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Jueves, 18 de abril de 2002

Tiempo de combat rock

 Por Roque Casciero

El tercer disco de Natas tuvo una gestación difícil. Primero se fundió el sello Mans Ruin, que editaba al trío stoner argentino en Estados Unidos. El grupo, entonces, se contactó con Small Stone, una compañía de Detroit que ya lo había incluido en un tributo a Aerosmith. Los planes, entonces, eran grabar el álbum en la motor city, con el productor de Kid Rock. Pero no pudo ser. “Tenía el pasaje y estaba a punto de tener un hijo. Mientras le hacían una ecografía a mi mujer, vi lo de las Torres Gemelas por televisión”, recuerda Sergio Chotsourian, cantante y guitarrista de Natas. “Entonces nos dijeron que era muy peligroso perder la plata del pasaje. Imaginate: llegábamos allá, todos barbudos, tatuados, con equipos y olor a porro... No daba para que nos rebotaran, entonces nos propusieron que lo grabáramos acá. Fue un momento de desesperación, porque no sabíamos con quién grabar. Empecé a mandarle el demo a productores, entre otros a Billy Anderson, que produjo a Ratos de Porao, Mr. Bungle, Sick of It All, Fu Manchu, Melvins... Y el pibe se copó de una, nos cobró poquísimo por venirse hasta acá.” Ahí no acabaron los inconvenientes: tenían al productor estrella ya instalado cuando a Cavallo se le ocurrió el corralito, y no podían sacar el dinero para pagar los gastos. Encima, a la vuelta del estudio saqueaban un supermercado mientras ellos grababan. “Finalmente, todo salió bien, aunque le quedamos debiendo plata a todo el mundo. Hubo momentos muy copados durante la grabación. Billy nos dijo que se había venido hasta acá porque compartía nuestro sentimiento de lucha por la vida”, explica Chotsourian.
–¿Cómo es eso?
–Eso es ser argentino (risas). Acá tenés que luchar todo el tiempo.
–Corsario Negro, el título del disco, tiene una inevitable referencia al libro de Emilio Salgari.
–Sé que ese nombre lo tengo de chico, de la colección Robin Hood que tenían mis hermanos, pero también tiene que ver con los pasos que significaron nuestros discos. Delmar era más contemplativo, Ciudad de Brahaman tiene que ver con el amor y con la alegría de vivir de un momento, y Corsario Negro tiene que ver con lo que pasa en el mundo. Nos sentíamos como corsarios llevando adelante una familia y un proyecto tan ambicioso en una escena tan grande de violencia. Era una gran responsabilidad y teníamos que responder con una actitud muy fuerte. Teníamos que hacer un disco combativo.
El repaso que Chotsourian hace de la discografía de Natas sirve como pie para ampliar un poco el panorama acerca de la banda. El trío, que completan el baterista Walter Broide y el bajista Gonzalo Villagra, ya tiene un buen lugar dentro de la escena conocida como stoner rock (o heavy psych, un término que le gusta más a los músicos, ver recuadro) de Estados Unidos. Hicieron dos giras por la costa oeste de ese país, la primera como teloneros de Nebula (situación que se repitió en Buenos Aires el año pasado), y vendieron más de 5 mil copias de cada uno de sus álbumes.
–Entre las ediciones que tienen programadas para este año, está una caja con sus tres álbumes en vinilo. ¿Por qué decidieron publicarlos también en ese formato?
–La escena heavy psych tiene la particularidad de que la mayoría de los seguidores saben diferenciar entre un DVD y una bandeja Sansui 79. Vas a la casa y los pibes tienen bibliotecas enormes de vinilos, porque cuando el vinilo caducó, ellos los agarraron todos. Entonces, el público de esta escena pesada psicodélica pide vinilo. Hay un par de compañías que se avivaron y empezaron a contactarse con fábricas abandonadas de Checoslovaquia y Rusia, y fueron rearmando la maquinaria de edición de vinilos en los lugares donde se fabricaban en los ‘70. Empezamos a recibir propuestas de esas compañías y les mandamos temas inéditos para compilados o para singles. Y al final llegó la idea de publicar la trilogía en vinilo. Obviamente, esto no llegó porque sí: estoy casi cuatro horas pordía con la computadora trabajando para la banda, lo que me genera peleas con mi mujer y todo eso. Pero es mi trabajo.
–¿Y lo que ganás con este trabajo te alcanza para vivir?
–No. Cubrimos todos los gastos que tiene una banda profesional y sacamos un poquito. Para vivir de nuestra música tendríamos que picar más en punta en el underground de allá. Hoy en día, dentro del heavy psych, a lo mejor estaríamos en un top 20. Pero para poder vivir, tendríamos que estar en el top 5, con Queens of the Stone Age, Fu Manchu o Nebula.
–¿No pensaron en irse a vivir afuera?
–Cuando fuimos a Estados Unidos por primera vez, al principio flasheábamos con eso. Imaginate, estábamos en Disneylandia: zapábamos con los pibes de Kyuss y ellos nos trataban de igual a igual, salíamos de gira con Nebula. Sin embargo, estar treinta días en Estados Unidos bajo el ojo del Big Brother te provoca ganas de volver. Está bien, acá todo es una mierda, pero se vive como un pinchazo del orto constante que te hace ir para adelante y buscar cosas por las que luchar. Allá, los pibes están tan pero tan bien que sus canciones tienen que ver con ir a la ruta, fumarse cuarenta porros, echarse un surf o garcharse una mina. Ahora estamos armando la estructura como para viajar una vez por año a Estados Unidos, a Chile y, a partir del 2003, a Europa. Pero queremos seguir teniendo acá a la familia y a la gente a la que queremos, aunque el colectivo nos tire el humo en la cara. Porque después salís escribiendo algo más contestatario. Al fin y al cabo, ésa es nuestra historia con la música: poder descargar directamente lo que nos pasa.
–Llama la atención que hables de un disco contestatario, porque es prácticamente todo instrumental...
–Sí. Mis experiencias más grandes no tienen que ver con lo hablado. Soy más contemplativo y tengo las experiencias en base a captar lo que pasa en el silencio, sin estar pendiente de lo que se dice. Quizá las bandas que protestan en las canciones están pendientes de lo que se dice; nosotros estamos pendientes de lo que pasa, de lo que se siente. Entonces, expresamos casi todo musicalmente, no hace falta hablar, salvo en algunos momentos muy específicos, en los que la música llega como a un límite.
–En el nuevo disco aparecen como Los Natas. ¿Tiene que ver con que hay una banda de rap norteamericana que se llama Natas?
–Claro, eso generaba confusiones. Para la gente de acá seguramente seguiremos siendo Natas, pero el artículo le da al nombre algo más cálido y humano. Cuando le pusimos el nombre a la banda fue durante un momento de penuria y furia personal, entonces buscábamos algo que significara lo más temible. Algo con Satán o con lo oculto era seguro. Pero también veníamos en un papo rarísimo de filosofía hindú y meditación, entonces entendíamos que era lo mismo el bien y el mal. Después averiguamos que los natás eran los sacerdotes en los pueblos indígenas de México. Eso nos hizo flashear, porque creemos en la causalidad y en que las cosas son en el momento en que deben ser. Ahora somos Los Natas, que es como un culto nuestro traducido por la música. Y la gente que se acerca forma parte de ese mismo culto.

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