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Jueves, 10 de febrero de 2005

J Y CRISTALDA, UNA PAREJA VICIOSA

"¿Está mal visto un drogadicto?"

Bordeando lo ridículo, Drogadictos atacan todos los prejuicios al ritmo de rap, tecno y reggae. Aquí, J (primo de Cristian Aldana) y Cristalda (amiga de María Fernanda) ponen el cuerpo a las preguntas. Como Sid & Nancy, en versión local.

 Por Santiago Rial Ungaro

J y Cristalda son jóvenes, bellos y... drogadictos. ¿Drogadictos? Sí: como decía el slogan publicitario de un banco, “un buen nombre es lo mejor que uno puede tener”. El nombre de este grupo es un mal nombre, tan mal nombre que termina siendo buenísimo, en estos tiempos en que el rock es noticia más allá de las páginas musicales. “¿Por qué está mal visto un drogadicto?” (pregunta J). “El nombre es como una burla a esta sociedad que considera a un drogadicto como si fuera un leproso. No es que somos drogadictos, los temas no hablan de eso, ni alientan a la gente a que se drogue. Creo que en realidad es un palabra que abarca más cosas, que saca prejuicios y miedos de la gente. Yo pienso que las drogas son buenas. Lo peor son los prejuicios, los miedos y las prohibiciones. Los comechingones estaban más en contacto con la naturaleza y tomaban drogas. Las drogas tienen que ser para disfrutar, y si no lo son más, bueno, no la uses más. Igual, si un faso te pega mal, bueno... hacete ver.”

J es el nombre artístico de Javier Aldana, primo de los hermanos Aldana de El Otro Yo. Durante los ‘90, Javier fue parte junto a Pedro Amodio (voz) y Tomás Nochteff (bajo) de Dios, un trío en el que tocaba (con un sentido del ritmo impresionante) la batería. Breve aclaración: Dios, por calidad artística, por originalidad y por influencia, van a ser algo así como los Suicide sudamericanos. O más aún, porque el ahora más nítidamente trágico rock bengala surgido en los ‘90 invita a buscar otras alternativas a la historia oficial del rock estatal. De Dios a Drogadictos, los excesos han marcado la forma de ser de J, que también es artista plástico, pintor (de casas) y ahora ya no toca más la batería sino que compone sus propias canciones con un simpático tecladito Casio. El lado femenino de Drogadictos es Cristalda, una bella jovencita amiga de María Fernanda, que J conoció en un recital de El Otro Yo. A partir de esa noche, hace ya un par de años, los dos siguieron juntos: después de haberlos visto en acción varias veces, podemos afirmar que Drogadictos no es ni más ni menos que la banda de sonido de una bizarra historia de amor suburbana.

Políticamente incorrectos, ruidosos, siempre al borde del escándalo, J y Cristalda tienen, por decirlo así, una suerte de conexión astral que hace de este improbable cóctel de rap, tecno, primal screams y reggae una verdadera poción mágica cuyo efecto es similar al de un cachetazo, que nos despierta y nos recuerda que, aunque vivamos como zombis, aún no estamos del todo muertos. Si los Drogadictos fueron “acusados” de ser demasiado caóticos, el caos de J y Cristalda pasa por ponerse a rapear lo que les pasa en forma espontánea, adaptando sus rimas al momento.

J: “Creo que es importante renovarse, porque todo el tiempo uno va cambiando. Tocar con Dios fue una experiencia increíble. Pedro (Amodio) es muy buen poeta, pero eso ya pasó, hay que renovarse. Creo que como cantautor estoy creciendo de a poco. Y recién ahora estoy aprendiendo a rapear. La verdad es que tengo ganas de ingresar muchas palabras en mi cabeza, es algo divertido”.

A menudo destructivos, y enternecedores por su inocencia, los Drogadictos (que suelen contar con el aporte de “El Fino” en el bajo y, cuando está en el país, de Lautaro Marinelli, de Logia Lautaro) van al choque y generan reacciones extremas: o se los ama o se los odia. Quizá por ello algunos los acusaron de ser unos nuevos Sid & Nancy. En verdad, Cristalda (también amiga de Ricky Espinoza, una inevitable referencia con Flema) más que una groupie judía millonaria y reventada es una belleza salvaje y enigmática, dueña de su propia marca de ropa (Cristalda Droc) y capaz de componer un tema en el que, con total desparpajo, puede jugar con el fantasma del estupro a la vez que describe la llegada a la mayoría de edad con una urgencia y un frenesí que ninguna de esas teen pop stars que andan por ahí podrá copiar jamás. Bordeando lo infantil e instalándose en el ridículo, los Drogadictos ponen en escena todos los miedos y los prejuicios de la sociedad. Hay miles y miles de jóvenes que se pueden identificar con estas canciones.

J: “Es como que la gente vive en el pasado. Está como dormida, adaptada a cualquier cosa, a cualquier basura que se le dé. A mí no me cuesta nada escupir a alguien si siento que lo tengo que hacer. Hay grupos que hacen como un homenaje al mal gusto. Con plata, y convenciendo a la gente con publicidades, está claro que es fácil engañar a los tontos. Fijate la Bersuit, que llena estadios, y es muy feo lo que hacen. Yo creo que hay que ser auténtico y tratar de fluir sin límites. Mostrarse es dar. Yo quizá no soy una persona que te venga a preguntar si querés que te dé una mano, o si andás bien y ese tipo de cosas. En cambio, con la música siento que puedo ser generoso a mi manera. Cada vez se nos acerca más gente a decirnos que se siente identificado con lo que cantamos: es como si tuvieran la necesidad de escuchar lo que decimos. Nosotros estamos en lo que nos pasa ahora, acá”.

Y lo que les pasa ahora es lo mismo que les pasa a tantos jóvenes que sufren de la marginación, de la falta de posibilidades laborales y de la violencia policíaca en las calles. Una situación que lleva a la gente a buscar algún alivio, o algún escape.

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