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Jueves, 21 de noviembre de 2002

THE STREETS - ESCUELA DE LA CALLE: DOS REALIDADES

Callejeros, acá y allá

El juego es caprichoso, pero no menos interesante. La palabra “calle” sirve de conexión intercontinental para entender cómo es que dos artistas, hacedores de canciones, viven sus días en ciudades y países tan distintos como pueda imaginarse. César Muñoz sorprende con sus canciones de reggae-cumbia. Mike Skinner, también, pero con su lectura inglesa del hip hop. Dos historias, dos personajes y sus circunstancias.

Argentina
-Tercer Mundo
El primer disco de Escuela de la Calle empieza con “Negrita caliente”, un reggae gomoso que se arrastra sobre un acordeón de feria pueblerina. César Muñoz le canta al abandono y a la mala reputación. “No te vayas, mi amor”, implora, “no creas todo lo que dicen de mí esos villanos. Me quieren ganar, me quieren ver muerto”. En esa declaración de amor desesperada y a la vez cadenciosa, César le promete a su negrita: “Menos policía, puedo ser lo que me pidas, sólo por tu amor”. Y antes de que los ecos de un raggamuffin’ rústico le pongan más dramatismo a la cosa, el cantor sugiere: “No confíes en los que entienden todo, porque no entienden nada”.
Puede decirse que este híbrido que enlaza Kingston con Constitución, grabado en 1999, prefiguró algo del sonido y el realismo tóxico de la cumbia villera, pero eso no es lo que verdaderamente importa. El asunto es cómo César Muñoz sacó estas canciones a la calle, el lugar al que siempre debieron haber pertenecido. La historia de un tipo que nació en Villa Mercedes (San Luis), se mudó a Capital y pasó un tiempo largo en Mendoza, al sol y a la sombra. Sin abundar en precisiones biográficas, César toca la guitarra y canta desde hace veinte años, pero su identidad como compositor se transformó en la década pasada, cuando su relación con las drogas lo llevó a pasar tres años encerrado. Ahí empieza todo, al final de las largas temporadas en las penitenciarías de Mendoza y Sierra Chica. “En el último tiempo que pasé en la isla de cemento compuse unos temas con una criollita y la ayuda de unos puchitos que me traían de afuera”, cuenta César. “Al principio era rock tumbero, violento, pero cuando salí, me encontré con amigos y ellos estaban tocando reggae y ska. Entonces mis temas fueron cambiando, al igual que yo. Tuvo que ver con mi readaptación: empezar a pasarla bien y no pensar siempre mal de todo. De ahí salís con una violencia interna increíble, súper resentido. Pero yo salí y estaba haciendo música, al toque la estaba pasando bien, así que no me costó mucho.”
Grabado con la ayuda de algunos integrantes de Karamelo Santo, Escuela de la Calle es el primer disco del proyecto de Muñoz, con canciones escritas en un momento en que la opresión carcelaria no dejaba oxígeno a la fantasía, pero sí a la poética de arrabal. “Tanta gente por ahí/ que duerme sin saber/ Que la noche se abre de piernas/ Para disolver las sombras que no deben mover” (“Sos azul”). Cuenta el autor: “Algunas letras las hice con un compañero de rancho, Ricky, que tenía 21 años y, apenas salió, lo mataron. Así que no pudo disfrutar nada de lo que yo estoy disfrutando. El pibe era re-bueno, había caído por una cajita con unas semillitas, imaginate”.
Ahora, César pone a punto el segundo disco de Escuela de la Calle, con nueva banda: Cristian Kieffer en bajo, Pedro Colpacci en batería, un trío de saxofonistas (Andrea De Simone, Pablo Romagnoli y Julieta Ieffenbacher) y Camila Bouq y Ana Sol Torroixa en percusión. Será “más divertido, más zarpado: ska, reggae, punk rock y cumbia”. Un testimonio exultante de la vida en libertad. Todo aquello –lo bueno y lo malo– que puede pasarte cuando la calle se convierte en tu único lugar de pertenencia.
Inglaterra
-Primer Mundo
“Podría decirse que desde Never Mind the Bollocks... no ha habido un disco que dijera tanto acerca de ser joven y vivir en el Reino Unido.” La simetría planteada por el crítico Andy Pulestone responde a la ola de interpretaciones sociológicas surgida a partir del lanzamiento de Original Pirate Material, el primer disco de The Streets. Desde entonces, Mike Skinner (él es The Streets), 22 años, es señalado por la prensa como el cronista musical de una generación británica marcada por el bombardeo publicitario, los juegos por computadora, el desempleo, el aburrimiento,la sofisticación química y las noches bailando música electrónica. Desde el monoblock semiencendido de Birmingham que ilustra la tapa, OPM (sin indicios de editarse en la Argentina, por el momento) se presenta como una colección de relatos de esta época. La musicalidad y el ingenio del autor lo convierten en un apasionante manifiesto generacional.
Más allá de la carga testimonial del disco –más solventada en la desfachatez que en el dramatismo–, lo que hace de The Streets un proyecto único es la manera en que Skinner rapea. Acepta influencias del hip hop yanqui y el garage británico, pero el resultado es una cosa completamente distinta. Con un acento alevosamente inglés y callejero y un tramado rítmico de una compleja sencillez, The Streets pone en escena “un día en la vida de un geezer”. Traducido del lunfa londinense, un geezer equivale a un chabón, una rata de departamento que va del pub al televisor y de ahí a la disquería, a la espera de su cheque de desocupado y del próximo partido del Arsenal. Para esas criaturas del desencanto laborista –sus pares, hasta hace poco–, Skinner reserva palabras de redención. “Es fácil, nadie te culpa, es el mundo el que está hecho mierda... Vos no sos más que una persona y, si Dios existe, todavía te ama. Acordate de eso” (“Weak become heroes”). Como escribió un crítico inglés, “la vida de Skinner roza el estatismo, como un personaje de una novela de Michel Houellebecq, popular en estos días en Inglaterra (¿coincidencia?). Skinner pide algo, bebe tristemente y se pregunta si los amigos son simples soldados de conveniencia”.
Pero nada de todo esto tendría sentido si los temas de OPM no fueran parte de una calibrada maquinaria de electrónica moderna. Pulsión rítmica negra y afectación inglesa, el blanco de Mike propone expresamente patear el tablero de la música pop. Al comienzo de “Let’s push things foward” (“Empujemos para adelante”), un hit que pretende encender la mecha de un choque generacional, Skinner pronuncia: “Esto no es un tema, es un movimiento...”. Y todo el disco de The Streets es movimiento –pese a su entrañable galería de personajes vagos–, aunque no es, como se quiso promover, una obra destinada a cambiar la historia de la música dance. En todo caso, Original Pirate Material es una consecuencia de ese cambio. Y Mike Skinner, retraído en las entrevistas pero prepotente en las canciones, es una nueva especie de MC. Aunque es difícil pensar en The Streets como un producto de alcance planetario (mucho menos latinoamericano), puede decirse que la cultura callejera británica ya tiene quien le escriba.

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