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Jueves, 9 de mayo de 2002

Ultimo momento (2da. parte)

 Por Roque Casciero

La cancion es la misma

El disco más esperado de 2002 es, casi casi, un calco del disco más inesperado de 1999. Cuando Moby publicó Play, nadie hubiera apostado a que ese álbum iba a tomar el mundo por asalto y a colocar a este pelado con pinta de tímido melancólico entre las estrellas más solicitadas del nuevo siglo. Las compañías discográficas que lo publicaron apenas imaginaban que iba a facturar unas 150 mil copias, como el más exitoso de sus trabajos anteriores. Sin embargo, merced a estrategias novedosas como ceder TODAS las canciones para avisos publicitarios o bandas sonoras de películas, y a otras más convencionales como no parar de dar entrevistas y de hacer giras, Play terminó vendiendo casi 9 millones de ejemplares. Y su autor, aun a su pesar, a convertirse en una figurita codiciada en las fiestas de celebridades.
En este punto –el de la fama y los millones– es que Moby traiciona su viejo método. Hace unos años, cuando se lo conocía como ascendente estrella dance, se despachó con un disco casi punk de guitarras estridentes (Animal rights), que le mereció el despido de un sello major. Entonces apareció con Play y volvió a descolocar. Pero 18, cuya edición mundial (Argentina incluida) ocurrirá el 18 de mayo, está a años luz de provocar alguna sorpresa. Casi se diría que Moby decidió serle fiel, por primera vez, a quienes lo llevaron tan arriba. Y ni siquiera pretende ocultarlo: “18 es muy parecido a Play”, asegura el artista.
Moby compuso y grabó más de cien temas para 18, varios en tres o cuatro versiones diferentes. Y, por extraño que parezca, además de su propio criterio de selección, recurrió al de una ex novia. Kelly Tisdale conoció al músico en Boston hace tres años y enseguida se mudó a Nueva York. El romance se acabó, pero él sigue confiando en el sentido crítico y en la profundidad de criterio de Kelly. Por eso, durante el año pasado estuvieron muy en contacto: él la visitaba para hacerle escuchar canciones o le mandaba CDs con distintas versiones de un tema, y después escuchaba lo que ella tenía para decir. En una nota publicada en la revista dominical del diario The New York Times, Kelly intentó una aproximación a los motivos por los que su amigo hace música: “Si mirás su colección de CDs, sólo le gustan los hits. No le interesa escuchar las otras canciones de los discos: pone una y otra vez el hit. Lo intrigan los hits, lo que tienen esas canciones. Hay chicos que crecen y se convierten en parias. Entonces, eligen escuchar música extraña para asegurarse qué tan solitarios son, porque, creen que ‘nadie puede estar escuchando eso’. En el caso de Moby, fue lo opuesto: él era el chico solitario que se conectaba con el resto del mundo imaginando que los demás escuchaban la misma música que él. Y ha continuado siendo un personaje tan solitario por naturaleza que honestamente creo que ama la idea de que toda la gente está escuchando la misma canción que él, sólo que ahora él fue quien la hizo”.
Moby, entonces, se alimenta de hits. Y, precisamente, 18 no se sostiene por sus instrumentales meditativos (ahora más melancólicos y peligrosamente nü-new age) ni por su particular relectura del soul, sino porque, cada tanto, aparece un hit. “We are all made of stars” es un ejemplo a medida para explicarlo: si en el video se disfraza de astronauta y sale a caminar por Los Angeles, en la música se calza el traje del David Bowie que se fue a Berlín a grabar Low y Heroes, aunque con un aura más optimista. En la mitad del álbum, cuando el clima amenaza con un inevitable bajón, Moby recurre a los buenos oficios de Angie Stone y MC Lyte para un temazo de neo soul/hip hop, tal vez el mejor del disco: “Jam for the ladies”.
Si se reconoce un artista que vive de cortar, pegar y alterar fragmentos de la música que otros han grabado, es lógico que las comparaciones no asusten a Moby. “En mis discos soy el compositor, el músico y el ingeniero, pero también el plagiador y el ladrón”, dijo hace poco. Ahora no usa viejos samples del blues de principios del siglo pasado, sino retazos de música disco y new wave. Y puede darse el lujo, como buenaestrella que es, de convocar a Sinead O’Connor para que ponga la voz en “Harbour”. Pero, como se ha dicho, no son tantas las diferencias entre aquel disco y éste. ¿Será posible que, entre tantas cosas que repite, Moby logre otro suceso como el de Play? Se aceptan apuestas.

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