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Jueves, 19 de marzo de 2009

LA LLEGADA DE RADIOHEAD AL PAIS

El precio de esperar

A pesar de ser una banda críptica, Radiohead terminó siendo consumo de masas. Y eso más allá de que sus integrantes hayan tomado los recaudos necesarios para no alcanzar ese status a cualquier costo. Bah, a ellos no les cuesta, a nosotros sí.

 Por Juan Manuel Strassburger

No muchos lo tienen presente. Pero la primera gran prueba de credibilidad que afrontó Radiohead no fue el síndrome del one-hit wonder ocasionado por el éxito desmedido de Creep sino el... ¡veredicto de Beavis & Butthead! Aquel dúo adolescente yanqui que haraganeaba todo el día y que aplazaba sin contemplaciones cualquier cosa que no sonara a Metallica o AC/DC, la quintaesencia del rock. Los recuerdan, ¿no? Puteadores, llenos de granos y con aparatos, los Beavis & Butthead siempre te tiraban la posta cuando se sentaban a ver videos, al menos en lo que a credibilidad rockera se refería. Y si no les llegabas a gustar, no eras rock. Por eso aquella vez, cuando Creep y su épica del perdedor que tanto fascina a los Estados Unidos se perfilaba ya como un súper hit del ‘93, esta pareja de simpáticos inadaptados, tras algunas dudas iniciales, les levantó finalmente el pulgar.

El episodio, que no puede tomarse demasiado en serio, sirve como anticipo de lo que pasó después: la entronización de Radiohead a escala planetaria, pese a que su propuesta –sobre todo a partir de Ok Computer (1997) y de discos cada vez más fragmentados y de-constructivistas como Kid A (2000) o ahora In Rainbows (2007)– era lo contrario a lo que se esperaba de una banda proveniente del brit-rock, e incluso de la escucha media del público alternativo. Ni las guitarras LoudQuietLoud heredadas de Pixies, ni los estribillos épicos aprendidos de R.E.M., ni las letras confesionales tipo Morrissey que había mostrado el grupo hasta The Bends (1995) volvieron a aparecer cuando se convirtió en el más impactante e influyente del planeta (por lo menos hasta 2001, momento en el que los Strokes y la explosión rockera de Nueva York cambiaron el panorama). Temas como Karma Police, Paranoid Android o, más acá, Pyramid Song, Optimistic o There There, se convirtieron en hitos globales cuando, a priori, su naturaleza anticlímax o progresiva conspiraban para tomarlos como tales.

Y es que esas “canciones” (muchas veces fragmentos y sobregrabaciones en base a ritmos que escapan al corriente 4x4) tuvieron un gran mérito: capturar como pocas el clima de libre opresión de esa época. O sea, la nueva alineación urbana repleta de posibilidades de consumo; la angustia, las fobias y los ataques de pánico de los vínculos hipermediatizados o frívolos; la incapacidad de sentir emoción con palabras plenas o discursos inarticulados. Thom Yorke les puso letra (frases sueltas) y voz (aullada, quejosa) a esas vivencias post-posmodernas. Y triunfó cuando, en verdad, nunca se lo había propuesto. “No estoy más interesado en las guitarras”, le dijo a The Observer, después de grabar Kid A. Y hace poco refrendó, esta vez para la NME: “(Los temas) siempre tendrán melodía, pero me encantaría que fueran puro ritmo y no tuvieran ninguna melodía. Y creo que hicimos algunos que se acercan a eso”.

Tras haberse embarcado en su primera gira latinoamericana que los llevará por México, Brasil y Chile para terminar en el Club Ciudad de Buenos Aires el martes que viene (en lo que se espera sea uno de los acontecimientos rockeros más importantes del último tiempo), los integrantes de Radiohead (que completan Jonny y Collin Greenwood en guitarras, bajo y multiinstrumentación; Ed O’Brien en guitarras, piano y coros; y Phil Selway en batería) tendrán oportunidad de chequear hasta qué punto llega su predicamento en lugares no tan habituales para sus giras.

