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Jueves, 15 de junio de 2006

CLAVOS SIN CABEZAS HACEN POP MAYA (¿?)

“Lo que necesitamos es callarnos un poco”

Tienen una extraña mixtura de influencias psicodélicas ancestrales junto a la furia del pop (de pop-pular). Hace unos días ganaron el Premio del Fondo Nacional de las Artes en el rubro “rock”. Y bueno, aquí están.

 Por Santiago Rial Ungaro

En el principio fueron dos bajos: el de Fernando Afonso, de seis cuerdas, y el de Gustavo Kadijevich, de cinco cuerdas. Con esa curiosa formación, los Clavos sin Cabeza supieron hace ya 10 años que podían prescindir de las guitarras. Con la llegada de Alfredo García (percusión y voces), Lao (teclados, sampler y voces) y Ariel (batería), la banda quedó configurada hoy en día como una cofradía más que como un grupo: no es casual que un artista de la vida como Kubero Díaz los haya elegido para otorgarles el Premio del Fondo Nacional de las Artes al rubro rock hace apenas unos días. Con Yo soy otro tú (traducción literal de In Lakéch, saludo milenario tradicional maya), los Clavos sin cabeza han hecho un disco conceptual, pero en formato de canciones pop, pegadizas y juguetonas, matizadas con algunos zapadas instrumentales.

Lo curioso es que estos muchachos de Devoto dicen hacer pop maya. ¿Pop maya? Basta llegar a la sala y estudio de los Clavos sin Cabeza para encontrarse con un centro de operaciones comunitario, sala de ensayo y centro de estudios del calendario maya. Algo raro: no hay junkies, ni gente limada en este viejo caserón, sino brújulas y sellos mayas de un atractivo estético misterioso y elegante. Lo que más claro queda es que la música de Clavos sin Cabeza (que ya editaron antes Pachamama) se basa en vivencias y experiencias muy intensas y puras: después de un par de horas de charla, nadie nombra a ningún grupo, aunque sí hablan de Catamarca, de Córdoba y de trazar un triángulo con BA.

Escuchar a los Clavos sin Cabeza cantar que “el tiempo es arte” es toda una experiencia, ideal para los que ya se hartaron del rock-corp y sus festivales. Basta poner el disco y escuchar: “Estoy aprendiendo a volar en los sueños. Mi otra mitad se despierta con el otro cuerpo”, o ver la limpieza y la armonía que reina en el estudio para aceptar que lo de Clavos sin Cabeza no es más que un sueño hecho realidad. Claro que unificar el sueño y la vigilia implica una disciplina y una convicción que bien puede basarse en tomarse los sueños propios en serio.

Así, al margen de todos los clichés de la escena, lo que ha ido inspirando a los Clavos sin Cabeza al punto de convertirlos en algo especial y espacial es el descubrimiento del calendario maya, descifrado durante las últimas décadas en base a inscripciones en las piedras o en las tumbas de Pacal Votan, ya que la cultura maya desapareció enigmáticamente sin dejar rastros. De este despertar espiritual surgió el deseo de esta gente de cantar a sus profecías (entre ellas el cambio de almanaque) y estudiar seriamente sus enseñanzas, convertidas en el tópico de casi todos sus temas.

Así, su música tiene algo psicodélico, pero sin citas a la psicodelia de los ‘60. Buscadores de una nueva conciencia, los Clavos sin Cabeza se creen totalmente su propio viaje. “La gente sufre mucho y a la vez está muy apegada al sufrimiento, porque eso es lo que le venden. El hombre llora porque es adicto a las emociones, llora porque tiene un plano mental que lo hace sufrir. Cada uno elige cómo quiere vivir, porque uno de alguna manera deja que esa forma de pensar ingrese a su mente”, reflexiona Gustavo con Shanti, un hermoso niño de 8 años en sus brazos.

Y más allá de lo que crea uno sobre el calendario de 13 lunas de los mayas (cuyo conocimiento astrológico y su sentido estético son innegables), ese “lenguaje salvaje” al que le cantan los Clavos sin Cabeza está a años luz de viejos paradigmas rockeros ya obsoletos, a la vez que sintoniza con las viejas utopías rockeras revolucionarias: “Lo que pasa es que la conciencia colectiva creó un rock star, no creó un rock revolucionario que cambie el mundo sino que creó diferentes formas de un rock star, vendido, transado, superestético, plástico y glamoroso. Y ninguna de esas formas son verdaderas”, se distancia Gustavo. Pero aunque su crítica tenga sentido, lo cierto es que hay mucho de “rock star” en los Clavos sin Cabeza: su conocimiento de la cultura maya viene de las piedras, de las rocas de donde se están descifrando sus símbolos y su calendario; algo que a la vez da cuenta de la influencia que tienen sobre nosotros la luna... y las estrellas. Basta con verlos fumar unas flores en ronda y en familia para entender que lo que los Clavos sin Cabeza están buscando está a otro nivel: por eso, cuando hablan de cambios cíclicos y de sincronismo, su discurso no suena alienado sino más bien alineado con sus creencias: “Nos enseñaron que el hombre había aprendido a dominar a la tierra”, dice Lao. “El desafío es hacer una música que pueda curar a alguien. Nosotros estamos saliendo de esa idea del artista basado en su ego y en el comercio de ese arte. Lo que necesitamos es callarnos un poco todos. Y volver a empezar a escuchar de nuevo.”

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Imagen: Sandra Cartasso
 
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