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Miércoles, 18 de septiembre de 2002

SE ESTRENA “EL BONAERENSE”, LA SEGUNDA DE TRAPERO

Yuta, yuta, yuta

El Zapa es un pibe común que se mete en problemas, de los cuales logra salir con un corte de pelo y un uniforme (azul) reglamentarios. En plena guerra civil argentina, uno de los mejores cineastas de su generación retrata la vida cotidiana... de un policía. Así de simple.

POR PABLO PLOTKIN
¿La Bonaerense es la pesadilla, o sólo parte del elenco? Pablo Trapero no pretende dar respuesta a nada, pero la historia del Zapa, personaje excluyente de El bonaerense (estreno de hoy en los cines porteños), refleja una percepción desprejuiciada: la policía de la mayor provincia argentina –que lleva perpetrados más de 200 homicidios en lo que va del año– no es un monstruo desfasado de la sociedad. Se alimenta, respira y sueña la misma pesadilla que el resto. La Bonaerense, al fin y al cabo, es otra malformación del sistema.
Pero Trapero sólo quería contar una historia. La historia de un cerrajero de un pueblito bonaerense que un mal día le dice que sí a un negocio peligroso y termina en la comisaría local. Para zafar de la cárcel, el Zapa (Jorge Román) aprovecha los contactos policiales de un tío, aborda un micro a La Matanza y se alista en la fuerza. El vértigo del oeste del Conurbano lo empuja rápidamente a la acción, y a partir de ahí cruza todos los umbrales posibles: coimas, peleas, tiros, sexo rudo, traiciones, soledad. Aun filmando en el estómago de la sordidez, Trapero logra construir un relato cálido, generando una empatía sensorial –aunque no una concordancia ideológica– con seres frente a los que uno, habitualmente, cruzaría de vereda. Si aquella vieja canción de 2 Minutos (“Ya no sos igual”) condenaba como una traición irremediable al chico que se había hecho rati, Trapero lo pondera (y lo redime) como una vía desesperada de supervivencia.
“Hay que aclarar que ésta no es una película sobre la policía sino sobre una persona”, explica Pablo, de 29 años. “Aquellos que vayan al cine buscando una respuesta a la problemática de la Bonaerense, no la van a encontrar.” Eso que a primera vista parecería una actitud evasiva es, en verdad, lo contrario. Trapero se hace cargo de su obra de ficción y se centra en el conflicto de un pajuerano al que el uniforme azul convierte en un ser aún más vulnerable. Y así como Mundo grúa (su notable opera prima) no trataba exactamente sobre el desempleo, El bonaerense no tiene intenciones documentalistas en cuanto a violencia y corrupción policiales, aunque en definitiva la historia del Zapa revela mucho más al respecto que cualquier serie de género de Baby Etchecopar o Adrián Suar (curiosamente, Pol-Ka es coproductora de El bonaerense).
Cuando empezó a investigar, a Trapero le sorprendieron dos cosas. Una buena: “A pesar de lo que suponía, conocí a gente con muy buena onda dentro de la Bonaerense”. Otra mala: “Las cosas malas eran mucho peor de lo que yo imaginaba”. La idea original, que era poco más que un título, le surgió en 1994. Pero entonces la cosa era sobre un chico de la provincia que, por cuestiones laborales, se mudaba a la Capital. Con el tiempo, el guión fue mutando y el hecho de que el Zapa tuviera que hacerse policía le aportaba al relato un dramatismo inusitado. La idea, sin embargo, era la misma. “Lo que más me interesaba era mostrar las cosas que no se ven en los noticieros. Esas diez horas de un tipo parado frente a una garita, y todas las situaciones extremas a las que se ve expuesto el Zapa. El aprendizaje y el descubrimiento de un mundo hostil, que excede por mucho a la policía. Poder sentirse identificado con ese uniforme, aunque parezca absurdo, porque el nivel de sumisión que tiene el personaje, por ejemplo, lo vivimos casi todos los trabajadores de este país.”
Ex habitante de San Justo –el área en que transcurre la mayor parte de la película–, a Trapero le interesaba compartir –no aprobar– el punto de vista del enemigo interno (o más bien su brazo armado). Y el hecho de que Pablo “Damas Gratis” Lescano sea el autor de la oportunísima banda de sonido fortalece su punto de vista. La frontera entre los dos bandos (ratis y pibes chorros) se diluye, y prevalece el desamparo de “una realidad terrible, que es mucho más compleja que echarle la culpa a la policía”. La Maldita Policía como malformación global, y no patrimonio exclusivo bonaerense, argentino o tercermundista. Eso pudo comprobar Trapero cuando proyectaron (y celebraron) la película en Toronto (Canadá)o Cannes (Francia), países en que generó un grado de identificación imprevisto. “La policía en cualquier lugar genera distancia. Se convirtió en una entidad absolutamente marginal, a la que no quieren ni los criminales ni la sociedad civil. Aquello que uno aprende en la escuela sobre el policía que te ayuda a cruzar la calle, no existe en ninguna parte del mundo”.

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