Una influencia que, al menos en la Argentina, es altísima. Con un público heterogéneo (ver la otra nota) que abarca al indie y al degustador del rock británico (desde Coldplay y Keane hasta los más sofisticados Muse). Pero también a simpatizantes de las consigna No-Logo o directamente amantes del rock clásico, que ven en la banda y su Ok Computer la realización de un contemporáneo Dark Side of the Moon. Está claro que Radiohead, a pesar de ser una banda críptica, terminó siendo consumo de masas. Y eso más allá de que sus integrantes hayan tomado los recaudos necesarios para no alcanzar ese status a cualquier costo. “Hay una clara línea entre escribir algo de genuino impacto emocional y terminar como pequeños idiotas teniendo pena de nosotros mismos y tocando arena rock”, aseguró Yorke también para The Observer.

Ahora, ¿qué hay de la influencia de Radiohead en el indie local? Fuertísima, por momentos asfixiante, la sombra de Ok Computer y Kid A fue hegemónica entre fines de los ‘90 y mediados de 2000, al punto de que la palabra indie no tenía otra connotación que la del chico sensible, abrumado por su angustia existencial, que concurría al ciclo “Nuevo” del San Martín para consolarse con algunas de las (muchas) bandas acuciadas por el mismo drama. En los últimos años, esa influencia comenzó a decaer de la mano de la movida de La Plata y Zona Sur (desde El Mató a un Policía Motorizado y 107 Faunos hasta Sr. Tomate y Viva Elástico) y de pioneros capitalinos como Vermearder (después Holy) o el trío Voltura, liderado en su momento por el ahora solista Hernán Martínez. Sin embargo, hubo un tiempo en que casi todo el indie fue Radiohead, con Jaime Sin Tierra como su principal exponente (hay un grupo de Facebook que pide su retorno como teloneros de Yorke y Cía.) y con incursiones hasta en el cine a partir de las recordadas Nadar solo y Como un avión estrellado de Ezequiel Acuña.

“Por momentos reconozco que hemos hecho demasiado hincapié en la cosa tortuosa”, aceptó Thom el año pasado en la revista inglesa The Word, cuando se le preguntó cuál había sido el gran malentendido entre el grupo y sus fans. “Tal vez la gente no sabe que, en realidad, tenemos un gran sentido del humor”, acotó O’Brien. Y remarcó, con tono autocrítico: “Es mucho más fácil ser melancólico en la música. A nosotros nos cuestan las canciones placenteras. Esa es la parte difícil”. Los reportes de la última gira, por lo pronto, hablan de una banda mucha más suelta que en su anterior excursión (cuando debió cargar con Hail to the Thief) y menos acomplejada con su repertorio pre Ok Computer. En México, de hecho, recuperaron Just y Fake Plastic Trees (último momento: ¡también Creep! ¿Un regalo especial para el público latino?). Y hasta se habló de un Thom Yorke saltarín y feliz. ¿Cómo será?

El karma de la entrada

“¿Hail to the Thief? ¿Quién es el thief ahora?”, dice el post firmado por Marco en Exitmusic.com.ar. Los $ 260 (iniciales) del ticket para el show fueron tomados como una afrenta para muchos (sobre todo por el precio menor en otras de las escalas latinas), aunque a ninguno de los consultados le llamó la atención. Por ahí giró una cadena de mails denunciando “el abuso”, e incluso hubo quejas argentas en Dead Air Space (su “site” oficial). “Se mezcló el activismo de Yorke y la idea de ‘regalar’ un álbum por la red con el precio de las entradas. Creo que la organización es responsable. Es sospechoso que hayamos sido el último país en confirmarse y el único en el que se hace un solo show”, protesta el creador de Exitmusic.com.ar.

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