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Jueves, 25 de abril de 2002

Igual que ir a Ramos Mejia

 Por Roque Casciero

Boom Boom Kid pone cara de asombro cuando se entera de lo que cuestan los paquetes para viajar al próximo Mundial de Fútbol. “Uuuhh, pobres los fanáticos del fútbol. Supongo que tuvimos suerte de ir a Japón justo antes de todo esto”, musita. El pequeño e hiperactivo cantante habla de su gira japonesa, durante la cual tocó en seis ciudades ante seguidores de la escena hardcore que conocían sus canciones solistas, los boleros de su alter ego Il Carlo y, por supuesto, su pasado al frente de Fun People. De hecho, el cuarteto volvió a la vida transitoriamente en algunas de las paradas del tour (y en su continuación por Inglaterra), con los mismos músicos que acompañan a Boom Boom Kid. Aunque la devaluación lo haga pensar que es muy japonés que pueda volver, el cantante dice que fue “simple y natural” el modo en que desembarcó por primera vez en la isla en diciembre del 2001, justo cuando la Argentina empezaba a incendiarse: “Pasó como con todas las giras que hicimos por el exterior: se me ocurrió ir, me contacté con personas que conocen lo que hago –así como yo conozco lo que hacen ellas– y les pregunté cuáles eran las condiciones para armar algo. Lo único que pedimos nosotros es cubrir el costo del viaje, tener comida y dónde dormir, y que los shows sean organizados por gente de confianza. Es lo mismo que pedimos para ir a Ramos Mejía, al fin y al cabo. Obviamente, también nos llevamos un porcentaje. Si podemos cubrir todos los gastos, bien; si no, estuvo bueno el viaje”.
–¿Lograste cubrir los gastos?
–No, se perdió plata, porque hicimos el viaje justo cuando acá se devaluó la moneda. Se perdió un montón de dinero pero, bueno, ya se hizo y estoy contento. El dinero es un medio, está para ser usado. Conozco gente que tiene un montón de dinero y no es feliz. Con el dinero que tengo monté un sello para editar bandas que me gustan, viajo, me compro un equipo o una guitarra. Hago lo que me gusta hacer. Y el viaje por Japón fue buenísimo.
–Uno de los shows fue en
Hiroshima. ¿Qué te provocó
tocar en ese lugar?
–La verdad, nunca pensé que iba a tocar ahí. No quise ir a ver el museo ni nada de eso, porque no me gustan ni la guerra ni sus despojos. Por otra parte, los conozco bien: ¿para qué quiero ir a ver eso, si ya vi acá a los ex combatientes de Malvinas? Sí me hubiera gustado ver un Mitsubishi Zero, porque me atraen las máquinas, aunque hayan sido usadas para matar. No sé por qué me atraen tanto los aviones. Me encanta viajar y ver el mundo desde arriba. Es una adicción bastante cara, ¿no? Pero ahí vemos qué insignificantes somos. El show en Hiroshima fue muy bueno, se sintió mucho más afecto que en otros lugares. En Japón no vas a ver una pareja de la mano o besándose en la boca. Y en Hiroshima todos te saludaban con un abrazo. Además, no van muchas bandas a tocar ahí.
–¿Cómo era la relación
con la gente?
–Hablábamos siempre en inglés, salvo con algunos que intentaban hablar en español. Lamentablemente, el inglés es el idioma universal. Me hicieron un reportaje en inglés y español para un fanzine: lo tengo filmado, pero no sé qué habrá salido de eso. Está bueno el hábito que tienen de dejar las zapatillas fuera de la casa. Soy de usar muy poco las sillas: me tiro en el piso a ver una película o a jugar, y a veces uno pisa mucha suciedad en la calle. O energía que no está bueno llevar a tu casa. Igual, por ahora no apliqué lo de dejar las zapatillas afuera, pero cuando tenga casa propia lo haré. Hay un montón de anécdotas del viaje... Soy fanático de Star Wars y ahí había guitarras de Darth Vader, púas, todo buenísimo. De todos modos, lo mejor del viaje fue aprender a utilizar el té verde. En los shows, los chicos toman sake y cerveza, pero siempre tienen su botellita de litro de té verde. Es el mismo té que tomamos nosotros, pero con otro proceso, está cocinado al vapor, entonces tiene un montón de propiedades antioxidantes. Ayuda a que las células de tu cuerpo no se mueran. Por ejemplo, a pesar de que los japoneses absorbieron la cultura norteamericana de comer chatarra y frito, no hay tanto cáncer. Y eso seadjudica al té verde. Además, te normaliza el peso, te ayuda a eliminar toxinas porque es diurético y no tiene cafeína. Yo había empezado a usarlo seguido antes de viajar y ahora es muy raro que pase un día sin que me tome un litro. Se consigue fácil, el sabor no es molesto y noté un montón de cambios en mi cuerpo. En Japón te lo dan gratis en todas las paradas de camiones, por ejemplo, y lo toma todo el mundo.
