklore y el tango, ironizamos sobre un malevo y un gaucho que terminan estableciendo una relación homosexual. De igual manera, la versión de Jijiji, de Los Redonditos, tiene que ver con un montón de años que dejan al descubierto que cambió la cabeza.
–Si bien dentro de la desfachatez del rock argentino de los ‘80 el humor era un matiz importante, éste fue desplazado por el monoteísmo del barrio en los ‘90. ¿Piensan que la diversión tiene ahora un carácter peyorativo?
Eduardo: –En los ‘90 hubo una cosa con lo barrial y con la distorsión, y se habló de un montón de cosas pesimistas. Nosotros ironizamos también sobre lo barrial. Cuando Kapanga habla sobre Quilmes, no podés evitar cagarte de la risa. Pero es cierto: si hacés música divertida, tenés menos status que una banda que habla en serio. Que la misma banda que te hizo cagar de la risa te haga tocar una fibra, deja de un lado la informalidad. Nosotros pretendemos tener buena música y letras. Y eso no es poca cosa.
Mono: –Si dicen que nosotros somos divertidos, ¿entonces Spinetta es triste? No somos de tomarnos una cerveza en la esquina del barrio, pero tenemos las mismas costumbres y las contamos.
–Buena parte de la historia del rock argentino la escribieron las bandas del conurbano. ¿Ustedes abonan de forma consciente a esa tradición? Eduardo: –Es verdad que en Capital hay mucha condensación poblacional. Creo, al igual que el Mono, que el barrio te influye. Pero cualquier persona que viva en Buenos Aires es cosmopolita. En Guau! tenemos un temallamado Prejuicios, que cuenta que en el Oeste y en el Sur no se ven tantos trajes, no hay tantas oficinas y los horarios son más flexibles. Hay cierta idiosincrasia diferente.
Mono: –Vivo en Quilmes, y tengo la suerte de tener costa y río. Los domingos son diferentes. Ese es mi mundo, y allí me siento cómodo, seguro y reconocido. Para mí, venir a Capital es una desgracia y siento el desarraigo cuando nos vamos de gira. No podría vivir en otro lado que no fuera mi ciudad. Es más como el interior. Buenos Aires es esa conjunción de edificios, calles, cortes y el Obelisco: es el quilombo. Pero nosotros no somos profetas en nuestra tierra, porque la mayoría de la gente que nos sigue en los conciertos y que lleva las banderas no es de nuestra zona. Recién pudimos tocar el domingo pasado en Quilmes después de tres años.
–¿Pueden hacer un resumen de lo que creen que tienen en común?
Eduardo: –Ante todo, la ironía y la diversión, y un espíritu que necesita miles de adjetivos. Somos muy laburadores, y eso hace que las dos bandas crezcan juntas. Y hay una afinidad que se dio instantáneamente. Nos tenemos un cariño muy grande, al punto que nos llamamos para el Día del Amigo o en los cumpleaños.
Mono: –Y también estamos en un momento de popularidad y crecimiento. En la gente notamos que las dos bandas estamos por dar el gran salto.

Raíz

El carácter como banda de Arbol encierra un inventario de movimientos y modos que delinearon el temple de la música popular contemporánea argentina de los últimos cuarenta años. Y es popular porque en su imaginario concibe no sólo el rock con intenciones folklóricas de Arco Iris o la sátira de Los Twist sino que va tras el modus villero de Damas Gratis o la revalorización de la afabilidad del Cuchi Leguizamón. Conformado en 1994, el quinteto de la zona oeste del conurbano vio en su tercer disco (Chapusongs, 2002) el medio para jugar la promoción hacia la Primera del rock argentino. Ahora, con el flamante Guau!, apuesta al posicionamiento: su llegada a Obras será el catalizador. El álbum, que está entre los mejores que se editaron durante este año, apuntó hacia el mismo norte sonoro del Cuatro caminos de Café Tacuba. “Aunque lo habíamos pensado inicialmente como un EP de siete canciones, nos dimos cuenta de que lo mejor era sacar un disco completo, tomarnos el tiempo para hacer y revisar canciones, y que saliera cuando tuviera que salir. Como Santaolalla estaba a full, produjimos los temas que restaban para darle el concepto de álbum”, asegura Eduardo Schmidt. Después de sus experiencias con el productor estrella del rock latino, quien cuenta con Arbol en su sello Surco, esta vez la banda confió en tres de sus integrantes para hacerse cargo de los controles. “Hernán (Bruckner, guitarrista), Pablito (Romero, cantante) y yo, que somos los que producimos, somos muy diferentes. Y en la diferencia está lo excitante. Nos ayudó mucho haber hecho Sin restricciones, el nuevo disco de Miranda!, pero también el trabajo con Los Tipitos (Vintage). Y se viene Semilla, un nuevo proyecto folklórico”, adelanta.

Quintetazo

Aunque se lo relacione mucho con el cuartetazo cordobés mezclado con el rock, en realidad ésa es una de las tantas aristas de Kapanga. Lo cierto es que los escenarios tiemblan cuando el grupo formado en Quilmes en 1989 hace explotar su cóctel de ritmos. Y es que, en vivo, el Mono y los suyos diseminan borbotones de desvergüenza. Kapanga es una fiesta en la que música y alegría se transforman en la fuente del desparpajo, por eso su nombre es obligatorio en todo cartel de festival. Tras su cuarto lleno en El Teatro en noviembre pasado, se acerca a su primer Obras. Y no sólo les va bien acá: en febrero de este año, Kapanga emprendió el Botánika Tour por Europa, con 45 recitales en 58 días. También en el 2004, Maikel, guitarrista del grupo, se encargó de la producción de Argh!, el cuarto álbum de los ska punk zarateños WDK.
El camino discográfico de Kapanga tiene estos mojones: A 15 centímetros de la realidad (1998), Un asado en Abbey Road (1999), Operación rebenque (2000) y Botánika (2002). ¡Esta!, su quinto y más reciente álbum, reivindica su parábola sonora: la convivencia estilística y la coexistencia artística, donde Andrés Ciro y Mimi Maura fueron voces amigas para el mestizaje propio que llevan adelante. También participó Eduardo Schmidt con su violín en los temas El beso del adiós y Elle. “En un momento les pedimos a los de Arbol que nos ayudaran con algunos temas. Son amigos nuestros, nos conocen, pero no pudieron por cuestiones de tiempo. Nos hubiese gustado grabar algo con ellos. Por ahí en el próximo disco”, se ilusiona el Mono.

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