–¿Cómo lo habías conocido?
–Porque Germán, el cocinero de Boom Boom Kid y de Fun People, siempre aparece con consejos buenos. El está estudiando medicina para ser homeópata. Un día yo estaba muy engripado y él me recomendó combinar jugo de naranja con queso roquefort, porque la mezcla forma una especie de antibiótico que te ayuda a sobrepasar la gripe. Eso me resulta muy importante, porque me lo paso tocando y tengo mucho desgaste físico. Pero después del viaje a Japón, el té verde está presente todo el tiempo. Cuando era chico deberían haberme operado de las amígdalas, pero no lo hicieron, entonces siempre las tengo inflamadas. Por suerte, no soy de tomar mucho alcohol y no fumo nada, entonces no tuve ninguna infección. Pero a los dos o tres meses de usar el té verde, tuve como una purificación. Así que recomiendo totalmente el té verde, lo mismo que el aloe vera. En el viaje a Brasil conocí el guaraná, cada vez que voy a Chile compro ginseng rojo...
–Sos una herboristería
ambulante...
–Exacto (risas).
–¿Qué cosas te preguntaban
en Japón sobre la Argentina?
–Los chicos querían saber cómo era la escena, si había muchas bandas. Hay gente que se interesa por lo que está pasando acá, porque le gusta el punk que no sea europeo ni norteamericano. En Japón hay mucha gente, entonces hay escenas para todos los gustos. Eso sí, están más divididas que acá: los shows son de un estilo determinado. Hay bandas que nunca tocan en bares y cobran precios bajos: la enseñanza del straight edge. Nosotros hicimos shows en bares, rompemos los esquemas en todos los lados a los que vamos. Yo nunca fui prejuicioso con esa clase de cosas. Para mí, el punk siempre fue una manera de ver las cosas, no qué comés ni si cobrás cinco pesos la entrada o no. Siento la necesidad de un compromiso, de decir un montón de cosas, pero no por eso voy a exigirles lo mismo a las demás personas. Y eso pasa en la escena punk/hardcore, acá y en todas partes del mundo. Ojo, que yo también he caído en eso, eh...
–Cuando decían que no pagaran
más de 15 pesos por los discos...
–No, eso fue porque cobrarlos más es un afano.
–¿Y ahora que fabricarloste cuesta el triple?
–Estoy viendo cómo hacer para no subir los precios, porque lo mío es un gusto que me doy, entonces me lo tengo que bancar yo. Si es rentable o no, es mi problema. Con los viajes pasa lo mismo. Pero la música no tiene que alejarse de la gente. Dentro de mi pequeño mundo, trato de que lo que hago sea accesible y no me pongo a bajar línea: me gusta hacerlo así y listo.
–¿No pensaste en irte
a vivir afuera?
–No, no. Me parece que acá hay muchas cosas por hacer. Dos años atrás fuimos con Fun People a un festival en Ushuauaia y había 30 personas; en enero volvimos con Boom Boom Kid y había 150. Toda la gira que hicimos por el sur, en el peor momento, fue muy buena, a pesar de que la hicimos en una camioneta importada y cuando volvimos perdí plata para arreglarla. Pero pudimos hacer la gira y así se pueden hacer un montón de cosas. Lo que pasa es que mucha gente no quiere bajar sus presupuestos.


Me siento bien
Como Boom Boom Kid es vegetariano y reconoce haber adherido a los postulados del straight edge (variante del hardcore con reglas estrictas respecto de los hábitos), existe la idea (¿el mito?) de que no toma bebidas alcohólicas. Sin embargo, el cantante reconoce que le gusta tomar fernet con cola, por ejemplo. “Nunca me pongo de la cabeza, siempre tengo el control, aunque no creo que vaya a ser una persona diferente por estar borracho”, afirma. “Cuando era chico tomaba bastante. Vengo de una ciudad muy pequeña (Campana) y veía que los pibes más grandes se gastaban la plata poniéndose en pedo en un bar, entonces yo hacía lo mismo. Cuando conocí la música me di cuenta de que con esa plata me podía comprar un casete o hacer un fanzine. Por suerte encontré la música y empecé a hacer ruido. De todos modos, creo que todo hay que hacerlo con control y que cada uno conoce sus límites. En su momento paré de tomar porque sentí que no necesitaba romperme la cabeza para que los demás pensaran que era cool. Entonces empecé a usar el tiempo en otras cosas, porque cuando estaba drogado o borracho después me deprimía, sentía que había desperdiciado mi tiempo.”

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